El sol de otoño se presentó firme durante el pasado fin de semana. La ciudad se colmó de presencias en sus espacios abiertos, particularmente en las canchitas de baby fútbol tan características de nuestro Uruguay, que les enseña a los niños a soñar con copas y goles casi desde que andan en pañales. Sin embargo, más allá de las placitas y canchas abiertas, muy disfrutables por cierto, hay un espacio cerrado que durante unos días albergó a un conjunto de jóvenes que procedentes de más de veinticinco países se desempeñan en otras habilidades, otros juegos que trae este tiempo de tecnología, programación y pantallas. El escenario fue el controversial pero maravilloso edificio del Antel Arena -no puede haber espacio que dignifique más una práctica como la que voy a relatar- que albergó con su solidez y calidad a más de setecientos jóvenes procedentes de veinticinco países durante tres días, ya que por primera vez en América Latina se hizo en Uruguay el mundial de Robótica y Programación First Lego League (FLL), naturalmente de la mano del Plan Ceibal.
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Así que ese sábado otoñal montevideano en que los visité, un sábado emblemático en que dio inicio el mes de junio, me sentí invadida por la luz, las risas, las improvisaciones creativas y los juegos compartidos. Los jóvenes y sus docentes orientadores se dieron cita en nuestro país para compartir los proyectos de trabajo que este año tuvieron como propuesta directriz la expresión “en órbita”. Cada uno de los subgrupos ya había tenido desempeños previos en encuentros anteriores que podríamos denominar clasificatorios. Todos ellos pudieron disponer de libertad plena para trabajar sobre ideas o problemas que se relacionan con la vida en el espacio, para poder ofrecer una abordaje resolutivo. Así es que aparecieron proyectos que estudiaron los aspectos psíquicos de los astronautas, sensibilizados especialmente en su soledad, otros se preocuparon de la alimentación y trabajaron sobre las posibles formas de cosechar alimentos vegetales en el espacio, otros problematizaron sobre la eliminación de la basura y tantas y tantas otras cosas. Más allá de la variedad de propuestas, es interesante y riquísimo ver también cómo frente a problemas similares los estudiantes crean distintas soluciones, piensan desde un lugar diferente. Los proyectos exigen un abordaje multi y transdisciplinario y una larga preparación en que los jóvenes deben recurrir a entrevistas con actores extraliceales, expertos de diversas áreas para investigar las cuestiones que van surgiendo durante el proceso de abordaje del problema.
La consigna se completa con la construcción de un robot que debe hacer ciertas “pruebas” y cumplir así con algunas misiones estipuladas. Por eso el robot, su diseño, su construcción y su manejo se constituyen solo en una parte de la presentación, aunque pueda configurarse como la parte más motivadora para los jóvenes. Lo importante radica en el proyecto de trabajo que supone un tiempo de desarrollo muy largo y la participación de las familias y de muchos otros adultos de la comunidad. Cada proyecto debe sortear un desafío, responder a cierta interrogante problemática que hace que más allá de la confección del robot haya un trabajo de pensamiento, reflexión, discusión, búsqueda de opciones y elección de la solución más adecuada. Cada equipo constituido por cinco jóvenes debe trabajar durante mucho tiempo a partir de la consigna para conseguir material, ordenarlo, discutir sobre los hallazgos e ir elaborando posibles abordajes. Es un ejercicio completo, no solo posibilitador de un desarrollo metodológico de trabajo, sino que además se configura como un tiempo de escucha activa en que hay que recibir la palabra del otro, pensar en el mensaje que ella trae y verificar si son suficientes los datos que ofrece como para acompañar la propuesta y admitir ese punto de vista o virar y desarrollar otro aspecto de la cuestión. Es un trabajo de equipo, de “tejer “ lazos pacientemente durante mucho tiempo con el fin de construir algo propio desde lo colectivo.
Sin lugar a dudas, el robot es muy llamativo como provocador de la participación, pero desde el punto de vista pedagógico lo fascinante es el problema. ¿Cómo definen y resuelven el problema? ¿Cómo llegan a adquirir los conocimientos que no tienen aún para lograr la resolución? ¿A quiénes recurrir para hacerlo? ¿Cómo ordenar y aplicar la información? ¿Cómo elegir a los cinco que representan al equipo frente al grupo que colabora en diversas áreas?
Saber resolver problemas, integrar un equipo en el que hay responsabilidades definidas pero no nos exonera de conocer toda la propuesta, instalar la modalidad colaborativa y aprender a pensar desagregando partes del problema mayor para ir resolviéndolos en porciones que luego nos llevan a la definición final son parte de las habilidades que se ponen en juego en este tipo de propuestas; son aprendizajes y habilidades para la vida que se hacen imprescindibles para prepararse y vivir en el mundo actual.
La experiencia de participar en los eventos previos y en el propio mundial es, de suyo, formativa. Y esto no solo lo digo porque supone prepararse con seriedad y prever obstáculos que siempre surgen frente a cada presentación. Es que además cada evento supone el compromiso de muchos más actores que los cinco jóvenes y su profe, pero además se configura en una oportunidad de entrar en contacto con otros equipos, de conocer otros modos de pensar y sorprendernos porque frente a problemas similares las resoluciones son bien distintas, de intercambiar también desde lo cultural, de aprender en vínculo con los otros/as.
El sábado viví parte de la fiesta. Me conmovieron los profes y sus alumnos circulando con una alegría inusitada por el espacio de nuestro Antel Arena vistiendo algunos sus trajes típicos, como las estudiantes colombianas, que mostraban con orgullo sus amplias faldas llaneras pintadas a mano por los indígenas de la región, o los graciosos sombreros con forma de gallina de los franceses, o los coloridos pañuelos que lucían en sus cabezas los integrantes de la delegación brasileña. Me enamoré de cómo se puede usar un espacio bien distribuido con fines diversos, porque mientras unos hacían cumplir a sus robots en el escenario las misiones obligadas, otros jugaban o bailaban en las esquinas de la inmensa cancha conociendo tradiciones y canciones de la mano de jóvenes de otros países.
El mundo es amplio y ancho, variado y rico y es necesario que en este siglo XXI demos el paso. El conocimiento no requiere más de los acartonamientos de antaño. Aprender supone disfrutar, gozar de la ocasión del encuentro, pensar con otros, desafiarse y así crecer en un mundo que reclama que podamos abordar los problemas con cabezas disponibles hacia el pensamiento, sumando nuestras ideas a las de los otros, porque en definitiva el saber, al igual que el amor, es de los pocos bienes de este mundo que crecen a medida que se los comparte.
A Plan Ceibal, salud. El camino está marcado. Algunos/as, obstinados/as en lo antiguo, deberán claudicar.