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Teoría, acción política y novedad

Por Rafael Bayce.

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¿De qué nos sirve la teoría que aplicamos a nuestra práctica política si aparecen hechos nuevos que nos resulta difícil clasificar de acuerdo a nuestra experiencia y conocimientos? ¿Qué nos sería más útil para ello? ¿Tratar de forzar conceptos que fueron construidos en el pasado desde realidades pretéritas y usarlos sobre realidades nuevas? ¿O tratar de construir conceptos nuevos para dar cuenta de realidades nuevas?

No es una disyuntiva plena porque hay una solución intermedia que nos propondría basarnos en lo que ya creemos que conocemos, pero tratar de estudiar la nueva realidad para inventar nociones nuevas que se adapten mejor a la situación novedosa que enfrentamos. Pero el posicionamiento respecto del asunto ha estado y está preñado de graves consecuencias prácticas.

 

Marx (y otros): rechazo epistémico de ortodoxias dogmáticas

Una solución extrema al problema la representan las religiones monoteístas universales (cristianismo, judaísmo, islamismo) que creen que hay revelaciones divinas que son la verdad eterna respecto de cualquier realidad en todo tiempo y lugar.

Ese dogmatismo protector de una ortodoxia sagrada enfrenta, de todos modos, dificultades en la práctica cotidiana a medida que pasa el tiempo y suceden cosas absolutamente imprevistas e imprevisibles al momento de la revelación sacra.

En el islam, por ejemplo, hay un conjunto de disposiciones por medio de las cuales la jerarquía religiosa adapta los textos del Corán a realidades nuevas que no están taxativa ni literalmente escritas en él –i.e. los drones, internet, o una conducta social de moda-: son los sharia.

También hay nuevas realidades a las que se quiere imponer una sacralidad, un integrismo secular que lleve el sello de la creencia revelada. Mandatos de acción religiosa obligatoria sobre determinados hechos, personas e instituciones: son los fatwa. Por ejemplo, los famosos fatwa de Osama bin Laden exigiendo a los musulmanes de todo el mundo tomar represalias contra los occidentales profanadores heréticos de los mandatos del Corán, o los que ordenaron perseguir a Salman Rushdie por sus poemas rebeldes, o castigar a Charlie Hebdo por sus heréticas caricaturas iconófilas; o al profesor que usó caricaturas heréticas defendiéndolas en nombre de la libertad de expresión, lo que implicaba subordinar la iconoclasia sagrada y revelada a meras leyes profanas.

Un problema con todos los sistemas de creencias creídos como sagrados y revelados, verdaderos en todo tiempo y lugar, es que tienden a ser el paradigma de todos los sistemas de creencias importantes, aun de los no religiosos, los civiles, profanos. Casi todos los ‘ismos’ históricos tienden a convertirse en dogmas y a desarrollar ortodoxias más o menos tuteladas y cuyo apartamiento conlleva varios grados de sanción, y a imponerse como premisas a las cuales ajustar toda novedad. Se vuelven cuasirreligiones, o pararreligiones en la jerga de Parsons; religiones civiles, según su discípulo Bellah.

Carlos Marx, que sabía mucho de religión, en especial de judaísmo, se tomó el trabajo de construir una epistemología (teoría del conocimiento científico) que afirmaba que los conceptos teóricos con los que se debían enfrentar hechos nuevos tendrían que construirse de modo de ser reconstrucciones abstractas, conceptuales, de la realidad concreta a la que estarían destinadas a iluminar al aplicar ese concreto abstractamente representado a la realidad concreta desde la que salió. Gran estudioso de teorías pasadas, sin embargo, afirmaba que nadie debería ser ‘marxista’, ya que sería deseable que él fuese superado y que las decisiones políticas fueran tomadas desde el estudio de la realidad nueva a enfrentar, más que desde conceptos originados en realidades pasadas, diferentes.

En un breve, genial y fermental texto tardíamente conocido, las Grundrisse preparatorias de El Capital, El Método de la Economía Política, lo afirma con mucha fuerza: “Incluso las categorías más abstractas son, no obstante, el producto de condiciones históricas, y poseen plena validez solo para estas condiciones y dentro de sus límites”.

Sin embargo, las izquierdas históricas construyeron una dogmática ortodoxa a proteger, contrariando a Marx y a la epistemología que aconseja minimizar la perdurabilidad de los a priori conceptuales antiguos para la construcción de conceptos útiles para una realidad nueva. No estamos ignorando toda la rica evolución de las izquierdas y progresismos en la historia: Lukács, Trotsky y Kautsky, Lenin y el estadio imperialista; Hilferding y el financiero; Stalin y el mundo bipolar pos-Segunda Guerra Mundial; las revoluciones asiáticas, africanas y latinoamericanas basadas en el campesinado y realidades no globales no previstas por Marx; la socialdemocracia y la integración a la economía de mercado y a la competencia política partidaria; el gobierno de democracias y los derechos humanos liberales.

Pero no es menos cierto que hubo un sectarismo, dogmatismo y ortodoxas sacerdotales que impidieron el aggiornamento epistémico deseable y la incorporación de nuevos profetas con conocimientos filosóficos, económicos, jurídicos, de florecientes ciencias sociales y culturales; con el resultado de una mejor comprensión del mundo por la derecha, y una mejor imposición de su imaginario como hegemónico a veces sin necesidad de dominación.

El ideal epistémico de Marx (y de otros también) ha sido obstaculizado en su primacía histórica por muchas razones, de las cuales nos interesa especialmente referirnos a las dos que siguen.

 

La eterna lucha sacerdotes vs. profetas

En primer lugar, hay un impedimento genérico, el de la necesidad ideológica y política de proteger identidades y cortes políticos mediante cierto grado de erección de ortodoxias y dogmatismos, que pueden ser limítrofes con el sectarismo.

En segundo lugar, un obstáculo debido a la genialidad de Max Weber y su fermental sociología de la religión, paradigma de tantos procesos en las sociedades profanas y laicas de siempre. Dijo, luminosamente, que buena parte del proceso social en las asociaciones humanas consiste en una lucha que se desarrolla en todas ellas según el modelo del conflicto religioso sacerdotes-profetas. Todo conjunto de creencias, valores, tradiciones y rituales-cultos que concede poder económico o simbólico tiende a volverse ortodoxia y dogma custodiados por ‘sacerdotes’, guardianes e intérpretes especialmente beneficiarios del dogma, la ortodoxia y el desarrollo de una ‘iglesia’ en su derredor.

Weber añadió que, como motor de procesos de modificación de la ortodoxia, la dogmática, y la jerarquía y poder sacerdotales, aparecen los ‘profetas’, que pretenden cambiar en diversos grados todo eso. Habría dos tipos principales de profeta: a) los ‘ejemplares’ que no tratan tanto de cambiar contenidos sino de encarnar ejemplarmente valores, virtudes y actitudes que están siendo descuidados por la jerarquía y, como consecuencia, por la feligresía (i.e. San Francisco de Asís); b) los ‘emisarios’, éstos sí queriendo cambiar el credo profundo, presentándose como enviados de la divinidad para modificar el dogma y anunciar nuevos tiempos (i.e. Isaías, Mahoma, Jesús). Los emisarios son muy resistidos por la jerarquía beneficiaria del statu quo eclesial, tantas veces muertos y torturados, mientras los ejemplares son reconocidos por recordatorios virtuosos ejemplares. En toda institución humana hay tensión sacerdotes-profetas; Weber lo extenderá, en las instituciones políticas democráticas, a la tensión burocracia técnica (sacerdotal) versus líderes carismáticos (proféticos); pero también a la sociología de las organizaciones, que nace con él. También hay jugadores de fútbol sacerdotales y proféticos; identifíquelos usted mismo.

 

Rechazo del conocimiento social por burgués

Una exagerada asunción teórica identificó (aún lo hace) a la producción en la filosofía y las ciencias sociales como burguesa; y por ello condenada casi que ontológicamente al error y a la sospecha de sesgo parcial justificador del capitalismo patronal, y contrario a los intereses del proletariado redentor. Una mala interpretación del genial símil de Marx de la ideología como retina inversora de la imagen en el mecanismo de la visión contribuyó a que la producción económica, jurídica, filosófica y de las avasallantes ciencias sociales fuera sospechable de equivocada, patógena y sospechosa de infiltración reformista y revisionista.

Marxistas más modernos e ilustrados epistémicamente concordantes y críticos de la sectaria y dogmática ortodoxia intentaron enriquecer y actualizar las teorías de las izquierdas, pero fueron tantas veces rechazados o ignorados, con resultados malos para la hegemonía de las izquierdas, y generando una progresiva desventaja respecto de las derechas para la comprensión del mundo, y más que nada del nuevo y aceleradamente cambiante.

Así, la lucidez de Rosa Luxemburgo respecto de la cupulización de las organizaciones partidarias de los trabajadores fue premiada con su asesinato. La oligarquización es un insumo weberiano en su discípulo Michels que bien hubiera ayudado en la crisis soviética; el principal teórico social del siglo XX, tildado por ignorantes de facho conservador, asumió en 1948 la presidencia de la sociología norteamericana en pleno macartismo e inició su discurso inaugural celebrando el centenario del Manifiesto del Partido Comunista y diciendo que sus afirmaciones era ciertas y básicas para el desarrollo de las ciencias sociales, aunque debían ser actualizadas teóricamente luego de tanto tiempo transcurrido y de los cambios en el mundo: era el facho conservador de Talcott Parsons. La Escuela de Fráncfort trató, en los años de su primera generación, de enriquecer la teoría marxista y de fomentar la autocrítica de sus sectaria y dogmática ortodoxia: fueron descartados y perseguidos por revisionistas. Habermas continuó, en su segunda generación, con el mismo trabajo, escribió La reconstrucción del materialismo histórico, recomendando insumos de enriquecimiento; y aportó La necesidad de revisión de las izquierdas y El agotamiento de las energías utópicas. Todo en saco roto.

Un trágico ejemplo de desilusión y tristeza provenientes de falta de formación en ciencias sociales burguesas es la sorpresa que el PT en Brasil y el FA en Uruguay se llevaron cuando algunos de los beneficiarios de la redistribución del ingreso que les sacó a los más ricos y les dio a los más pobres no votó PT ni FA en la elección siguiente, guiados por una ingenua versión del clientelismo que asumía que la redistribución a favor fidelizaría el voto.

Las ciencias sociales burguesas dirían: uno, recordar que se les pidió el voto prestado por una elección; bastante hicieron con mantenerlo más de una, cuatro ya sería demasiado; dos, se olvidaban del hegemónico imaginario egoísta e individualista del cuerpo electoral capitalista, imaginario hegemónico que nadie intentó cambiar ni aun cuando fueron gobierno. “Yo voto por lo que me conviene; si un partido promete sacarle a otro para darme a mí, lo voto; pero si, una vez que me dio, me quiere ahora sacar a mí para darle a otro que tiene menos que yo, ahora no voto más por él; antes sí, me convenía, ahora no, me convienen otros”, podrían explicarle a nuestro cándido despistado desde la psicología social y la sociología al menos. ¿Vox populi, vox dei? ¿Es el pueblo soberano de la vulgata democrática? ¿El buen salvaje? ¿Habrá que seguirlo y empoderarlo?

 

Tres tragedias recientes

Otro trágico ejemplo histórico: el Documento Interno No. 1 del MLN-Tupamaros declaraba que no haría disquisiciones teóricas sobre sus actos, que los actos revolucionarios serían espontáneamente interpretados por sí mismos por el pueblo.

Enciclopédica ignorancia de los procesos comunicacionales: se sabe que jamás los receptores interpretan los mensajes de los emisores por sí mismos ni solo desde su facticidad; que son guiados por mediadores que interpretan las emisiones de acuerdo a la ideología dominante y sus códigos.

Luego de una breve luna de miel robinhoodiana con el MLN, los mediadores políticos y mediáticos los convirtieron en enemigos suyos e hinchas de su liquidación por las fuerzas conjuntas. Cualquier científico social burgués que hubiera leído el documento hubiera previsto lo que pasó.

Una mejor formación burguesa, o no, hubiera recomendado ponerse en contra del lobby sanitario de la big pharma y los billonarios de la tecnología comunicacional que lideran la primera dictadura global de la historia, pandemia tanto más comunicacional que sanitaria, con auxilio político y mediático; que enriquece al sistema financiero endeudando al mundo, concentra el capital y la propiedad con la aguda crisis en que los peces se comerán una vez más a los pececitos; y enferma psíquicamente, educacionalmente y laboralmente a todo el planeta y por mucho tiempo con riesgos de más de lo mismo, de la dictadura total, con censura e hipercontrol por aplicaciones en celulares y pantallas.

La acumulación se hacía con más tasa de ganancia por unidad de tiempo, explotación y plusvalía en empresas privadas; hace mucho que eso no es central para el capitalismo. Las crisis financieras, las UPM y las pandemias controlan mejor, asustan mejor y rinden mucho más. La izquierdas en general han sido más realistas que el Rey transnacional; creo que por ignorancia teórica, de nuevo. El lobby transnacional está encantado con la Argentina de Fernández, con el Sindicato Médico y la Udelar uruguaya; les preocupan más Trump y Bolsonaro, ironías del destino, quién diría. Pero Baudrillard lo había anticipado en 1973. Es otro burgués a leer.

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