Hacete socio para acceder a este contenido

Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.

ASOCIARME
Columna destacada |

Un 10 de diciembre con sabor a democracia

Por Celsa Puente.

Suscribite

Caras y Caretas Diario

En tu email todos los días

Llevo tu remo en el mío.

Creo que he visto una luz

al otro lado del río”

Jorge Drexler

 

En la imagen que tengo ante mis ojos, el mandatario actual, Tabaré Vázquez, veterano, dos veces electo presidente de Uruguay, acompaña con su mano y estimula con un gesto fraterno al joven presidente electo, Luis Lacalle Pou. Quizás algún despistado piense que los une alguna sintonía política o una suerte de “pasada” intergeneracional intrapartidaria, pero no es así. Pertenecen a partidos opositores, pero más allá de la contienda eleccionaria, el veterano y actual presidente es capaz de advertir y concretar el gesto necesario de democracia consolidada para dar lugar al desempeño de quien recién está aproximándose al ejercicio de la función presidencial. Están en el acto de asunción del presidente argentino, en la otra orilla del Río de la Plata, desde donde vienen aires nuevos, buenos vientos de libertad e igualdad, de compromisos democráticos que se renuevan y procuran, al decir de Alberto Fernández, el nuevo presidente de la patria vecina, “es tiempo de comenzar por los últimos para después poder llegar a todos […] con sobriedad en la  palabra y expresividad en los hechos”. El escenario de este acontecimiento es la Sala Blanca de la Casa Rosada y ante los ojos atónitos de la prensa de todo el mundo, circulan juntos por la alfombra que los llevará al saludo formal al presidente argentino Alberto Fernández en el día de su asunción.

El veterano Tabaré ha invitado al joven, recientemente electo a concurrir juntos en el avión presidencial y ambos han esperado pacientemente en la puerta de acceso a la Sala Blanca en amena conversación con el presidente paraguayo, que será el primero en ofrecer su saludo. Cuando circulan, hay una sonrisa orgullosa con dejo a democracia en el experimentado presidente y un gesto más serio, quizás de nerviosismo, en el más joven. Ellos representan mi país, ellos allí hoy son mi país y más allá de simpatías personales o adhesiones políticas, los dos me hacen sentir profundamente orgullosa.

Para completar el cuadro, la coordenada temporal viene a ofrecer la condición exacta, ideal, porque es 10 de diciembre. Sé que es una fecha importante para los argentinos, en tanto se conserva la misma como fecha de asunción recordando la restauración democrática luego de la dictadura militar, pero yo quiero decir con fuerza esta fecha, más allá de lo que signifique en la otra orilla por tratarse de un momento clave en la vida de la humanidad.

Cada 10 de diciembre celebramos el Día de los Derechos Humanos en ocasión de un nuevo aniversario en que la Asamblea General de las Naciones Unidas diera contextura legal a la Declaración Universal, creada allá por 1948, luego de los desmanes atroces que había provocado la Segunda Guerra Mundial. Uno de los documentos fundamentales de la historia de la humanidad, en el que la justicia, la paz y la libertad se sustentan en la dignidad como búsqueda y camino de igualdad para todos los seres humanos, proclamando los derechos inherentes e inalienables más allá de la raza, la religión, el sexo, el género, el idioma, la opinión política y cualquier otra diferencia que pueda o no enunciarse.

Hace 71 años que esto ocurrió y aunque parece mucho tiempo, no es tal en la vida de la humanidad, y menos aun si nos permitimos hacer algunas reflexiones acerca de cuán fácilmente surgen las palabras, incluso las palabras escritas y jurídicas, siempre muy pensadas, meditadas, revisadas y, sin embargo, qué largo y arduo se hace el camino para que ellas se hagan “carne” en la vida cotidiana. El cambio cultural más allá de una declaración o de cualquier otro instrumento jurídico es un tedioso, complejo y largo camino que requiere de la persistencia para sostener los objetivos, para no claudicar, para insistir cada día obstinadamente en la búsqueda de esa situación deseada sostenida en los valores universales, humanizante. Y cuánto de todo esto sabemos los educadores que dejamos cada día en el entusiasmo del proceso educativo la energía de nuestro ser. Decía un uruguayo entrañable, el padre jesuita Luis Pérez Aguirre, que “educar simplemente es vivir la cotidianeidad de tal manera que por el hecho de estar uno ante alguien, ese otro pueda sentirse afectado y modificado en lo profundo de su persona”. retomando aquello de aquel brasileño inolvidable, Paulo Freire: “Aquí nadie educa a nadie porque los seres humanos se educan en comunión”.

La Declaración cumple 71 años y sus 30 principios resultan hoy esencialmente vigentes. Pero es necesario señalar que también pueden resultar insuficientes a la luz de los cambios que han traído los tiempos que vivimos. El escritor uruguayo Eduardo Galeano, en un fragmento memorable en el que reflexiona en relación a la Declaración Universal de los Derechos Humanos, dice con acierto y perspicacia: “No es por criticar, pero a esta altura me parece evidente que a la declaración le falta mucho más que lo que tiene. Por ejemplo, allí no figura el más elemental de los derechos, el derecho a respirar, que se ha hecho impracticable en este mundo donde los pájaros tosen. Ni figura el derecho a caminar, que ya ha pasado a la categoría de hazaña ahora que solo quedan dos clases de peatones, los rápidos y los muertos. Y tampoco figura el derecho a la indignación, que es lo menos que la dignidad humana puede exigir cuando se la condena a ser indigna, ni el derecho a luchar por otro mundo posible cuando se ha hecho imposible el mundo tal cual es”.

Desde este 10 de diciembre tan simbólico, con la foto de mis presidentes en la retina y la imagen de la Plaza de Mayo sin vallado que operan con impacto simbólico en mi ser,  recargo la esperanza de que la Declaración siga teniendo eco en las nuevas generaciones, con las viejas y nuevas demandas. En este 10 de diciembre con sabor a democracia, tengo un poquito más de esperanza para creer en un Uruguay en el que los cambios políticos no derriben la agenda de derechos.

 

Dejá tu comentario

Forma parte de los que luchamos por la libertad de información.

Hacete socio de Caras y Caretas y ayudanos a seguir mostrando lo que nadie te muestra.

HACETE SOCIO