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Tribalistas de antología

Por Rafael Bayce.

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Caras y Caretas Diario

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El conjunto brasileño Tribalistas visitó el Antel Arena de Montevideo el pasado 22 de marzo. Agrupados en torno a la irreal belleza de la voz y de la exquisita interpretación de la paulista Marisa Monte, cuenta con estrellas de fulgor propio como el bahiano Carlinhos Brown y el gaúcho Arnaldo Antunes. El nuevo escenario montevideano mostró su necesidad como estadio moderno para deportes, música o concentraciones masivas, sucesor muy mejorado del malogrado Cilindro Municipal. Pero, mal que nos pese, mostró insuficiencias que se está muy a tiempo de solucionar.

 

Luces y sombras del Arena

El Antel Arena se beneficia del hábito montevideano de concurrir a esa zona de la capital para espectáculos deportivos y musicales, a la que se puede agregar este año concentraciones masivas como las políticas (uso ya probado por el presidente Vázquez el pasado 1º de marzo). Su capacidad es mayor que la que tenía el Cilindro: 15.000 personas con el piso de platea utilizable, 10.000 cuando un deporte ocupa ese nivel.

A eso suma que se ve mejor desde todas las ubicaciones, en especial desde las más alejadas, y que se oye sustancialmente mejor, aunque en este rubro haya mucho para mejorar, porque las insuficiencias son más del manejo del herramental sonoro y visual que de las instalaciones.

Entre las cosas a corregir, aunque sabemos que esto se está haciendo, destaca la carencia de una buena playa de estacionamiento, lo que provoca embotellamientos de tránsito al llegar, a lo que se suma una buena cantidad de público que no va en sus vehículos privados y genera una evitable sobrecarga de taxis, Uber o buses. Por último, un espectáculo en que se paga gruesamente entre 2.000 y 5.000 pesos cada ingreso debería proporcionar alguna publicación, folleto con fotos, datos sobre los músicos visitantes, etcétera. Todos estos problemas pueden solucionarse ante diagnósticos repetidos y acumulados (algunos de ellos lo están siendo).

 

Imagen y sonido en problemas

Lo que parece particularmente inadecuado es la mala emisión de sonido (y en la proyección de imágenes) que se percibió en los primeros minutos del concierto de los músicos actuantes. Quedamos muy mal parados si el sonido que sale, sobre todo inicialmente, es de tan baja calidad. Por suerte, esta vez, el profesionalismo y tacto de los músicos afectados los llevó a no protestar ni hacer gestos de comentario negativo. No siempre pasa eso.

Recuerdo que la segunda vez que vino la orquesta de Duke Ellington, el sonido del Palacio Peñarol era tan vergonzoso que el saxo tenor Paul Gonzalves, luego de tocar en un tema, miró hacia todos lados, puso el instrumento en su regazo y se durmió hasta el final del recital. Total, era casi lo mismo que tocara o no para el barullo audible. También me acuerdo de un recital de Ray Charles en el viejo cine Plaza, de muy buena acústica, por cierto; el genio ciego era famoso por su exigencia sonora y su infinita capacidad de percepción de pequeños defectos y de malhumorarse por ello. Los sonidistas uruguayos lo sabían y se esmeraron. Inútilmente. Durante el primer tema, Ray protestó a viva voz, reclamando cambios. En el segundo, y de modo ejemplarmente dramático, el ciego se levantó, caminó como si viera por un sinuoso y peligroso trayecto hasta el nudo del control de sonido, metió la mano y cambió todo para bien. Volvió como si nada, y reinició.

Nada de esto pasó ahora. Pero esperemos que los gritos desesperados de la gente por el sonido no se repitan. Porque pagaron mucho para el bolsillo medio del uruguayo, e iban a ver música de calidad, gente de buen gusto, que es un orgullo ver cómo llena un local de esos un día de semana, con esos precios e insuficiencias de oferta mencionados.

Cuando hay una voz sobrenatural en juego, un coro muy competente y un juego de percusión tan abundante y sutil, las prioridades deberían ser: el sonido por sobre las imágenes y luces; al interior del sonido, la fidelidad de la toma sutil de efectos sonoros y la jerarquía del volumen para el coro, y a su interior, destaque para la única y auténtica maravilla para todo tiempo y lugar que los visitantes traían: Marisa Monte, de las mejores voces e intérpretes de música popular de todos los tiempos y lugares.

Los encargados de imagen y sonido hicieron, inicialmente, todo lo contrario: proyectaron gigantescos videos de fondo absolutamente reñidos en tempo y velocidad con la música que supuestamente ilustrarían, e imponiéndose sobre el sonido; y para peor no registraron la sutileza percutiva audiblemente, desdibujando a Marisa del total del sonido del coro. Mucha gente gritaba furiosa, y ya me levantaba para ir a algún lado a protestar cuando todo empezó a mejorar: la velocidad y la prioridad de la imagen sobre el sonido, luego el registro de la sutileza de la trama percutiva, y finalmente, después de varios temas de desperdicio, la voz de Marisa y su conducción del coro.

Marisa Monte es un monstruo infalible que canta todo con una naturalidad total, sin problemas de registro ni de ritmo, sin que se le noten venas hinchadas por esfuerzo aun en trechos muy difíciles, sin tener que recurrir a posturas determinadas para facilitar emisiones arduas, como lo hacen hasta los cantantes clásicos. Nunca un error de entonación, de dicción, de afinación, de audibilidad de graves, medios o agudos.

Una belleza sus improvisaciones tarareando, en scat, ‘humming’; cantó con dos micrófonos: uno, para acompañar el tutti del coro; y con el otro hizo, encima de las repeticiones corales, un playback que se hace normalmente en estudio oyendo lo ya grabado (Louis Armstrong lo hizo primero en los años 50). Y lo hizo en vivo y simultáneamente; e improvisando sobre lo que grabó en playback en otros registros grabados. De antología.

Demostró estar en plena madurez, con su voz intacta, pero mejor vestida, moviéndose mejor, con su delgadez y rasgos extralargos disimulados de diversos modos; ahora es una muy agradable mujer-estrella, que canta como nadie, pero que también toca guitarra, hace percusiones y secunda a Carlinhos Brown en la excitación del público. Ha adaptado su irrepetible singularidad de voz e imagen a un contexto de espectáculo total, con facetas pop muy marcadas que su exquisitez podría vomitar y rechazar, o no encontrar cómo ajustarse sin pérdida de calidad. Sin duda, debe ser muy inteligente y perceptiva, pero debe tener buenos asesores, consejeros y amigos que la han ayudado a esa evolución y tránsito maravillosos.

En la red YouTube pueden ustedes ver a Marisa Monte y a los Tribalistas, en un recital del 16 de marzo en Brasil, hace sólo unos días, con las mismas ropas, distribución de los músicos, videos de fondo y quizás repertorio que usaron seis días después en Montevideo; en un estadio mayor que el Antel Arena y sin los problemas de sonido e imagen que nos perjudicaron a nosotros, los que asistimos en Montevideo. Véanlo y tendrán una buena idea de lo que no pudieron ver acá. Tocaron una mezcla de los temas que todo el mundo quiere y que se volvieron íconos sonoros (‘Velha infancia’, ‘Sem vocé’, ‘Já sei namorar’, ‘Carnavalia’, ‘Alianca’, ‘Vilarejo’, ‘Um a um’, ‘É vocé’, ‘Paradeiro’, ‘Depois’, ‘Passe em casa’, ‘Fora da memoria’, ‘Anjo da guarda’, ‘Ánima’, ‘Baiao do mundo’) y de los más nuevos que deben difundir y que quizás representen mejor sus presentes humanos que las viejas glorias que hicieron su fama.

El espectáculo fue sabiamente guiado hacia un crescendo de dos temas que levantaron a todos de las sillas y bancos; obviamente que generaron bises, pero los mismos fueron mucho más calmos, para que no pidieran más. Misión cumplida. Y que el letrista no se olvide de la gran percusión y guitarra de Carlinhos Brown, su simpatía y arrolladora vitalidad, y sus falsetes en coro; ni de Arnaldo Antunes, sus graves de balance, su disfrute de lo que hacía y vivía y su expresión corporal tan alejada de mediocres y prefabricadas coreografías. Y de la tupida selva sonora percutiva, plena de pequeños sonidos y ruidos mezclados por músicos que son master chefs de sonido.

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