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Política ultraderecha |

Especial #25N

La ultraderecha "intenta eliminar derechos consagrados"

En el marco del 25 de noviembre, Día internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer, analizamos el impacto de la ultraderecha en los DDHH.

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La victoria de Javier Milei en Argentina y su inminente asunción como presidente en diciembre de este año reavivan temática que surgió hace años en América Latina: ¿qué sucede con las organizaciones de derechos humanos tras la llegada de la ultraderecha al poder? Esta situación no es inédita, se dio en Brasil con Jair Bolsonaro, en Chile con el crecimiento de Katz y ahora se reeditará en el país vecino.

Las ultraderechas no funcionan de manera aislada, hay similitudes y conexiones a nivel regional e incluso mundial. Por eso, el fenómeno debe ser analizado más allá de las fronteras nacionales. Una de las piedras angulares de estos sectores es el rechazo absoluto a la adquisición de derechos de poblaciones vulneradas, el combate a lo que llaman "ideología de género" y la defensa de la "familia tradicional".

En el marco del 25 de noviembre (#25N), Día internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer, Caras y Caretas dialogó con la politóloga Tamara Samudio sobre la coyuntura actual, los desafíos para las organizaciones sociales y el panorama en Uruguay.

¿En qué posición quedan las organizaciones y colectivos de derechos humanos ante la llegada de la ultraderecha al poder? ¿Qué caminos de resistencia son posibles?

La lucha ha sido constante y fuerte. Los progresismos han logrado, con distancias, colocar las agendas de derechos en los marcos legislativos, pero las organizaciones siempre han luchado por garantizar el efectivo cumplimiento de esos derechos. Hay una lucha constante contra la estructura del Estado, que tiene problemas burocráticos y, sobre todo, de presupuesto; también una lucha con el sistema patriarcal instalado institucionalmente y en las personas que implementan la política pública.

Hay una mirada compleja sobre la situación actual que tiene que ver con dónde va permeando la ultraderecha en la región. No es solo con la llegada de un presidente, sino también con la participación en otros espacios de poder como parlamentos, estructuras de partidos, medios de comunicación y la sociedad civil organizada. Van construyendo poder fáctico sobre determinadas estructuras normativas, institucionales, sociales y culturales.

La ultraderecha ha conseguido captar un discurso de odio, un discurso violento que pasa por arriba de estos derechos y llega a las comunidades y los barrios. Es una dificultad que tiene que alarmarnos y reforzar el trabajo de los colectivos. La lucha en la calle tiene que estar siempre presente, pero también hay que sostener marcos de cuidado porque son momentos complejos para la propia subsistencia de las organizaciones, que son focos de embates. También hay que reforzar el cuidado en términos territoriales, construir redes de apoyo y sostenimiento. La ultraderecha tiene distintas formas de organizarse que trascienden fronteras; de la misma forma las resistencias tienen potencia en una respuesta regional.

¿Cómo se explica este fenómeno de ultraderecha en el continente, se lo puede catalogar como una reacción a la era progresista y la conquista de derechos?

Hay una reacción, pero hay que contextualizar en otro marco. Debemos mirar de forma critica lo que han sido los progresismos en los 2000. Hubo un primer movimiento de crecimiento económico, aumento del PBI, potestad de generar mayor gasto público desde el Estado que generó acceso a derechos fundamentales, derechos laborales, crecimiento del salario real, mejores condiciones de vida. Después de una oleada inicial comenzó un período de estancamiento en el que los progresismos no dieron respuesta a demandas de garantización efectiva de derechos, hubo expectativas a nivel societal que no fueron respondidas.. El contexto de crisis económica a partir de 2008 genera enojo con la era progresista. Las ultraderechas y las derechas saben utilizar muy bien la frustración y el enojo de cierta parte de la población que había mejorado sus condiciones de vida y vio de vuelta en riesgo sus capacidades de mejorar económicamente. Desde esa mirada hay una reorganización de la derecha en determinadas estructuras, bajo las reglas de la democracia liberal.

En Uruguay, ¿cuál es el panorama? ¿La ultraderecha es igual en todos lados?

Salvando distancias de cada realidad nacional, estamos muy mal si pensamos que nunca van a llegar acá las posturas y figuras como las de Milei, Bolsonaro. Debemos mirar con alarma los distintos fenómenos, acciones y posturas que se van construyendo. Hay figuras específicas en el país que tienen una alianza muy fuerte con esas figuras, Manini, sin ir más lejos, tiene un vinculo personal e ideológico con Bolsonaro, ha manifestado simpatías con Katz; Domenech, ha manifestado abiertamente su combate a lo que llama "ideología de género". Tenemos una ley de tenencia compartida y corresponsabilidad en la crianza que viene de la mano de sectores de la sociedad civil vinculados con la ultraderecha.

Debemos mirar con atención dónde se van colocando discursos y prácticas, porque la llegada de la ultraderecha al poder no siempre es tan visible. No necesariamente tenemos que esperar la llegada de un outsider, una figura carismática. No tenemos que esperar partidos nuevos para pensar que en nuestras estructuras tenemos una avanzada de ciertas posturas de ultraderecha que intentan eliminar derechos consagrados.

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