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¿Quién odia a los ricos?

Por Leandro Grille

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Por lo que se sabe hasta el momento, Jair Bolsonaro ganó por paliza en las clases media y alta de Brasil y perdió entre los pobres. El cruce de los mapas de distribución del ingreso y de desempeño electoral de los candidatos es harto elocuente: cuando sube la renta, sube el voto a Bolsonaro hasta alcanzar números tan abrumadores que sugieren un consenso social y, en el otro extremo de la campana, mientras más humilde es la población, crece el apoyo a Fernando Haddad, el candidato señalado por el proscrito que le hubiese ganado a todos: Lula.

Una polarización social tan marcada del voto obliga a indagar sobre las motivaciones colectivas de los electores de uno y otro bando para poder anticipar el rumbo que va a adoptar el país más grande de América Latina. ¿Quiénes votaron a Bolsonaro y qué votaban cuando lo votaban? Algunos analistas pretenden interpretar el voto al excapitán de ultraderecha como un voto castigo al Partido de los Trabajadores (PT) por los casos de corrupción que hubo entre sus filas, pero la corrupción atraviesa a todo el sistema político brasileño y Bolsonaro está lejos de ser un ejemplo de probidad y de ser un adalid en la lucha por la honestidad y la transparencia. Todo sugiere que el presidente electo refleja otra cosa mucho más profunda y menos circunstancial que el rechazo a las inconductas de los políticos: Bolsonaro es la expresión descarnada de un rencor; de un odio visceral que fue cociéndose a fuego lento en vastos sectores de la sociedad brasileña al mismo tiempo que los gobiernos del PT beneficiaban a multitudes largamente ignoradas y desfavorecidas.

La izquierda brasileña ganó cuatro elecciones sucesivas y sólo perdió el gobierno tras un golpe de Estado mediático, judicial y parlamentario. Aun así, lo habría recuperado si le hubiesen permitido comparecer a esta elección con su verdadero candidato y líder principal, favorito en todas las encuestas. Pero a Lula lo metieron preso para impedir esa victoria. En sus 14 años de gobierno, el logro más grande del PT fue sacar de la pobreza a 40 millones de personas, hacer crecer la clase media, conseguir que millones de mujeres y hombres alcanzaran ciertas posibilidades de consumo, pudiesen estudiar, tener sus viviendas, viajar, ir de compras a un supermercado. Esas exitosas políticas de redistribución de la renta que indudablemente constituyen la mayor virtud del período petista son, a la vez, la causa fundamental del “bolsonarismo” de los sectores acomodados. Parece un contrasentido, pero la ultraderechización de las clases medias y altas de Brasil es la consecuencia de los aciertos políticos de la izquierda y no de sus flaquezas o defectos. El fervor discriminador, excluyente, que vocifera el odio a los negros, a las minorías, a los militantes, a los sin techo, a los sin tierra, a los trabajadores, a los estudiantes y a los pobres no obedece a la indignación por las causas del Lava Jato, es la reacción de los incluidos a la inclusión de los excluidos.

El voto a Bolsonaro fue un voto de odio hacia a los pobres y a los que representaron sus intereses. Por eso fue un voto que se concentró en los sectores que no lo son. Esto no significa que no haya habido gente humilde que votó al excapitán, como tampoco que no haya habido multitud de profesionales, artistas, intelectuales y ciudadanos de los sectores medios y medios altos que votaron a Fernando Haddad. Por cierto los hubo y muchos. De hecho, los más prestigiosos intelectuales de Brasil votaron al candidato del PT y se manifestaron abiertamente contra el ascenso de un liderazgo de talante profundamente antidemocrático. Pero, con todo, fueron excepciones: el comportamiento mayoritario fue el otro.

La otra pregunta importante es: ¿qué votaron los que votaron a Fernando Haddad? En primer lugar, los que votaron a Fernando Haddad votaron a Lula, que sigue siendo hasta el día de hoy el presidente mejor valorado de la historia de Brasil. Ni Haddad ni Lula representan el odio hacia los ricos. Su prédica no es emancipatoria en el sentido de remover un yugo y combatir a un opresor de clase. Tanto Haddad como Lula expresan un mensaje de inclusión que no es a expensas o en detrimento de los privilegios de nadie. Los gobiernos del PT mejoraron la vida de los más pobres sin que del otro lado alguien perdiera nada. El voto de los sectores pobres brasileños no tuvo ni tiene un tinte jacobino, no pretendía avanzar sobre la burguesía para hacer justicia popular y expropiarle lo mal habido y mandar al exilio a los oligarcas. Siempre fue un voto a favor de sí mismos, un voto simplemente para poder acercarse a las condiciones de vida de los otros, los que no los querían, los que los odian.

Ahora está claro que en Brasil triunfó el odio a los negros y a los pobres y a los homosexuales y a las minorías. Triunfó la revancha contra más de una década de una gigantesca anomalía constituida de gobiernos progresistas que mejoraron la vida de tanta gente. Quizá el mayor defecto de esos gobiernos fueron sus contemplaciones. Porque si ahora está claro quiénes son y qué quieren los que odian a los pobres, lo que no está claro es quiénes son los que odian a los ricos, los que escondidos tras las murallas de su poder y sus fortunas pergeñan la venganza contra los débiles por el sólo hecho de haber intentado ser felices.

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