Estaba leyendo material sobre este nuevo capítulo del conflicto Rusia-Ucrania y me había olvidado de apagar el plasma. De golpe, aparece en pantalla la Semifinal del Campeonato Europeo de Futsal. ¿Quiénes lo estaban jugando? Rusia y Ucrania. Primero pensé que era una pesadilla en medio de un ‘sueñito’ en el sillón. Pero no; la semifinal europea de futsal la estaban jugando 2 equipos de países que no son europeos, no forman parte de la Unión Europea actual, que nunca fueron ni se consideraron parte de Europa; y que están mortalmente peleados hace siglos, pero especialmente en estos días. Lector, como si al despertarse de una siestita usted se encontrara que la semifinal del sudamericano de futsal la estuvieran jugando Arabia Saudita e Irán, más o menos. Bueno, quizás no tanto, porque Ucrania es candidata a entrar en la UE, y Rusia, que ya fue parte de los aliados en la 2ª Guerra Mundial, siempre tuvo lazos comerciales importantes con los países europeos, antes, durante y después de 1949, y luego de la disolución del Pacto de Varsovia por el fin de la URSS. Pero igual: tremendo disparate histórico-geográfico, que hasta contradice la tendencia de FIFA de gobernar el planeta y agrupar a los países y las competencias a través de asociaciones o federaciones regionales geo-históricamente conformadas en el tiempo.
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Pero otra cosa me llamaba la atención y contribuía a la fugaz sospecha de que era una pesadilla: que estuvieran jugando entre sí nacionalidades en un conflicto secular que al día de hoy estaba muy al rojo vivo. Porque hace ya muchos años, desde mucho antes de la fundación de la FIFA (que rige el Futsal a través de la Eurobol, como el fútbol sudamericano mediante la Conmebol), Rusia y Ucrania mantienen un conflicto más o menos cruento, que en este momento atraviesa una fase particularmente dura, como sabrá por los titulares periodísticos mundiales y locales en estos días. Normalmente la FIFA, para evitar que las rispideces extrafútbol se expresen en las canchas, tribuna o alrededores con motivo de partidos y campeonatos, no fija esos partidos o coloca a los países involucrados en grupos diferentes o, incluso, en continentes diferentes; por ej. para evitar rispideces posibles de los países árabes y musulmanes con Israel incluyen a este último país en las Eliminatorias europeas, disparate geohistórico respetable porque supuestamente evita violencias eventuales. Entonces, con esos antecedentes, ¿no era esperable que naciones en conflicto secular, actualmente endurecido, pudieran usar juego duro en la cancha, o que sus hinchadas se pelearan, con o sin violencia en la cancha, o que rusos y ucranianos presentes se pelearan en la ciudad o en las terminales de transporte? No era descartable, y por eso Israel juega las Eliminatorias en Europa, otro disparate geohistórico, pero con alguna racionalidad metadeportiva.
Lo que pasa, lector, es que FIFA es una transnacional, que adquiere parte de su lógica de poder por su autonomía, tanto respecto de los niveles nacionales como internacionales, que no acepta límites ni subordinación a las voluntades ni normativas nacionales ni internacionales. Por lo tanto, decidió ignorar los límites político-administrativos de las Naciones Unidas, de la Unión Europea y hasta de la OTAN, y las pertenencias e identidades de Rusia y de Ucrania, y hacerlos jugar por Europa y aunque estuvieran en ese momento más peleados que siempre; o sea con mayor riesgo de generar violencias en canchas, tribunas o entornos con motivo del partido.
Autosuficiencia e irresponsabilidad que no demuestran cuando exageran esas mismas preocupaciones ahora descartadas con motivo de Rusia-Ucrania en futsal, y eliminan los contactos deportivos y locales entre Israel y los países árabes y musulmanes en las Eliminatorias FIFA. ¿Doble rasero? Sí, muy probablemente; aunque ese doble rasero que deja que se maten rusos y ucranianos, pero preserva a los israelíes de la violencia con motivo del fútbol, puede entenderse porque, transnacional y todo, no comen vidrio, tienen en cuenta el contexto geopolítico e influyen en él. Aunque valga la aclaración: los futsalistas jugaron con ejemplar limpieza, pese a todos los justificados temores, gran triunfo del deporte. Veremos por qué. Pero déjenme referirles, como antecedente de este doble rasero que cuida exageradamente a algunos y descuida a otros, dos antecedentes locales: uno, cuando, luego de una escaramuza postclásico en el centro de Montevideo, el jefe de Policía capitalino declaró, en un arrebato humanista y salomónico, que lo mejor sería que a las hinchadas de Peñarol y Nacional se les diera un terreno libre para que se mataran allí entre ellas; dos, o cuando, para ordenar la salida del Estadio y prevenir choques de hinchadas, el operativo de ‘seguridad’ decidió que la hinchada menor y visitante saliera después de la mayoritaria y local, desatando la envidia del Marqués de Sade en su tumba; en todo el mundo está en la tapa del libro que, haciendo eso, la hinchada mayor y local esperará a la menor y visitante para masacrarla a voluntad; en cambio, dejando que los menos se vayan a sus barrios rápidamente, la evacuación será más veloz y los locales saldrán cuando ya se hayan ido los visitantes. Asistí a dos masacres planeadas de esas: Cerrito-Peñarol en el Estadio, y Cerrito-Nacional en el Parque. La cordura de dirigentes e hinchas, y los celulares, evitaron las matanzas, que en el siglo XX hubieran sido seguras.
Pero volvamos al doble rasero de la multinacional y su falta de inocencia geopolítica. Sobreproteger a Israel es algo que todo Occidente ha hecho desde la mitad del siglo XX en adelante, quizás en parte, aunque tarde y mal, para limpiar la discriminación secular contra los judíos en Europa desde el Medioevo con auge en los siglos XV y XX. Y dejar que se maten rusos y ucranianos es pensar y sentir lo mismo que nuestro folclórico jefe de policía, que no es el único en recomendar tales soluciones. Además, absorber a Ucrania en Europa es uno de los puntos más sensibles para la reacción rusa a las tentativas independentistas de Ucrania, porque preludiaría una presencia más ominosamente cercana de la OTAN. No siempre Ucrania intentó su independencia con tanto peligro y desmedro para Rusia; Rusia siempre se opuso, pero no con tanto fervor como ahora, cuando Ucrania insiste pero con mucho mayor daño eventual para Rusia que nunca.
Para que no parezca, por el contenido de este relato hasta ahora, que estamos a favor del ‘inocente pececito de Ucrania’ frente al ‘diabólico tiburón de Rusia’, pasemos a explicar cómo en realidad estamos frente a un cuasi-dilema entre Guatemala y Guatepeor sin siquiera claridad sobre quién es cuál en ese dilema.
Absorber a Rusia en Europa es un viejo sueño utópico que solo intentaron, y fracasaron estrepitosamente en él, figuras tan mesuradas como Napoleón Bonaparte y Adolf Hitler. Sería de las últimas cosas que Putin, con su sueño simétrico al de Napoleón y Hitler (la Gran Rusia antioccidental rediviva), haría: pertenecer a la Europa semi-seudópodo de los Estados Unidos.
No hay solo un interés posesivo e imperial de Putin y de toda la Rusia histórica (al menos desde el siglo XVII) en la Ucrania sin independencia, solo favorecida cuando fue una república de la URSS; aunque lo hay. Pero el interés es porque Putin, su autoestima tradicional rusa, y los nuevos grandes ideólogos macro-geopolíticos como Alexander Duguin, recomiendan una lucha contra el liberalismo, en especial contra el norteamericano, aunque no desde las alternativas al mismo ya derrotadas por la historia (Fukuyama), sino desde una alianza sino-rusa y desde la derrota de la globalización neoliberal reflotando y uniendo las tradiciones nacionales. A lo que se le llama ‘nueva derecha conservadora’, denominación que rechazo porque no da cuenta de su novedad y la reduce a ‘deja vu’ que no permite describir ni entender sus contenidos, tal como los malentiende la izquierda hoy. Aunque es comprensible que los Estados Unidos, Europa y la izquierda los teman, a Putin y a China; y no solo ni principalmente por ser excomunistas. Por eso es que la defensa de Ucrania es tan significativa para Europa y la URSS, y por qué la izquierda, sin decirlo y sin entender en profundidad a Putin, está de su lado: como obsoleto reflejo condicionado de la Guerra Fría. Porque si a alguien lo apoyan USA, Europa y etc. sea anatema. Aunque los ucranianos tengan asesores, milicias, contactos y los personajes más vomitivos imaginables.
En este contexto, incluir a Ucrania y a Rusia en el campeonato europeo de futsal es un gran logro simbólico de FIFA; y yo creo que nada inocente; y que muestra su enorme poder como transnacional porque así como hoy a Ucrania le debe haber gustado mucho poder jugar como europea, a Rusia no le debe haber gustado nada ser europea, aunque sí ganarle a Ucrania e ir a la final con Portugal. FIFA toma partido implícito en un conflicto geopolítico añejo, significativo, y actualmente cruento: se tragan a Rusia, sueño occidental venerable, y consiguen que Ucrania sea europea, sueño del siglo XX. La sorpresa de encontrarse ese partido Ucrania-Rusia fue multidimensional.
Vistos con herramental analítico tradicional, que da cuenta de la Guerra Fría y de los bloques bipolares hasta 1990, pero que ignoran progresivamente todo el mundo posterior, hasta hoy: se trata de dos naciones de derecha, conservadoras, belicosas: una de ellas imperial porque puede y siempre lo ha soñado; y la otra, que quiere escapar a esa potencia imperial abrazándose a todas las peores serpientes que haya, salvo a las que lo han acosado siempre y acosan ahora más directamente.
Para complicar un poco el panorama para la evaluación político-moral de la situación, muchos de los líderes del complejo geopolítico adverso a Rusia y a China, y que está del lado de Ucrania, son personalmente admiradores del autoritarismo gélido, imperturbable y probablemente inescrupuloso de Putin. Uno de los pocos gestos humanoides que el líder chino puede exhibir es hacia Putin; y viceversa. Asimismo, es claro lo que Trump, Netanhayu y los príncipes sauditas, o Duterte, sienten por Putin: una mezcla de respeto y admiración, pero personales, no geopolíticos. Pero los ucranianos no pueden recurrir a ese santoral; es otro el nido de víboras al que pueden acudir y que promete no morderlo como los otros. Y como siempre los independentistas lo han hecho, se abrazan a cualquier víbora para perseguir lo suyo, no importa qué victoria a lo Pirro puedan propiciar: tantos indígenas apoyaron a los españoles, por ejemplo, aunque solo se recuerdan los que se les opusieron, y que perdieron, mientras que los que los apoyaron sobrevivieron mejor, y fueron fundamentales para la Conquista; traidores siempre hubo, a veces recordados, a veces no; depende de la novela histórica que se pergeñe y que se difunda.
Limpiamente analizados, los elencos gobernantes y las alianzas europeas y occidentales que respaldan a la actual Ucrania no son edificantes; pero no creo tampoco que el eje sino-ruso y la contagiosa caracteriología Putin garanticen bienaventuranza para la ya decadente humanidad. Por eso lo del título. ¿Habrá una alternativa, un tercero en discordia? La izquierda está tan obsoleta y desorientada, aunque cree que se autocritica y actualiza, que dudo que sea. ¿Y entonces?