Hacete socio para acceder a este contenido

Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.

ASOCIARME
Sociedad Trans Boys | Rodrigo Falcón | Diversidad

Mes de la Diversidad

Trans Boys: "Lo que pedimos es simple: que la ley para personas trans se cumpla"

Rodrigo Falcón, fundador de Trans Boys Uruguay, cuenta los desafíos, logros y derechos pendientes de los varones trans en Uruguay.

Suscribite

Caras y Caretas Diario

En tu email todos los días

Hay quienes siembran caminos para que las nuevas generaciones puedan andar más libres. Rodrigo Falcón, presidente y fundador del colectivo Trans Boys Uruguay (TBU) e integrante del Consejo Nacional de Diversidad Sexual, es uno de ellos. En 2012, cuando tenía 41 años, entendió que era trans gracias a un programa de televisión. No había información ni referentes cercanos, y esa soledad lo llevó a proponerse algo: que nadie más tuviera que transitar lo mismo.

Desde el 2014 preside un colectivo que acompaña a varones trans, niñeces y familias en procesos muchas veces invisibilizados, pero atravesados por la misma urgencia: el derecho a vivir con dignidad. En esta entrevista repasa el nacimiento del colectivo, los logros alcanzados y los retrocesos sufridos, con énfasis en el incumplimiento de la ley trans, los desafíos en el acceso a la salud y al trabajo, y la necesidad de construir una masculinidad sin machismo.

¿Cuándo y cómo surge Trans Boys, y cuál fue la principal motivación que los llevó a organizarse?

El colectivo se inició de la mano de mi propia transición. Yo no sabía que era un hombre trans y recién en 2012, al ver en el programa Gran Hermano a un muchacho trans, entendí lo que me pasaba. Toda la vida me había carcomido la cabeza tratando de entender qué era lo que tenía. Pensaba que podía ser una posesión espiritual —soy cristiano evangélico, y más o menos por ahí te llevan— o algún problema psiquiátrico. Recién ahí pude ponerle un nombre a lo que me ocurría. Tenía 41 años, y me sentí bastante perdido porque no había referentes. Había chicas trans y colectivos de chicas trans, pero no de varones. Entonces empecé a buscar gente para organizarse, generar espacios y también armar una hoja de ruta, porque en ese tiempo era muy complicado. Estamos hablando de hace 10 años: nosotros arrancamos como colectivo en 2014, y estuve unos dos años buscando información que no existía. La idea era que quienes vinieran detrás tuvieran el camino un poco más fácil.

En 2017 empezamos a trabajar en torno a la Ley Integral para Personas Trans [N.º 19.684] y se sumó una familia, Patricia Gambetta con su hijo adolescente de 14 años, que también estaban muy solos. En esto de que él era una masculinidad trans, nos fusionamos y empezamos a trabajar juntos, y ahí el colectivo explotó. Por eso también incorporamos Niñez, Adolescencia y Familia en el nombre, para visibilizar que no nos convertimos de grandes en trans, sino que nacemos así.

¿Cuántas personas integran hoy el colectivo y qué actividades, acciones o espacios de acompañamiento impulsan?

El colectivo tiene alrededor de 400 personas. Lo nuestro, básicamente, es que cuando alguien llega, buscamos acompañarlo en cada decisión que toma, en lo que esa persona quiere. No es lo mismo si se acerca una familia con niñeces o adolescentes que un adulto. Entonces, de acuerdo a la necesidad, es por donde lo vamos llevando. Por ejemplo, alguien puede arrimarse diciendo: “Quiero cambiar mi nombre y no sé dónde hacerlo porque vivo en el interior”. A veces la información todavía escasea, entonces damos asesoramiento. En definitiva, se trata de acompañar, no de presionar. Nunca vamos a decir: “Lo primero que tenés que hacer es tal cosa”. No. Lo que preguntamos es: “¿Qué es lo que vos querés hacer?”. Y en base a eso, guiamos.

Hoy en día nos hemos convertido en una familia, y a mí me gusta que se nos vea así, porque la familia suele ser el primer lugar donde las personas trans son excluidas.

¿Cómo fue la recepción del colectivo TBU en el movimiento de la diversidad? ¿Cómo es la convivencia con el resto de los colectivos?

Yo creo que es muy buena. Obviamente que pueden haber discrepancias en la forma de trabajo, pero tenemos una buena convivencia, trabajamos juntos con varios colectivos, con ATRU [Asociación Trans del Uruguay], con Uruguay Celeste, con Ovejas Negras, ni que hablar. Siempre tenemos mucho apoyo, tanto en las actividades que nosotros hacemos como también en las actividades a las que somos invitados por ellos.

Si hacés un recorrido desde los inicios del colectivo hacia la actualidad, ¿qué logros considerás más significativos en estos años de trabajo?

Para nosotros, un logro muy importante fue la aprobación de la ley. Somos parte del Consejo Nacional de Diversidad, donde se elaboró el proyecto. Colaboramos yendo a la comisión del Senado, charlando mucho, organizando talleres. Defendimos la propuesta hasta que finalmente se convirtió en ley.

Después de aprobada hubo que volver a dar batalla, porque hubo gente que la intentó bajar. Es como estar siempre en pie de guerra, o al menos en defensa: no salimos al ataque, pero sí estamos continuamente cuidando que la ley no se pierda. De todos modos, no es una norma que se cumpla en su totalidad, pero sigue siendo un gran logro que hoy Uruguay tenga esta ley.

¿Cuáles son los aspectos de la ley que hoy más les preocupan por su incumplimiento?

La falla más grave es en la salud. En estos cinco años tuvimos reuniones con el Ministerio de Salud Pública, donde sentí que se nos tomó el pelo. No se avanzó nada, incluso hubo retrocesos: las cirugías genitales para mujeres trans se dejaron de hacer, faltan hormonas y equipos interdisciplinarios, que la ley exige en todos los prestadores públicos y privados del país. No puede ser que personas tengan que venir desde Artigas o Cerro Largo a Montevideo, cuando hay hospitales en cada departamento. Si al menos cuatro centros trabajaran bien, no habría lista de espera. Y esto impacta directamente en la salud mental: usar binders (prenda que comprime y oculta las mamas) que lastiman y dificultan respirar no es estética, es necesidad.

Otro tema es el cupo laboral. Algunos jóvenes pudieron acceder porque terminaron sus estudios, pero mucha gente mayor que no terminó el liceo quedó fuera y no puede acceder a un trabajo digno. Eso es un debe. A veces incluyen el cupo trans en cargos como ingeniero agrónomo, donde casi no hay postulantes, y lo excluyen en puestos auxiliares. ¿Cuántos ingenieros agrónomos podrás tener dentro de la población trans? Obviamente ese cupo queda vacante.

¿Cuáles son las principales dificultades cotidianas que suelen enfrentar los varones trans?

Hay varios temas, uno se da una vez que comenzamos una transición hormonal, cuando los cambios físicos aún no se notan o en quienes deciden vivir su masculinidad trans sin hormonas, o se sienten no binarios pero más hacia lo masculino. Eso es válido, es lo que sienten. Pero ahí es donde surgen más problemas: cuando no encajas en los moldes sociales de “hombre” o “mujer”. Si cumplís con lo que la sociedad espera de un varón o de una mujer, no tenés inconvenientes. El problema aparece cuando tu expresión es ambigua, por ejemplo en el inicio de la transición, cuando tu aspecto puede parecer andrógino y no estar del todo definido. Ahí sí se generan situaciones incómodas: entrar a un baño y que te miren raro, que te digan “este es el de caballeros, vos no”, o simplemente la mirada que incomoda. Todo eso son problemas cotidianos. En definitiva, la sociedad quiere encasillarte en una casilla u otra, y lo bueno sería empezar a vernos como personas, valorar lo que somos como seres humanos y no cuánto de “varón” o cuánto de “mujer” se nos nota en el aspecto.

Yo no ando con un cartel que diga “soy un hombre trans”: paso como varón cis en cualquier lado, pero por militancia me gusta decirlo, si se da la oportunidad. Y quiero aclarar algo: no todas las masculinidades trans necesitan o desean hormonizarse. Es lo mismo que con cualquier grupo humano: no todos queremos lo mismo. Nosotros peleamos por la libertad de decidir. Entonces, no es que todos los varones trans tengan que seguir una lista con “cambio de nombre, hormonización, cirugía”. No. Cada uno elige su camino. En mi caso, yo necesitaba verme en el espejo y reconocerme. Para mí fue muy importante verme así, y hoy me encanta cómo estoy. Pero esa fue mi decisión, mi trayectoria de vida, que no tiene por qué ser la misma para los demás. Esa diversidad es algo que siempre subrayamos en los talleres: no esperen que una persona quiera parecerse al estereotipo de hombre o mujer.

¿La aceptación en el entorno familiar sigue siendo una dificultad?

Se ha avanzado un montón, pero todavía sigue siendo complejo. En el colectivo tenemos muchachos que tuvieron que irse de la casa de sus padres. Algunos ya habían cambiado sus nombre, pero sus familias los seguían llamando en femenino y no comenzaban un proceso de hormonización porque, en muchos casos, pesa la estructura de la Iglesia: “lo que hacés está mal delante de Dios”, y eso es difícil de sobrellevar. Aclaro siempre que no todas las iglesias son iguales: por ejemplo, la metodista nos invitó a dar una charla cuando se discutía la ley y eso ayudó muchísimo. Pero la iglesia católica, gran parte de la evangélica y los neopentecostales se han manifestado en contra. Además, tienen poder económico y lo usaron para difundir campañas con mentiras sobre la ley trans cuando intentaron derogarla.

En familias muy conservadoras y religiosas, incluso en Montevideo, la situación puede volverse muy difícil. Y en el interior lo es aún más: la comunicación llega tarde, la información no circula y el acceso a médicos amigables es mucho más limitado. Imagínate en pueblos alejados de las capitales: cuanto más lejos, más complejo todo. Y lo cierto es que para iniciar una transición hormonal ni siquiera se necesita un especialista; cualquier médico de familia puede hacerlo con la guía que existe desde 2017. Entonces, que en el hospital principal de un departamento no haya médicos que puedan atender a nuestra población, habla de una carencia importante.

Algo que es necesario aclarar, y que siempre hablamos en nuestros talleres, es que la familia también hace una transición y hay que saberla acompañar. Por eso Patricia hace ese trabajo, la referente de las familias y tiene charlas con las madres, los padres. Obviamente siempre son más las madres que se acercan que los padres, pero ya con que el padre no se oponga, es un montón.

Se suele decir que los varones trans están más invisibilizados que las mujeres trans. ¿Por qué creés que pasa eso?

En toda Latinoamérica ocurre lo mismo y tiene varias razones. Muchas veces se habla de las chicas trans, que son expulsadas de sus hogares. A nosotros, al criarnos bajo la mirada de “la princesa del hogar”, y como nos siguen viendo como mujeres, por lo general no nos expulsan, pero sí nos obligan a vivir bajo determinadas normas que no están buenas, como negar que somos personas trans: “Vas a seguir siendo fulana, no fulano; vas a seguir siendo mi hija, bajo mi techo hasta que tengas 18. Después hacé lo que quieras, pero acá seguís nuestras normas”. Por eso muchas veces decimos que enfrentamos una violencia “para adentro”, que pasa desapercibida, pero es violencia al fin. Y que ataca directamente nuestra salud mental y nuestra vida: es difícil encarar cualquier cosa si no estás bien contigo mismo.

Las mujeres trans suelen tener otra fortaleza para irse a la calle, mientras que en los varones trans predomina el miedo: miedo a la violencia, a la discriminación. Y aclaro: acá no se trata de quién sufre más ni qué violencia es peor eso, por favor. Son distintas violencias, pero la violencia que sufre sufriría un varón trans en la calle es fuerte, es jodido. Entonces, ante ese miedo se prefiere estar oculto. Conocí hombres trans que llevaban diez años con hormonas y permanecían ocultos, incluso frente a las familias de sus parejas. Ese miedo hace que muchos no militen y queden invisibles.

¿Qué pasa hoy con el acceso a los tratamientos de hormonización y cirugías en el sistema de salud? ¿Se cumplen las garantías que establece la ley?

Por ley, en cualquier prestador, público o privado, deberías poder acceder al tratamiento sin problema. Y en el caso de los médicos no existe la objeción de conciencia. Con las cirugías la situación es distinta. Hay uno o dos prestadores privados que realizan masculinización pectoral para varones y aumento de mamas para mujeres, pero son muy pocas mutualistas. La adecuación genital para mujeres trans se hacía hasta hace tres o cuatro años y después se dejó de hacer, sin una respuesta clara. Para varones trans directamente no existe: más allá de la masculinización pectoral, no hay especialistas en Uruguay. La última operación de adecuación genital que se hizo fue en el Clínicas, creo que sobre 2010, y se dejó de hacer porque la persona que la practicaba se jubiló. En su momento, la JUNASA [Junta Nacional de Salud] nos dijo que, como éramos pocos, capaz que se podía derivar a Argentina, donde hay equipos con experiencia. Pero estamos hablando de cirugías muy complejas, que llevan horas y no pueden hacerse en cualquier lado: no podemos ponernos en riesgo. Y, como decíamos antes, no todas las personas trans quieren someterse a cirugías. Pero lo importante es que, si la ley lo garantiza, los procedimientos tienen que estar disponibles. Después cada uno elige lo que quiere hacer.

Y ante ese escenario de invisibilidad, ¿cuáles son los desafíos?

Es clave fortalecer a las niñeces y adolescencias para que puedan crecer libres, identificarse como quieran, jugar con el juguete que quieran, vestirse como quieran, y así poder enfrentar una sociedad que aún es hostil con las personas diferentes. Hablar y hablar de estos temas ayuda a generar empatía. Yo no me victimizo: soy un hombre trans, tengo mi vida, trabajo, me casé, soy feliz. Pero claro, estoy dentro de una casilla, soy un varón trans o un hombre trans binario y eso hace que hoy día no tenga ningún problema. Pero también soy visible y referente referente de un colectivo, doy talleres, es decir, estoy expuesto. Sin embargo, me tienen respeto porque yo respeto. No voy nunca al choque, y no voy exigiendo, sino pidiendo. Entonces, yo creo que cuando el otro ve, escucha las historias, logra empatizar. Sin embargo, basta ir a cualquiera de las notas que me han hecho y leer los comentarios y te das cuenta de que hay gente muy discriminadora. Pero a mí esa gente no le importa, no me importa porque está enojado consigo mismo, porque destila odio hacia los demás. Pero sí me interesa llegar a las personas que pueden lograr empatizar y hacer un cambio. Porque nadie sabe si el día de mañana alguien cercano puede ser una persona trans.

Por otro lado, desde el colectivo buscamos validar una nueva masculinidad, sin machismo. A veces pasa que algunos varones trans reproducen esos micromachismos sin darse cuenta, y ahí hay mucho que trabajar. El feminismo nos ha ayudado a mirar distinto, a acompañar desde otro lugar, con responsabilidad, porque ser varón da cierta incidencia en la sociedad. Lo importante no es la foto o el discurso, sino el día a día: cómo me relaciono con mi esposa, mi familia, mis compañeras de trabajo, cómo transito la sociedad. Cuando se actúa distinto, también se corre la mirada social.

¿Cuáles son las principales reivindicaciones que el colectivo llevará este año a la marcha?

El domingo pasado cumplimos 11 años y aprovechamos esa fecha como celebración y también para preparar los carteles que llevamos a la marcha. Si bien tenemos una participación en la coordinadora, aunque no estamos yendo activamente, también tenemos consignas propias. Nuestros mensajes siempre dependen del contexto actual, pero en general son positivos, buscamos sembrar y no chocar. Este año, vamos a ver que se les ocurre a los adolescentes, que son los más creativos y de quienes muchas veces surgen los mensajes.

Lo que reclamamos es simple: que la ley se cumpla. No pedimos más de lo que necesitamos ni nada “de arriba” ni que no sea un derecho. Por ejemplo, con el cupo laboral trans, no se trata de entrar al Estado solo por ser trans, sino de tener la posibilidad de concursar en igualdad de condiciones. Tenemos una ley hermosa, que necesita algunos retoques, pero lo fundamental es que se aplique en su totalidad.

¿Qué expectativas tenían con el cambio de gobierno, porque en el periodo anterior se denunciaron muchos retrocesos respecto a los derechos?

Los últimos cinco años fueron de retroceso totalmente, lo que habla de una falta de empatía y de compromiso con nuestra población. Yo sinceramente espero que esto cambie y que, en este momento donde tanto se habla de la salud mental, se ponga foco en eso. Nuestro colectivo no responde a partidos ni religiones, pero después de 11 años de trabajo puedo decir quiénes han sido empáticos y quiénes nos ignoraron. Por eso apelamos al gobierno de turno, que pienso y siento que es más empático, a que haga cumplir la ley a rajatabla. Creo que las cosas van a mejorar, hay que darle un poco de tiempo.

Dejá tu comentario