Que la pandemia y todas las medidas adoptadas por los gobiernos con respecto a ella y las salidas que se organizan para acceder a lo que se ha dado en llamar “la nueva normalidad” son esencialmente políticas, es algo que pocos pondrían en duda.
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Las expresiones de esta política han variado según la geografía sobre la que nos posicionemos, ellas ha ido desde el desprecio a la gravedad del problema sanitario al máximo confinamiento, pasando por escalas que parecen contener algo de los extremos.
En algunos países, las noticias sobre los innumerables muertos han sido menos relevantes que el hecho singular expresado en la situación sanitaria de quien se encuentra a cargo de las decisiones políticas.
Así ha sido en el Reino Unido, en Brasil y ahora en los Estados Unidos.
Las noticias sobre Donald Trump, quien diera positivo al coronavirus recientemente, han causado en aquél país un conjunto de sospechas en unos casos y en otros un aluvión de “merecimientos”.
Es, como ha afirmado una columna del Times, una postura que critica “la realidad como si fuera una serie dramática de televisión”, algo que se corresponde con el accionar político al que desde el comienzo de su gestión desarrollara el mandatario norteamericano.
Que la noticia sobre su “enfermedad” y al mismo tiempo “pronta recuperación”, levante una verdadera crisis de credibilidad sobre la misma lleve a afirmar a un miembro del Instituto Cato que no se trata más que de “un giro obvio de la trama”, lo confirma, aunque el mismo comentarista se lamente de que lo mejor hubiera sido haberlo “guardado para el final de temporada”, en una directa alusión al desarrollo de la campaña electoral del país del norte.
Junto a ello, el columnista de The Week, Damon Linker, replicó «Es demasiado obvio. Eso es lo que me pone nervioso”.
Muchos en Estados Unidos asocian este nerviosismo con lo acontecido en los últimos cuatro años, han sido años que desde el times se califican “como si hubieran sido escritos por un guionista de HBO, con un antihéroe como protagonista, un deus-ex-machina en forma de pandemia y el obligatorio vuelo en helicóptero sobre el horizonte de Washington, D. C. mientras anochece, todo aparentemente diseñado para reavivar el entusiasmo de los espectadores que ya se habían cansado de las vulgares payasadas de las primeras temporadas”.
Para el Times, probablemente este sea el resultado exacto que se produce “cuando eliges a una estrella de un reality show para la presidencia”, una característica que ha sido el signo distintivo de este personaje que no escatima en frases y decisiones rimbombantes que casi siempre han ido a contrapelo del “buen pensar y lo políticamente correcto”.
“Hay dos verdades acerca de Donald Trump: tiene un instinto agudo para saber cómo hacer un buen drama televisivo, y no piensa casi en ninguna otra cosa. Desafortunadamente, como seguimos descubriendo con este presidente, si bien el drama en dosis controladas es un descanso necesario de la rutina, no es nada divertido cuando se trata de toda tu vida”, describe el medio norteamericano.
La elección de Trump, agrega se explica por su capacidad para “difuminar esas líneas”, “las borra”. “Si hablaste con sus fanáticos, escuchaste que les gustaba su disposición a decir las cosas llamativas que la mayoría de los políticos evitarían. Podría ser lo que fuera, pero nunca aburrido. Incluso muchos de sus enemigos parecían (seamos honestos) disfrutar la fantasía de verse a sí mismos como combatientes de una resistencia emergente contra una dictadura que todavía no se ha materializado, aunque es cierto que Trump ha debilitado las normas cívicas esenciales de manera salvaje, más recientemente al hablar sobre perdedores que conceden elecciones”.
Con la llegada del COVID-19, recuerda el Times, el “animador en jefe nos enseñó cómo realmente odiar ser un extra en el programa de otra persona”.
Es lo que explica la posición del mandatario sobre los efectos del coronavirus, para el “actor estrella” el coronavirus no era, ni sería jamás real y por ello siempre se refirió al mismo como parte de ese show donde siempre habría solamente el protagonismo de su actor estrella. “Obsesionado con la óptica y una posible reelección que pensó dependía de una economía en auge, Trump primero negó y después manejó mal la pandemia, y convirtió las medidas de protección en una declaración política en vez de un deber cívico bipartidista. Eso ayudó a que la primera oleada de infecciones en Estados Unidos continuara cocinándose a fuego lento durante todo el verano, en vez de consumirse como en Europa”, recuerda el medio de prensa.
La seguidilla de desdenes y menosprecios del mandatario sobre organizaciones de salud como la OMS, las inoperantes acciones sanitarias que caracterizaron el accionar de su gobierno, crearon la posibilidad real de que el mismo presidente pudiera, después de tanta negación, contraer el virus.
“Eso no significa que Trump mereciera contraer el COVID-19. Los personajes ficticios podrían “merecer” un virus o una catástrofe similar para compensar su arrogancia, pero un ser humano real nunca lo merece. Más bien, esto es solo una forma más en la que Trump nos ha mostrado lo poco que cualquiera de nosotros realmente quiere vivir en una serie de televisión”.
¿Merece el presidente norteamericano, de quien se afirma no conoce el vocablo “suficiente” haber sido contagiado y en consecuencia padecer la enfermedad?, pregunta el Times y se responde:
“Lo que Trump merece por ese fracaso no es una venganza viral, sino exactamente lo que parecía estar recibiendo antes de contagiarse de COVID-19: perder la presidencia en una elección”.
Mientras la posible cancelación del electorado norteamericano no se produzca, algunos desde el Sur deberían meditar qué parte de sus acciones y decisiones, conforman un guion cuyo problema central consiste en el modo en que desfonda lo que realmente ocurre, decisiones que han llegado al punto de sugerir que hay más realidad de contagio en reuniones religiosas que en las largas filas visibles en los free shop de frontera.
Si como en efecto, viene constatándose, el virus no tiene vocación de selectividad territorial ni de clase, negar su circulación en los territorios económicos de los “malla oro”, es una mala versión del show que encabezado por el mandatario norteamericano hoy viene a recordarnos que lo real sigue siendo lo que importa.