Desde siempre, hombres y mujeres de todas las épocas han tenido la obsesión del pasaje del tiempo. Seguramente de esa obsesión relacionada con los cambios que inevitablemente la circulación del tiempo acarrea se han creado unidades para medirlo. Es la ilusión del control, que también tenemos los humanos, lo que seguramente nos llevó a crear períodos y nominarlos como los segundos, los minutos, las horas y todas las otras formas que existen de contar, porque contar en el sentido de ‘computar’ o ‘numerar’ nos resulta – además de atractivo– tranquilizador, nos da esa sensación de que reinamos, controlamos, dominamos nuestro entorno.
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Es así que el calendario es una forma artificiosa de “atrapar” el tiempo. Y el calendario que heredamos de nuestros ancestros nos dice que el año 2019 va llegando a su fin. De hecho, esta es mi última columna de este año. En esta ficción coconstruida del año que termina para dar inicio a otro, se generan alivios para algunos que pasan a sentirse liberados de una cadena de hechos que se sucedieron : “estoy deseando que se vaya este año”, comentan, como si el año tuviera vida propia; “que se vaya”, un recurso para las subjetividades que al pensar en el inicio del año sueñan con mejores condiciones de vida. Muchos sienten que esa noche vieja que da lugar al año nuevo es un punto de inflexión para pensar que la vida puede cambiar, y eso, aunque fantasioso, es alentador en tanto produce esperanza. Las ficciones sirven entre otras cosas para eso, para alimentarnos el alma. Somos los mismos, con la misma vida, los mismos problemas y las mismas alegrías entre la noche vieja y el primer día del año siguiente, pero generamos una fantasía de transformación de la realidad que puede servir de sostén para pensar que es posible vivir de otra manera en el nuevo período de tiempo que se abre. La lógica es que la apertura de un nuevo lapso que se presenta ante nuestros ojos es una nueva oportunidad, o tantas como tantas unidades de tiempo deseemos considerar: meses, días, horas…
Juego un rato, entonces, con esta fantasía de culminación de un año al que caracterizo, desde mi perspectiva, difícil. Lo recordaré siempre por haber sido el tiempo en el que descubrí que no estaba tan sólidamente exterminado el discurso del odio como yo me imaginaba, por lo que debí aceptar que estuve en los últimos años sumergida en una suerte de engaño que me permitió mirar con ojos de optimismo la sociedad que habito. Un año en el que, aun si solo nos concentráramos en los últimos meses, descubrimos un intendente que hace trueque de pasantías por sexo y que, para hacerlo, tiene el apoyo colectivo. Lo digo con certeza porque solo he escuchado voces justificadoras incluidas algunas que condenan a mujeres de su propio partido por sus prácticas sexuales con tal de salvar al galán de turno y los sillones del poder. Y quedarán también grabados, y espero que en forma inolvidable, los dichos del diputado electo de Cabildo Abierto: “Si te gustó, bancátela”, en relación al aborto a su juicio como efecto de acciones de mujeres “irresponsables”, palabras que reposicionan con fuerza inusitada la mirada condenatoria sobre las mujeres, exonerando, tal como enseña la sociedad patriarcal, que los hombres no viven los efectos ni tienen responsabilidades sobre sus actos, particularmente los sexuales. Y así se sucede el dolor que nos trae Haití, una herida sin cicatriz que marcó aquel año, el 2011, hace ya bastante tiempo –demasiado como para que no se haya abordado de otro modo– en que se denunció el abuso hacia un jovencito haitiano por parte de los “cascos azules” uruguayos. Hoy sabemos de decenas de mujeres abusadas y violadas, embarazadas sin que mediara su deseo de ser madres ni siquiera su deseo de compartir su cuerpo. No hay palabras para expresar la indignación de saber que quienes debían cuidar y proteger son los perpetradores del horror. Hoy, al igual que el consabido intendente, en lugar de pasantías laborales, sabemos que en el marco del escenario más tremendo, del más vulnerado de los espacios, donde la carencia es la característica habitual, la moneda de canje sexual ha sido la comida.
El machismo remonta su cara más dura, provocando abusos y femicidios, y la Iglesia se preocupa más por señalar que el aborto no es un derecho que por corregir su vida interna, hasta hace un tiempo secreta, inaceptable e indignante expresada en el ejercicio de la pedofilia.
Las bocas se desbocan, se juzga y desmerece a compañeras por parte de quienes creímos referentes defensores de la agenda de derechos.
Así vamos cerrando el año… se avecinan temores, se sostienen deseos.
Se vislumbran militares y religiosos que ocupan escaños en el Parlamento, sitios que aprovecharán para provocar un clima social reinstalador del discurso del desprecio al diferente, a las identidades disidentes, cargado de aporofobia generadora de la segregación humana. Llegó el conservadurismo disfrazado de orden natural, desatando la campaña de saturación mediática con la intención de impactar con más fuerza en los más desprotegidos también culturalmente, crédulos que siguen a quienes los subordinarán sin miramientos.
Sin embargo, conservo un destello de optimismo porque no han muerto los deseos en relación a un mundo de iguales. Dice Eduardo Galeano que “después de visitar el país de las maravillas, Alicia se metió en el espejo para descubrir el mundo al revés. Si Alicia renaciera en nuestros días, no necesitaría atravesar ningún espejo: le bastaría con asomarse a la ventana”. Quizás recorrer la ruta del espejo marcha atrás, retomar el camino para no aceptar de modo alguno la injusticia, sea la tarea inclaudicable para vivir la ilusión de un año que comienza.