En Uruguay hay instituciones sólidas, estabilidad democrática, derechos consagrados por las leyes y leyes que se cumplen. Hay división de poderes, Justicia razonablemente independiente, partidos políticos sólidos, acceso universal a servicios de salud, educación gratuitas y una amplia cobertura de seguridad social. En suma, podemos poner excusas y encontrar causas para no ir más rápido, pero no somos un país tan pobre. Lo que sí es cierto es que hay demasiados pobres y demasiada desigualdad, y eso trae muchos problemas, el más grave de todos es atribuir las culpas al país y a su presunta pobreza de las debilidades, políticas, intelectuales, ideológicas, técnicas o anímicas de su gobierno.
Es verdad que cuando ponemos la mirada en los $150.000$ niños pobres nos parece que somos un país pobre, y cuando la ponemos en las 25.000.000 de cabezas de ganado nos parece que somos un país muy rico. Pero eso es sólo una mirada engañosa porque no puede ser verdad que cuando nace un niño bajo la línea de pobreza (el 50 % de los 30.000 que nacieron el año pasado), Uruguay sea más pobre, y cuando nace un ternero Angus el país sea más rico.
Dicho esto, y reconociendo las inevitables “limitantes” de las que nos advertía el Pacha para que no fuéramos ni demasiados exigentes ni demasiado ilusos, ubiquémonos en el país real, el que tiene 700.000 pobres, 20.000 personas con un patrimonio de más de un millón de dólares, 60.000 millones de dólares colocados en el exterior por particulares, 17.500 dólares colocados en el exterior por uruguayos, y la inmensa mayoría de los uruguayos no tiene ni un centavo.
El "Espacio Fiscal" y el Presupuesto
Dicho todo esto, terminamos en lo de siempre: el “espacio fiscal” no permite sacar a los niños pobres de la pobreza, mejorar la calidad de la educación, aumentar la cantidad de fiscalías, abordar con potencia los problemas de salud mental ni hacer de las cárceles establecimientos dignos en donde se respeten los derechos humanos básicos. Todo eso iba a quedar para cuando finalizara la aprobación del Presupuesto, que sería difícil porque el Gobierno no tiene mayorías parlamentarias y la herencia que se recibió del gobierno pasado compromete el futuro.
La tormenta perfecta. No se puede poner impuestos a los más ricos porque no está en la agenda del Gobierno; no se van a abatir las exoneraciones fiscales ni siquiera “modestamente”, como aconsejó el FMI, porque no está en la estrategia del Ministerio de Economía; no tenemos mayorías y la herencia fiscal es de terror.
Terminó la discusión presupuestal y ahora nos podemos ir a dormir tranquilos. No vamos a tener ningún cambio significativo en la vivienda social, y los incentivos fiscales para la construcción van a quedar adecuadamente dirigidos hacia apartamentos para la cada vez más reducida clase media, que en su gran mayoría solo alcanza a poder alquilarlos.
Esas exoneraciones difícilmente beneficien a los jóvenes que acceden a una vivienda por primera vez. También nos quedamos tranquilos, los beneficios fiscales de la COMAP no van a ser tocados. En 2024 los “proyectos COMAP” totalizaron casi 2 mil millones de dólares, lo que implica que, haciendo números groseros, el Estado sacrificó al menos la friolera de mil millones de dólares de recaudación. El FMI calcula que una reforma “modesta” podría ahorrar 300 millones de dólares todos los años. Una parte importante de esas exoneraciones va para el sector productivo sin dudas, pero no es menor la cifra que termina subsidiando la importación de productos competitivos con la industria nacional, la sustitución de empleos por máquinas, o sencillamente la destrucción de pymes en favor de erigir una nueva “gran superficie”. A modo de ejemplo, entre los proyectos recientes figuran 125 millones de dólares firmados el 24 de diciembre del año pasado para Uruply, la firma maderera que hace una semana anunció el envío a seguro de paro de 700 trabajadores en Tacuarembó.
Tal vez antes de conceder estas exoneraciones, no olvidemos las del concierto de Shakira; habría que pensar si éstas se justifican y si no se habrá llegado al absurdo de que pagan más impuestos las pymes que las grandes empresas.
Combate a la pobreza y el círculo vicioso
Esto amerita desempolvar algunas ideas sobre el combate a la pobreza que manejábamos en la década de los 60 y los 70 con facilidad, pero que parecerían haber quedado olvidadas ante la marea de neoliberalismo que nos ha invadido, incluido desgraciadamente al Frente Amplio.
Ragnar Nurkse, uno de los pioneros de la teoría del crecimiento económico, se refería al “círculo vicioso de la pobreza”. En efecto, para el estonio y otros economistas del desarrollo, los procesos sociales en los países subdesarrollados eran dominados por círculos viciosos que más presuntuosamente podríamos llamar “equilibrios múltiples”.
Quizás el más notorio de este grupo de notables economistas haya sido Gunnar Myrdal, quien sostenía que la brecha de ingresos y capacidad de consumo entre el selecto grupo de países desarrollados y el mundo subdesarrollado solo podía acortarse repudiando los postulados de la teoría “clásica”, permitiendo a estos países salir de la encrucijada. Este era el pensamiento económico de la década de los ‘60. Este era el tipo de políticas que aplicaba Jawaharlal Nehru en la India, con la invaluable asistencia de un gigante de la profesión, como lo fuera el canadiense John Kenneth Galbraith. Aplicando políticas similares —aunque bajo un signo político nominalmente opuesto al de Nehru—, Antonio Delfim Netto puso en marcha el “milagro brasileño” a partir de mediados de la década de los ‘60.
En efecto, para Myrdal y este grupo ecléctico de economistas, la intervención estatal era fundamental para sacar a la sociedad de ese círculo vicioso de pobreza. No se trataba simplemente de redistribuir bajo argumentos de justicia social. Era buena política económica asegurar cierta paridad de ingresos para movilizar la economía hacia estadios superiores de desarrollo, saltando de un “equilibrio” a otro mejor. Más precisamente, negaba fervientemente el concepto de equilibrio en la teoría económica como una idea errónea, adelantándose varias décadas a los nobeles entregados por “economía del comportamiento”.
El sueco apuntaba a los organismos internacionales —fundamentalmente el FMI y el GATT— como defensores de un “status quo” que aseguraba que la misma piola que había servido para elevar a los países desarrollados quedara embarrada para el resto.
“Un país es pobre porque es pobre”
Nurkse ilustraba el concepto con un ejemplo sencillo. Explicaba que un hombre pobre tiene dificultades para procurar alimento, por lo que va a ser más débil. Por ende, su capacidad de trabajo va a ser baja, por lo que se mantendrá en la pobreza. “Una situación de este tipo, referida a un país en su conjunto, puede resumirse en la trillada proposición: ‘Un país es pobre porque es pobre’”, decía el estonio.
Por el contrario, si a un hombre pobre se le da más de comer, su salud mejorará, y siendo más fuerte, su capacidad de trabajo mejorará, lo que le permitirá producir más comida, y así sucesivamente. “De esta manera el sistema económico podría emerger de su estancamiento y ser inducido hacia una trayectoria de mayor crecimiento impulsada por la mejora en la productividad del trabajador. Si se trata de un agricultor de subsistencia, se le podría proporcionar riego, fertilizantes, mejores semillas y herramientas, y se le podrían enseñar técnicas agrícolas mejoradas. Produciría más y tendría más para comer. Pronto estaría en condiciones de vender parte de su producción y comprar más en el mercado, mejorando así su producción y consumo. La proposición de Nurkse quedaría entonces así: un país se enriquece porque es menos pobre y, por ende, se va haciendo más rico”, concluía Myrdal en “Drama asiático: un estudio sobre pobreza de las naciones” (1968).
No podemos perder de vista que este pensamiento se desarrollaba mano a mano y que la URSS llevaba adelante un proceso de industrialización y mejora en la calidad de vida de su población que ponía —como hoy lo hace China— en tela de juicio el modelo de desarrollo neoliberal que de a poco se iba instalando en la academia y en los organismos internacionales donde iban a parar la mayor parte de estos académicos. Lejos de ser denostado como heterodoxo, desarrollista, cepalista, etc., como ocurriría hoy, Myrdal recibiría el Premio Nobel de Economía en 1974.
Probablemente dirán que lo que hoy escribo es pura ideología y está todo equivocado. No lo leí en ningún manual soviético sino que, cuando lo leí, me parecía demasiado timorato porque eludía el problema del poder. Para la agenda globalista que hoy se camufla bajo el seudónimo de “multilateralismo”, hoy seguramente también están errados China, India, Brasil, Indonesia, Malasia, Corea, Rusia, Sudáfrica (la del apartheid y la actual), y tantos otros países que lograron desarrollarse buscando su modelo indígena de desarrollo, y no repitiendo los dogmas del “mundo basado en reglas”, cada vez más reducido en términos económicos.
Yo pienso que Pacha no estaba pensando en la Revolución ni en cambiar el mundo cuando nos recordaba que había “limitantes”, pero tampoco creo que se haya propuesto ser gobierno para reparar las “veredas”. El Pacha y los votantes frenteamplistas votaron para hacer del Uruguay un país mejor, y un país mejor es, sobre todo, un país en donde nadie sea más que nadie, un país en donde los niños nazcan para ser felices y donde los que tienen más paguen más. Hay que dejar de repetir dogmas neoliberales y seguir recetas de la OCDE y el FMI.
Los ansiosos parecería que empiezan a tener razón porque los prudentes puede que no lleguen a ningún lado.
Yo apuesto que hay margen para rebajar el “costo” fiscal, que hay retoques impositivos que obligatoriamente hay que hacer para cumplir con las políticas sociales que son inevitables, hay que impulsar la investigación científica y la innovación, proveer a la educación y la Justicia de los recursos comprometidos y hacer una fuerte apuesta a la humanización carcelaria y la rehabilitación de los reclusos. Hay que abatir la pobreza infantil y apoyar a los hogares pobres y, sobre todo, a las mujeres jefas de hogar si queremos tener un país habitable.
No alcanza con arreglar las veredas, al menos hay que hacer la revolución de las cosas simples. Pero aún para eso se necesita audacia para hacer lo que se sabe que hay que hacer.