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Sin perdón al olvido

Por Enrique Ortega Salinas

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Caras y Caretas Diario

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Hay tramos de la historia que no tenemos derecho a ignorar y menos olvidar. Hay hechos que debemos narrar a nuestros hijos para que no cometan los errores que nosotros cometimos, unos por defender intereses oscuros, otros por creer una y otra vez en los mismos vendepatrias de siempre, otros por no saber defender lo que debíamos defender.

Caras y Caretas nació hace dos décadas, en la fría madrugada del 3 de agosto de 2011; y desde entonces ha sido la cruda cronista de todo aquello que a veces nos llenó de alegría y muchas otras, de amargura e indignación. Gobernaba entonces Jorge Batlle, el menos batllista de los Batlle, el cuarto de su familia en llegar al gobierno, el más neoliberal de los colorados y el más persistente de los candidatos presidenciales, ya que intentó llegar a la presidencia en cinco oportunidades: 1966, 1971, 1989, 1994 y 1999. Cuando por fin se le dio, sus convicciones ideológicas (era un neoliberal honestamente convencido) llevaron al país al peor de los desastres; aunque no todo fue culpa suya.

Uruguay venía de padecer dos gobiernos de Julio María Sanguinetti (1985-1990/1995-2000) con un terrible intervalo plagado de hechos de corrupción protagonizado por Luis Alberto Lacalle (1990-1995). ¡Cómo hubiera querido Jorge Batlle recibir un país como el que el Frente Amplio entregó a Luis Lacalle Pou en 2020!

Como sea, Caras y Caretas nació en una época en que todavía imperaba la infame Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado, redactada por el Partido Nacional y promulgada durante el primer período presidencial de Sanguinetti. El Partido Colorado no sospechaba que aquel gobierno de un Batlle antibatllista estaba llevando al partido a una debacle histórica y, hasta ahora, irremontable. Eran los tiempos del “riesgo país”. El dedazo, el amiguismo y el tarjetazo estaban a la orden. Era el tiempo del ministro Alberto Bensión, sucesor de Luis Mosca.

En la Carta Intención elevada al Fondo Monetario Internacional, Bensión (léase Batlle) se comprometió, como buen neoliberal, a bajar el salario real, la inflación y el gasto público. Tal como escribió Alberto Grille, “La receta fracasó como había ocurrido antes y como volvió a ocurrir. En pocos meses, mientras Bensión dormía, aumentó la inflación, crecieron el desempleo y el endeudamiento externo y bajaron los salarios y pasividades”. “Una fotografía de ese día” (cuando nace C&C) “mostraba la caída del Producto Interno Bruto, disminución de las exportaciones, de la inversión externa directa y del salario real, aumento de la tasa de desempleo, de la pobreza, de la indigencia, de la inflación, de la cotización del dólar, del déficit fiscal y del endeudamiento externo”.

Era obvio; pero los neoliberales no oyeron las advertencias del Frente Amplio. Bajar la inversión social y el salario real, retirando al Estado de donde jamás debería retirarse, claudicando en la ayuda a los más necesitados, solo aumentaría la tragedia, y así fue.

En tanto, Argentina era un caos. El 20 de diciembre un helicóptero sacó al presidente Fernando de la Rúa de la Casa Rosada, abandonando el poder. Desde el 20 de enero de 2001 hasta el 20 de enero de 2009, George W. Bush gobernaría Estados Unidos. En Venezuela, desde 1999, Hugo Chávez Frías ejercía la docencia política despertando a los pueblos sometidos, derrotando electoralmente a adecos y copeyanos y poniendo fin al pacto de Punto Fijo. Millones de personas eran salvadas de la pobreza, la discriminación y el analfabetismo, mientras el imperio recurría a todos los métodos posibles para sacarlo del poder; pero él se iría invicto a la tumba recién en 2013. Lo acusaron de dictador; pero ningún otro gobernante convocó a las urnas tantas veces, aceptando el veredicto popular en cada ocasión. “El mejor sistema electoral del mundo es el de Venezuela, y el peor, el de Estados Unidos”, señaló por aquellos tiempos el expresidente estadounidense Jimmy Carter, cuya fundación monitoreaba los comicios venezolanos.

Uruguay, por su parte, daba vergüenza en materia de derechos humanos y aquellos que habían torturado y violado, que habían asesinado a quienes pensaban distinto, que habían secuestrado niños y puesto al país de rodillas, andaban libremente por la calle. Nino Gavazzo, Hugo Campos Hermida, Gregorio Álvarez, Juan Carlos Blanco, Juan María Bordaberry, entre otros, disfrutaban de la impunidad y el dinero de sus pensiones pagadas por todos los orientales.

 

Cabe acotar que Juan Carlos Blanco, que fuera canciller de Bordaberry y de la dictadura blanquicolorada militar y embajador de esta ante la ONU, fue procesado con prisión preventiva en octubre de 2002 por el secuestro y asesinato de la maestra Elena Quinteros; pero obtuvo la libertad provisional siete meses después. Recién el 16 de noviembre de 2006 el juez Roberto Timbal lo sometió a proceso y a prisión preventiva junto al expresidente y exdictador Juan María Bordaberry por los asesinatos de Zelmar Michelini, Héctor Gutiérrez Ruiz, Rosario Barredo y William Whitelaw Blanco en mayo de 1976 en Buenos Aires.

El 17 de enero de 2017 un Tribunal de Italia lo condenó a cadena perpetua por la muerte de ciudadanos italianos en el marco del Plan Cóndor.

Juan Carlos Blanco, del Partido Colorado, murió este 22 de agosto a los 87 años.

En cuanto al militar y dictador Gregorio Álvarez, fue procesado en 2007 (ya cuando gobernaba el Frente Amplio) por la desaparición de 37 personas, también en el marco del Plan Cóndor. En 2008, el Tribunal de Apelaciones cambió la carátula del expediente de “reiterados delitos de desaparición forzada” a “reiterados delitos de homicidio muy especialmente agravados” y fue condenado a 25 años de penitenciaría. Recién entonces el BPS suspendió la jubilación que percibía como expresidente de la República. El Goyo murió a fines de 2016 a los 91 años de edad.

Sin embargo, Batlle no había comenzado mal y generó una expectativa positiva cuando creó la Comisión para la Paz, integrada por referentes de los partidos tradicionales, del Frente Amplio, el arzobispo de Montevideo y reconocidas personalidades. Los restos de dos desaparecidos durante la dictadura fueron entregados a sus familias en Argentina y se encontró a Macarena Gelman; pero la alegría duró poco, ya que el mismo poeta Juan Gelman, abuelo de Macarena, acusó a Batlle, dos años después, de haber usado el caso con fines políticos y ocultar información sobre el lugar donde yacía el cuerpo de su nuera María Claudia García. Todo aquel aparente y primario esfuerzo por desenterrar la verdad sobre el Plan Cóndor finalmente se fue evaporando; el presidente se dio por cumplido y no quiso saber nada más.

Batlle había derrotado a Tabaré Vázquez en una segunda vuelta (1999) en alianza con el Partido Nacional y la Unión Cívica, obteniendo 54,13% de los votos contra (45,86%) del Frente Amplio. Uruguay pagó bien caro aquel error.

Jorge Batlle se subordinó, tanto por necesidad como por entusiasmo y adoración, a Estados Unidos, intentando de cualquier manera un acuerdo de libre comercio con dicha potencia.

En abril de 2002 Batlle rompió relaciones diplomáticas con Cuba, las que serían restablecidas cuando el Frente Amplio llegara al gobierno; pero ya en 2020, cuando asumiera Luis Lacalle Pou, la agresión contra la revolución cubana continuaría y comenzaría con un insulto diplomático al no invitar a su asunción a los presidentes de Cuba, Venezuela y Nicaragua, por lo que dicha ceremonia se convirtió en una cumbre derechista.

Pese a toda la genuflexión de Jorge Batlle, el FMI le cerró los grifos al concluir que no era seguro prestar dinero a Uruguay; pero George Bush le dio una mano con un préstamo de 1.500 millones de dólares que evitó el desplome total. Pero si algo de 2002, aparte de la crisis económica, quedó grabado a fuego en nuestra memoria, fue lo que Batlle respondió a un periodista de la cadena Bloomberg cuando le preguntó si a nuestro país le sucedería lo mismo que a los argentinos: “¡Una manga de ladrones del primero al último!”. “No compare Argentina con Uruguay, ¿o usted es ignorante?”. De remate, opinó sobre el presidente argentino: “Pero ¿cómo le voy a plantear a Duhalde nada, querido? No tiene fuerza política, no tiene respaldo, no sabe a dónde va”.

Todo terminó con Batlle viajando a Buenos Aires a pedir disculpas públicas.

Aquel año fue patético para él. Fidel Castro lo había etiquetado como “un judas, un genuflexo y un mentiroso de los grandes”, y no eran pocos los uruguayos que suscribían lo dicho por el legendario caribeño.

Jorge Batlle intentó desmonopolizar la venta de combustibles (lo mismo que ahora pretende Luis Lacalle Pou); pero los trabajadores organizados lo impidieron.

La receta neoliberal dio sus frutos: se alcanzaron niveles históricos de desempleo mientras los depósitos bancarios desaparecían y dos personas se suicidaban cada día. En julio de 2002, y en medio de la crisis bancaria, el senador frenteamplista Alberto Couriel llevó adelante la interpelación al ministro de Economía. Bensión no cayó; pero el presidente tuvo que remover a César Rodríguez Batlle, director del Banco Central del Uruguay. Días después, el Partido Nacional (aliado del gobierno colorado) le soltó la mano al responsable de la conducción económica y se plegó a la exigencia del Frente Amplio de que Bensión renunciara. El 20 de agosto, “renunció” Bensión y fue sustituido por Alejandro Atchugarry, quien no estaba precisamente ansioso por agarrar aquel hierro caliente; pero fue un gran acierto de Jorge Batlle, porque Alejandro, cuya esposa había fallecido poco tiempo atrás, era querido y respetado por todos los partidos políticos.

Bancos liquidados, banqueros procesados, ahorristas suicidándose, fuga de depósitos, corralito bancario disfrazado de feriado bancario (desde el 30 de julio hasta el 5 de agosto), asalto a mercados, el ministro del Interior Guillermo Stirling desbordado por los saqueos, helicópteros de la Fuerza Aérea sobrevolando Montevideo e Isaac Alfie arrodillado ante los delegados de Estados Unidos clamando por un préstamo puente de 1.500 millones de dólares para capitalizar los bancos estatales y evitar caer en default. El Partido Nacional huyendo del barco timoneado por Jorge Batlle, retirando del gobierno a los ministros Álvaro Alonso, Carlos Cat, Sergio Abreu, Antonio Mercader y Jaime Trobo.  Con ese cuadro, nadie le pedía milagros a Atchugarry, quien puso toda su voluntad, logrando lentamente que lo peor fuera pasando. Sin embargo, Atchugarry renunció al Ministerio de Economía luego de un año y, tras haber solucionado buena parte de los problemas, volvió al Senado. Fue cuando el presidente nombró al neoliberal Isaac Alfie al frente de dicha cartera y regresamos al desastre.

Encaramado sobre su reconocida soberbia, cuando los periodistas le preguntaron sobre las propuestas del Frente Amplio para enfrentar la crisis, revoleó sus ojos hacia el cielo y dijo que estaba en la tapa del libro que aquello (unas treinta medidas) no debía hacerse. En pocas palabras, se cargaron sobre la espalda de los más débiles las peores consecuencias de la crisis; lo mismo, exactamente lo mismo, que Luis Lacalle Pou hizo cuando estalló la crisis económica de 2021 como consecuencia de la pandemia por un lado y de su ideología por otro, salvaguardando a los “malla oro”.

En 2004, Tabaré Vázquez ganó las elecciones pulverizando al Partido Colorado, y Batlle obtuvo una banca en el Senado, pero la abandonó dejando en su lugar a Isaac Alfie. Varios años después, y tras el triunfo del Partido Nacional, Lacalle Pou lo designó como su futuro director de la OPP. Alfie viajó a Estados Unidos y declaró en un juicio contra su propio país para apoyar a la empresa demandante, la cual pretendió, sin éxito, que Uruguay le pagara 3.536 millones de dólares.

Cuando el Frente Amplio llegó al gobierno con Tabaré en 2005, luego con José Mujica en 2010 y después, en 2015, nuevamente con Tabaré, todo cambió abruptamente. Uruguay pasó a ser el país con el salario mínimo nacional más alto de América Latina y el Caribe, el país menos corrupto (junto con Chile), el país con menos pobreza e indigencia, con 15 años de crecimiento ininterrumpido, el país del Plan Ceibal, el país del Plan Ibirapitá, el que multiplicó los salarios de maestros y policías, el de la ley de 8 horas para los trabajadores rurales (terminando con la explotación laboral de los grandes terratenientes blancos y colorados), el país libre de humo, el que le ganó un juicio a una multinacional de la muerte, el país donde los derechos humanos comenzaron a ser prioridad, el país que dejó de enviar a la cárcel a las mujeres que decidían interrumpir un embarazo, el que enfrentó como nunca la discriminación contra personas por su condición sexual, el país donde ni Tabaré ni el Pepe se llevaron un pinche peso a su bolsillo. Por el contrario, Pepe Mujica donaba la mayor parte de su sueldo.

Justo es decir que cuando Tabaré le ofreció a Jorge Batlle ser su embajador en Estados Unidos (considerando la excelente relación que éste tenía con la Casa Blanca), el expresidente tuvo la grandeza de rechazar gentilmente la oferta manifestando que era público y notorio que él no era un buen diplomático. Generalmente, un neoliberal es un conservador de privilegios, un vivo, un egoísta desalmado que busca privilegiar a una minoría a costa de las mayorías populares. Jorge Batlle, como ya señalamos, era un neoliberal convencido, y ni los hechos irrefutables lo lograron convencer de que las fórmulas que hoy utiliza Luis Lacalle Pou solo deparan injusticia, dolor y corrupción. Tengo para mí que era un ser humano bien intencionado, pero su inteligencia lo traicionó y se aferró a postulados erróneos que provocaron tragedias, ya que de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno.

Todos estos episodios históricos fueron quedando grabados en las páginas de Caras y Caretas, que nunca ocultó sus convicciones políticas. De estas salieron las más fervorosas defensas de la izquierda; pero también las más crudas críticas, porque el peor favor que un revolucionario le puede hacer a su causa es ser obsecuente. Criticamos lo que había que criticar y defendimos con uñas y dientes lo que había que defender. No siempre nos entendieron.

Con el herrerismo en el poder, no son pocas las voces que anuncian el cierre de la revista; pero, por el contrario, Caras y Caretas ha redoblado la apuesta haciendo televisión por streaming, logrando niveles de audiencia que superaron las predicciones más optimistas.

Con Lacalle Pou, Uruguay tiene el triste reconocimiento de estar entre los países que menos han invertido para contrarrestar las consecuencias de la crisis producida por la pandemia; han descendido el salario real y las pasividades, se han recortado de manera infame infinidad de planes sociales creados por el Frente Amplio mientras se aumentan los sueldos de los cargos de confianza; la corrupción, el amiguismo, el nepotismo y el tarjetazo se han disparado tanto como los abusos de la Policía. No hay dinero para que los escolares puedan repetir un plato de comida; pero sí para comprar dos cuadros por 18.000 dólares.

La única promesa electoral que han cumplido los aliados derechistas es la de (al decir de Sanguinetti y refiriéndose a los derechos de los trabajadores) “desplumar al pollo pluma por pluma, para que no chille tanto”.

Estamos en un momento nuevamente dramático; pero nadie nos prometió nunca un jardín de rosas. La lucha continuará, y en esa lucha (que a nadie le quepan dudas) Caras y Caretas estará en la primera línea de combate. Hablamos de lucha de ideas, no de una revolución de fusiles, sino (y como decía Chávez) una revolución de mentes y corazones.

Leandro Grille está siendo demandado por un socio del poder por llamarle farsante a un farsante, el gobierno se queda con dinero legítimamente ganado por la revista y los líderes sindicales están sufriendo un ataque como solo se vio durante la dictadura.

Mientras la derecha se manifiesta en contra del monopolio de Ancap, defiende el monopolio de Katoen Natie, entregándole el puerto por 12 períodos de gobierno y pisoteando las leyes. Y mientras dedican todo el mes a la deuda de 48.000 pesos de Óscar Andrade, los grandes medios no dicen ni una letra de una información que cuando me llegó por diversos medios, tuve que chequearla porque me parecía demasiado escandalosa como para ser cierta; pero lo es.

El abogado de Katoen Natie es Augusto Antonio Durán Martínez, integrante del Comité de Ética del Partido Nacional, cuyo hijo Andrés es nuestro embajador en Estados Unidos. Enrique Antía contrató a Augusto Durán para elaborar informes pagándole 12.000 dólares, aun cuando la Intendencia de Maldonado tiene sus propios abogados, y fue subsecretario de la Presidencia entre 1990 y 1995, cuando gobernaba el padre del actual presidente.

El Partido Nacional entregó el puerto sin contar con más informe jurídico que la opinión del abogado de la empresa, amenazando con demandarnos por 1.500 millones de dólares.

¡Cuánta razón tenías, Graciela! Esto es entre oligarquía y pueblo y nadie, absolutamente nadie, hoy puede negarlo.

Por esto y más, la lucha de Caras y Caretas es contra la desinformación y el olvido. Lleva veinte años resistiendo toda clase de ataques; pero tengo una mala noticia para nuestros adversarios.

No nos rendiremos nunca.

No nos rendiremos jamás.

 

 

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