Lorena llegó con sus compañeros del liceo a una reunión que ya estaba empezada. Se ubicó en una de las cabeceras disponibles del gran mesón y se mostró atenta a la palabra que hacía rato estaba circulando entre los otros. Es joven y delgada y luce su cabello desordenadamente amarrado, formando un moñito en la parte superior de la cabeza, que le da un aire típicamente juvenil e informal. Lo cierto es que su magia emerge cuando habla. Tiene un timbre de voz decidido, intenso, seguro. Me sorprende y encandila cuando hace uso de la palabra, tanto que no puedo dejar de escucharla con muchísima atención por la certeza de su tono y la potencia de su voz.
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Estamos hablando de nosotros, los docentes, y de cómo encarar la tarea con los estudiantes que viven las situaciones más difíciles, los que tienen sus vidas dañadas. Nuestra obsesión reside en buscar un camino para acercar posibilidades y que se reencuentren con el sentido de estar en el liceo. Son jóvenes que tienen historias previas muy complejas, que han recursado varias veces, que vienen de familias en las que no se advierte en la educación un mecanismo para la construcción de otro futuro diferente al que ese origen ofrece. Toda la reunión tiene un tono esperanzador, pero nunca pierde la carga natural de realismo, de lo difícil que es la tarea y de la necesidad de recoger evidencia desde la práctica, de la casi obligatoria postura de comprender que algunos humanos necesitan una dosis de atención diferente a la que se ofrece normalmente en un encuadre educativo tradicional. Por eso el tema de habitar el aula con otro docente, de formar duplas y tríos, sale naturalmente. Y allí es cuando es potente la voz de Lorena. Ella ofrece su experiencia de trabajo con docentes de otras asignaturas. Su claridad me impresiona. Deja explicitado sin segundas interpretaciones que trabajar con otros y buscar el camino de la interdisciplina no significa abandonar la transmisión de saberes desde su propio campo de conocimiento, pero nos desafía con fuerza a la imprescindible tarea de resignificar, de redefinir el lugar del profesor. Mientras me atrapa su discurso, reafirmo qué importante es escuchar a los protagonistas de la vida educativa y dejar de escuchar a los que hacen alusiones teóricas desde los espacios de cátedra y se ponen a opinar o pretenden diseñar la vida de los otros como quien brinda recetas que se pretenden mágicas.


Me captura la sensibilidad y sinceridad de Lorena y su claridad para poner en palabras sencillas conceptos tan potentes. “Todo depende de cómo se para uno como profe”, nos dice. Y a partir de allí comienza a explicar cómo, sin exonerarse de la responsabilidad de ser, como docente, portadora de contenidos, no es una erudita ni tiene un saber único porque verdaderamente hoy los profesores hemos perdido el monopolio de la información y debemos construir nuestro rol. ¿Qué es lo que nos hace irreemplazables, entonces? Porque en verdad lo que concierne a cualquier programa en términos de información hoy está en internet. Sin embargo, el aula, el vínculo con el docente sigue siendo insustituible. “No es la erudición -dice Lorena-, yo no soy erudita, aunque, sí, naturalmente tengo que manejar con solvencia los contenidos. Hoy el profe tiene la tarea de hacer ‘más de guía’, explorar con los estudiantes; uno mismo aprende con el chiquilín y la chiquilina que tiene en clase”. Hay algo de un enfoque en términos de igualdad que se juega, pero claro, desde marcos diferentes, enfrentamos el conocimiento con ojos de exploradores, sabiendo que el profesor tiene un bagaje mayor y el estudiante tiene otro bagaje que no debe ser despreciado. La cuestión es tener tiempo para pensar, un tiempo invisible, pero imprescindible, un tiempo que, si se logra, será sostén del sentido de ser profe.
Me vienen a la cabeza las palabras del psicoanalista Marcelo Viñar: “Hoy tenemos claro (casi como una verdad de Perogrullo) que el mundo cambia de manera más acelerada que antaño” y con él cambia la producción de subjetividades. Por tanto, también se han modificado los criterios y los procedimientos para entender e interpretar la realidad. Hasta no hace mucho, creíamos que era necesario delimitar, “separar para comprender” el objeto de estudio. Hoy, en cambio, prevalece la mirada multicausal y “los paradigmas de la complejidad que empujan a privilegiar la interdisciplina y la transdisciplina en los procedimientos para explorar el mundo humano”.
Por eso, en educación estamos ensayando nuevos modos de ofrecer el saber e intentando problematizar sobre los modos de habitar el aula. Las duplas y tríos de docentes de distintas asignaturas son un modo que venimos implementando desde el año 2016.
Hoy, más que nunca, es necesario desestructurar, romper con el protagonismo de los profes, compartir con el otro, sobre todo, en algunos espacios de aula en que uno -como dice Lorena- muchas veces está al límite, con grupos complejos de jóvenes en los que, además de compartir el saber, hay que desarrollar y corregir actitudes. En esos momentos cotidianos es bueno saber que uno está con el otro respaldado, cuidado por el otro. Pero hay algo bien interesante que Lorena plantea. Además de trabajar la interdisciplina y el abordaje del saber desde el lugar de la complejidad (Com-plexus decía Morin, atendiendo el origen de la palabra, ‘lo que está tejido bien junto’), es importante incorporar ese gesto en el aula entre docentes: compartir. Los vínculos sanos se aprenden, así es que nos cuenta cómo muchas veces observa que el buen vínculo entre los profes, que se conectan como compañeros de tarea, choca con la concepción que los estudiantes tienen y las formas en que se vinculan. Me dice, entre risas: “Mis alumnos decían que estaba enamorada del profe de Música con el que trabajaba el año pasado. Es un buen aprendizaje para ellos observar cómo es posible que un hombre y una mujer encaren una tarea con objetivos comunes y se descubran como buenos compañeros sin que ello suponga un vínculo de otro tipo. Es una imagen diferente a la que seguramente tiene la mayoría en la vida cotidiana”.
La educación debe ofrecer otra versión del mundo, distinta a la que se tiene desde el hogar: otros adultos, otras concepciones, otros modos de actuar, de abordar los conflictos y disfrutar los aciertos. Por eso, la voz de Lorena, que problematiza cooperando con sus colegas docentes, me hace sentir una esperanza rotunda de cara al futuro.