Por Ricardo Pose.
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En el norte del país, Salto, Artigas, Rivera, Cerro Largo, aún tiene fuerza la metodología caudillesca de hacer política. La descentralización política, el tercer nivel de gobierno, pensado en democratizar, profundizar y garantizar el ejercicio de la gestión gubernamental en los territorios por la ciudadanía ha permitido en el universo político de los partidos tradicionales desarrollar las aspiraciones personales de quienes antes solo oficiaban como plataforma de lanzamiento para candidatos a intendentes municipales.
La carrera política, esa que es vista como una forma de medio de vida, permite disputar el puesto de alcalde como para ir generando una base de futuros roles legislativos o representativos.
El tablero del ajedrez político es más preciso, y las distintas agrupaciones locatarias tienen objetivos claros y en pugna.
Brian, con su popular “votá a Maneco”, difunde la candidatura del productor de sandías de Tranqueras, Yocemar Marino Lovatto, quien ya había disputado la alcaldía y perdido estrepitosamente. Gente de Amorín Batlle recibió este “golpe de suerte mediático” que habrá que ver cómo se expresa en las urnas del pago.
Claramente, “Maneco tiene el poder”, además de ser una expresión idílica de un simpatizante, alude a comprender que Maneco pude pasar a formar parte de ese otro poder político, esa casta privilegiada, que le permitiría seguramente a este influyente y poderoso productor del norte posicionarse de una vez y para siempre como el “hombre fuerte “ de Tranqueras.
El salteño Pernas, un poco antes, había llamado la atención con ese discurso inspirado en la retórica bolsonarista, haciendo una apología de la violencia, prometiendo, por toda propuesta a su diputación, mano dura y plomo.
Sorteo de bicicleta mediante en sus actos públicos, no demoró en elaborar un jingle que reforzaba la idea central, por no decir la única, que a ritmo de rap promete plomo y mano dura a los delincuentes, esos que temblarán para poder ser bien identificados.
En Artigas, hace su lanzamiento el Rata, haciendo gala de una mezcla política entre reivindicación del orejano y el lumpen proletario, rebelde del poder pero amigo del caudillo, mientras otros dirigentes, benjamines gestores locales, reparten materiales de la intendencia a sus votantes.
Nada nuevo bajo el sol
En realidad, es más de lo mismo: el universo que pareció pasar al olvido para el espectro militante y político capitalino y su área de influencia metropolitana, sigue siendo la moneda corriente en varias zonas del interior, y en el norte, allá lejos.
No todo es plata contante y sonante; la Intendencia se convierte en un bocado apetecible por el que se designan obras, se accede a materiales de barracas, exoneraciones de impuestos, vales de combustible.
Formar parte de la telaraña de intereses económicos y políticos en base a ciertas bases de apoyo social es el modelo tradicional. Las bases sociales se crean otorgando beneficios y generando deudas de favores.
La viveza criolla, la gauchada, la gallina de los huevos de oro, son arte y estilo y encuentran ancho cauce desde la humilde alcaldía hasta el más distinguido despacho de un directorio.
El accionar de caudillos barriales, militantes políticos devenidos en ediles o simples integrantes de listas, transforman la política en su medio de vida; y no siempre es un síntoma de escasos ingresos, no siempre son los más pobres los que caen en la práctica ordinaria y vulgar del manotazo a las monedas de las arcas públicas.
Lo políticamente incorrecto, que no solo atañe a no guardar las formas del discurso y debate político, atraviesa por igual a ricos y pobres pertenecientes a una misma cultura.
Los espacios de poder en las estructuras políticas de los partidos tradicionales se conquistan en base a una concepción de la acumulación de fuerzas, donde las voluntades se compran, se pagan, se revenden.
El crecimiento de intención de voto de Sartori no surge de la nada ni necesita profundas cavilaciones teóricas.
La estatura política
La izquierda impuso en la práctica política nacional un accionar como expresión de sectores populares, pero representados por dirigentes provenientes de una cultura cívica, de un rechazo al perfil más bastardo del clientelismo, de una concepción republicana por encima incluso del propio cuestionamiento al Estado y la institucionalidad vigente.
Es el ministro Enrique Erro negándose a utilizar la flota de autos oficiales, cuando su uso por parte de otros integrantes del Poder Ejecutivo era el menor de los males.
Una izquierda acostumbrada en su práctica sindical a combatir el sistema de privilegios y sobornos, a jerarquizar su rol de luchadores sociales aunque les tocara oficiar de legisladores.
Son los cientos de militantes anónimos de los barrios acumulando, además, enormes legiones de pueblo huyendo asqueadas de las prácticas clientelistas.
Es el senador que denuncia en comisiones parlamentarias y tiene los medios de comunicación para amplificar los escándalos de corruptelas de importantes jerarcas, pero también es el vecino frenteamplista de a pie enfrentando el menudeo de tráfico de sustancias y de influencias.
Son los que soportan las campañas de difamación sostenidas en el tiempo desde los titulares periodísticos y los que han soportado hasta biabas y agresiones a sus familias en sus pueblos.
Han instalado la concepción de ser los primeros en el reparto de tareas pesadas y los últimos en recibir los beneficios; han implementado una cultura de la corrección y ética en política, justo ellos que venían a tirar todo ese andamiaje institucional abajo.
El odio desde la derecha a ellos, a nosotros, viene desde un profundo aborrecimiento por esta concepción; quienes se disputan los intereses, los espacios de poder, los privilegios económicos, son ellos, aunque haya que desplazarlos de los espacios de gestión para poder cumplir nuestros objetivos de justicia social.
Votá a Maneco
Efímero pero contundente: las redes, los medios reiteran, repican; en la izquierda causa cierto escozor, pero finalmente es divertido. Los de sesgo más intelectual atemperan las críticas desde una cristiana compasión, pero no pueden evitar tararearla.
Así, por un ratito, todos somos Brian, un botija humilde de la construcción con una banda emergente en su pago que acaricia la gloria ofrecida por el sistema.
Pero como el fenómeno es político y no artístico, en torno a la fiesta de la casi berreta concepción política aparecen ofertas para poder iluminarse con los fuegos de artificio; así, Novick devuelve a Brian adonde pertenece, lo obliga a ingresar urgente en el mundo de la peor práctica política, teniendo que salir a desmentir que el “Votá a Novick” se lo podía haber cantado hasta el perro del vecino.
Estas elecciones internas en la oposición son el rostro de esa práctica política tradicional de amiguismos, clientes y superficialidad.
Brian representa -desde el norte- a Amorín Batlle tanto como varios hogares humildes lo hacen con Juan Sartori o Luis Lacalle.
Los insultos recibidos en los puestos de reparto de listas de varios sectores del Frente Amplio no han venido mayoritariamente de boca de sectores de altos ingresos o acomodados; llegan desde destemplados y casi excluidos ciudadanos de nuestro pueblo, esos a los que con mucho empeño el discurso de izquierda permeará a sus futuras generaciones.