Iniciamos la semana pasada -concluido el proceso electoral- una serie de artículos sobre conceptos políticos tan arraigados como riesgosos de obsolescencia y de ambigüedad semántica, apuntando tanto a su necesaria homogeneización semántica como a definir contenidos actualizados. La primera entrega tuvo como centro el concepto-significante de ‘izquierda’. Seguimos esta semana con la importancia creciente, y los cambios en fines y medios, de la llamada ‘comunicación política’.
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Comunicación humana
La comunicación es un fenómeno característico de los seres vivos, de contacto sensorial o ideal entre varios de ellos, en que uno o varios son emisores u orígenes de mensajes hacia otro u otros receptores, que pueden no tener respuesta -monólogos- o tenerla -diálogos-. La comunicación de los seres vivos incluye variedad y complejidad crecientes, al punto que el esquema clásico de contacto emisor-receptor explota en una ascendente variedad de medios de contacto y en una trama más compleja de los mismos.
A fines de los años 50, Paul Lazarsfeld explicó que el contacto comunicacional ya no era puramente emisor-receptor, sino un proceso en que la emisión es canalizada por un conjunto de mediadores del mensaje emitido, a través de un proceso de flujo en múltiples pasos entre emisor y receptor, de modo tal que lo emitido por el emisor no llegaba tal cual salía de él sino más o menos transformado por sus mediadores. Otros científicos agregan que los mensajes encarnan intencionalidades del emisor, sus conceptos y valores, y que los receptores no reciben homogéneamente tampoco los mensajes emitidos sino interpretados por estructuras sensoriales y conceptuales propias de cada sujeto individual y colectivo receptor, y por la intencionalidad y estructura comunicacional de emisores y mediadores, tampoco totalmente homogénea, de los emisores y de los mediadores.
Se puede concluir, gruesamente, que los resultados comunicacionales provienen de significados más o menos compartidos entre emisores iniciales, mediadores y receptores finales (semántica), de modos de articulación de los mensajes intercambiados (sintáctica), y de estilos y profundidades del contacto (pragmática).
Comunicación política
Aplicado todo esto a la política, quien quiera asegurarse de una buena emisión de los mensajes con destino a mediadores y a receptores debe cuidar en primer lugar la comunicación de los contenidos, sus significados (semántica), sus modos de contacto (sintáctica) y sus estilos de llegada (pragmática). Y no solo cuidar esa triple emisión homogeneizada y adecuada a los receptores deseados (retórica aristotélica), sino también el manejo del flujo de múltiples pasos mediadores entre la salida de la emisión y la llegada a la recepción. Hay más: para dominar ese flujo debe diseñar no solo una emisión unificada y eficaz, sino también manipular emisores, mediadores y receptores para homogeneizarlos, y los medios sintácticos y los contactos pragmáticos más eficientes para comunicar lo deseado por la emisión inicial y mediada.
Pues bien, la comunicación política ha ido cumpliendo paulatinamente con este desiderátum de la comunicación eficaz: sabe cada vez más de los requisitos para una emisión eficaz de emisores a receptores, y también elige y coopta mejor los mediadores más eficaces para la introyección de los mensajes emitidos. Ha homogeneizado y racionalizado los contenidos emitibles; ha cooptado, elegido o formado mejor a los mediadores del flujo comunicacional; y ha estudiado mejor los a priori de los receptores para el mejor impacto en ellos de emisiones y mediaciones. Se acerca -y esto puede constatarse- al ideal de manipular macrocomunicacionalmente, antes de cada contacto puntual, los a priori de los que serán más que nada receptores, creando una macroestructura de a priori para alinear mejor a receptores y mediadores con las intencionalidades comunicacionales de los emisores. Un gran ejemplo pionero de esta evolución es la imposición de la macroestructura profunda, en la estructura del deseo colectivo, de los a priori consumistas por el capitalismo de posguerra y de poscrisis de oferta de fines de los 20, tal como lo indicó pioneramente Jean Baudrillard en El sistema de los objetos (1968) y en La sociedad de consumo (1970).
Las ciencias sociales profundas (semiología, antropología, sociología, psicología, psicología social, comunicación, cibernética, teoría de los sistemas) han contribuido a esa creciente manipulación comunicacional de los emisores, ayudando a quienes les prestaron atención a articular más eficazmente las emisiones, a instrumentalizar mejor el proceso de flujo de los mediadores, conociendo más de los a priori semánticos, sintácticos y pragmáticos del contacto con los receptores, y, por sobre todo, ayudando a diseñar una estructura profunda del deseo consumista para reaseguro de demanda eterna para la oferta capitalista. Desde el punto de vista político-ideológico, y también electoral, la construcción de la opinión pública y del sentido común son operativos, porque desvirtúan la soberanía popular como ancla de la democracia de partidos y republicano-representativa, y como opositor de las élites, ya que lo que ‘el pueblo’ quiere es cada vez más lo que los grandes emisores desean que desee, reforzado por un flujo de mediadores en sintonía.
Camino a un populismo carismático
Las masas son chanchos que votan cada vez más entusiastamente a Cattivelli, a pesar de afirmaciones en contrario de Pepe Mujica, porque a la gente no ilustrada siempre, y crecientemente, se la convence de que para los chanchos lo mejor es Cattivelli, y hay cada vez más sofisticados modos de hacerlo. Esto ya lo tenía claro Gustave Le Bon en 1900. Es por eso que puede afirmarse que la democracia, sin pasaje de retorno, deviene cada vez más en un populismo carismático, lo que ya sostenía el genial Max Weber en 1917.
Empoderar al soberano es, cada vez más, asegurarse el predominio de la alienación y de la falsa conciencia. Es muy claro, sobre todo si no se le hace caso a Gramsci y a su postulación de generar una cultura cívica que no convierta la dominación política en una cobertura para la explotación económica, dada la estructura consumista de un deseo que se alinea con ella y no con la liberación sociocultural. Esto es lo que se ha visto en Uruguay: sujetos similares, de colectivos semejantes, pueden votar a Pacheco en los 70, a Mujica en los 2000 y a Manini 15 años después; no hay estructura ideológica articulada.
Las movilizaciones masivas actuales son reivindicaciones más o menos puntuales de cotidianidades creídas y sentidas como básicas, no ítems de una ideología articulada axiológicamente deseable (chalecos amarillos franceses, rebeldías árabe-islámicas de inicio en Túnez, protestas de los años 2000 en Brasil, actuales movilizaciones en Chile y otros países latinoamericanos). No hay que entusiasmarse mucho con estas explosiones reivindicativas porque pueden no distar tanto de los vandalismos de Kibón como podría parecer; son liberaciones de pulsiones con baja articulación ideológica y muy poca factibilidad de agregación y continuidad ampliada.
Las redes sociales facilitan la reacción en el corto plazo, pero la desideologizan en el mediano plazo; es solo reprimirlas y esperar a que se despotencien ideológica y agregadamente en el espacio-tiempo. No pongamos las esperanzas en las explosiones que podamos ayudar a inducir desde la militancia en las redes; las redes, por sobre todo, son instrumentos de los emisores, que imbecilizan, simplifican y hacen puntuales las reivindicaciones, despotenciando ideológicamente e impidiendo la acumulación en el tiempo, el espacio y los contenidos. Solo si se partiera de ellas para trascenderlas, que podría ser lo correcto, pero esto sería crecientemente obstaculizado por la estructura del tiempo consumista, sus urgidos deseos materiales, y su estructuración comunicacional cada vez menos racional y más emocional.
Desde estas páginas aconsejamos varias veces al gobierno del FA las tareas comunicacionales que serían básicas y que podrían ser necesarias para una retórica que apreciara como reales los logros gubernamentales. No se hizo y sí lo hicieron los opositores, imponiendo lo contrario, con lo que finalmente los destronaron. Se reitera, y ampliadamente dada la nueva comunicación en el siglo XXI, el error del comunicado número 1 del MLN, que ya signaba su derrota futura: los hechos nunca hablan por sí mismos, y lo hacen cada vez menos con emisores cada vez más sabios sobre sus receptores, una trama de mediadores mejor alineados con los emisores, y con medios de comunicación más aptos para la explosión desideologizada y puntual, sin agregaciones espaciales ni temporales (hoy las redes sociales).