-Sabés… quince años de gobierno, desgastan. Me dice una amiga mientras me pasa un mate, una mañana dominguera de noviembre nos encontraba tocando puertas y recorriendo el barrio para charlar con la gente acerca de nuestras convicciones.
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-Cierto, – le digo- el poder también hace su trabajito envilecedor de almas y aquellos a quienes les toca estar “arriba” a veces se olvidan de “bajar” a charlar con los otros, sobre todo a poner “oreja”, a escuchar y explicar por qué a veces se toman algunas decisiones y también a dialogar para recoger preocupaciones, ideas, propuestas.
“El susto despertó al mamao” había dicho con su gracia característica y popular, Lucía Topolansky, nuestra actual vicepresidenta cuando en las elecciones pasadas todos parecíamos adormecidos y sin reacción en una campaña que impresionaba sin ilusiones hasta que estalló la alegría y pudimos reconvertir un proceso anodino en un suceso triunfal. Pero ahora, durante este noviembre, hubo algo de aquella simiente inicial del Frente Amplio que se hizo vida en cada instante destinado al trabajo de la militancia y que nos hace retornar a la esencia, aquel origen que es necesario revitalizar, reactualizar, volver a poner cotidianamente en juego no solo durante la campaña.
-Militar como verbo y nunca como sustantivo, me dice otro amigo, mientras vamos viendo con mucha preocupación la insolente presencia de un partido militar que intenta retomar con los mecanismos de las posturas verticales hacia sus subalternos, el poder despiadado que otrora padecimos. Y lo más terrible es cómo van ocupando un lugar en la arena política abrazados por los otros partidos de la coalición imposible que con tal de desplazar al Frente Amplio son capaces de unirse a quienes desestiman la democracia como proyecto de vida.
Quizás fue esa voz del ex General recalcitrante dando órdenes, augurando veladamente la suspensión de la libertad lo que desencadenó en nuestros cuerpos y nuestras almas la “movida” inédita de los colectivos profesionales. Una suerte de marea intensa que movió a la Ola Esperanza para decir desde las trincheras del desarrollo de nuestro saber hacer, que allí estábamos todos y todas defendiendo nuestra libertad, un proyecto de país en clave de derechos, un modo de estar en el mundo que sabe dar lugar a la diversidad, un espacio territorial para la vida donde las diferencias pueden expresarse con naturalidad porque hay sitio para todos y todas, incluyéndolos a ellos aunque no tengamos nada en común.
Militar haciéndolo con la fuerza de los jóvenes, esos de los que siempre sentí decir que parecen desinteresados, inoperantes, anestesiados. Esos jóvenes se organizaron, salieron a las calles, a las plazas, a las ferias, con su risa, con su fuerza, con sus ideas, a despertar los corazones dormidos. Vi enormes contingentes de jóvenes, algunos temerosos expresando que era su primera vez en la militancia formal, otros más seguros recurriendo a la experiencia familiar, retomando consejos que recibieron de sus mayores o indagando en la profundidad de su ser y dando paso a la intuición para defender los principios que entendieron estaban en riesgo. Los vi reir en las esquinas de la rambla montevideana mientras flameaban la bandera roja, azul y blanca. Los vi lucir la escarapela del #VotoAVoto y sostener muchas veces con una educación extrema la calma, frente a los dichos insolentes de muchos adultos que intentaron desacreditarlos. Los vi discutir en sus entornos naturales, forjando encuentros en bares y cervecerías, escuchándose con el respeto que a veces los más veteranos no sabemos tener. Los vi valorar lo que tenemos y soñar con mejorarlo. Los viví y sentí abrir espacios para ayudarnos a nacer y renacer cada día, sostener la lucha aún cuando el pronóstico no parecía alentador.
El Frente Amplio es así. Lo que en cualquier otro provocaría la huida –encuestas que dan unas diferencias enormes, medios de comunicación que alaban y cámaras que acompañan con frenesí desmedido al candidato de la oposición, pronósticos de un éxito arrasador para la coalición multicolor- a nosotros, los frenteamplistas nos despierta la fuerza interna de la lucha y salimos a la vida con audacia porque la adversidad nos estimula obstinadamente para defender nuestro proyecto político.
El sueño de cualquier candidato es tener una militancia como la nuestra. Somos únicos, luchadores, capaces de caminar kilómetros, de un trabajo inquebrantable sostenido en la conciencia y la memoria. Por eso el domingo volvimos felices a nuestros hogares a descansar con la calma de la tarea cumplida. Seguimos siendo la fuerza política más importante del Uruguay y es necesario que nos encontremos para seguir construyendo, para rearmar y rediseñar este partido que nos convoca, para reestablecer los vínculos entre los representantes y el pueblo como solíamos hacer, para rediseñar los comités y abrir surcos enormes en la tierra de la vida donde la simiente de los jóvenes pueda crecer con fortaleza.
Daniel Martinez salió visiblemente emocionado, parafraseando a ese nicaragüense entrañable, Ernesto Cardenal, “creyeron que nos enterraban y no sabían que éramos semilla”. Aquí estamos, en tierra fértil, preparando el trabajo de volver a crecer, de surgir con fuerza sin rendirnos para pensar en estrategias que nos permitan seguir construyendo el país que soñamos. Ojalá seamos hábiles para dar lugar a los “nuevos” y acompañarlos en el rearmado de un escenario en el que sean ellos y ellas, los constructores del futuro y nosotros, los veteranos, unos acompañantes privilegiados.