Por Germán Ávila
Hacete socio para acceder a este contenido
Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.
ASOCIARMECaras y Caretas Diario
En tu email todos los días
El proceso electoral en Bolivia ha demostrado que el momento político en Latinoamérica es muy complejo; la recomposición de las fuerzas de la derecha continental se ha basado en el posicionamiento un discurso que ha cooptado a una enorme cantidad de individuos que se han convertido en una especie de fuerza política que tiene pocas manifestaciones orgánicas, pero se hace sentir en las urnas. El nicho principal de este tipo de formaciones está en las nuevas capas medias, en las que se ha implantado el ideario de que son las políticas sociales en la escena colectiva, la razón por la que no pueden llegar más arriba individualmente dentro de la escala social.
El pasado 20 de octubre se realizaron las elecciones generales en Bolivia; es importante recordar que este país durante varios meses tuvo un acalorado debate acerca de la legitimidad de la candidatura del presidente Evo Morales. Estos antecedentes permitían prever que su reelección no iba a darse en total tranquilidad. Cabe recordar que este será su cuarto gobierno, pero que la oposición ha insistido en la ilegitimidad de su candidatura, mientras que el Tribunal Supremo Electoral lo avaló a partir de una sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
La oposición considera ilegítima la elección debido a que la nueva constitución plantea la posibilidad de la reelección únicamente por dos períodos consecutivos. El debate llegó a la hora de entender la retroactividad de la medida constitucional, pues para la oposición Morales ya había cumplido con ese parámetro, mientras que para el sector de gobierno la proclamación de la nueva constitución era una vuelta a cero en el contador y el presidente en ejercicio podría volver a presentarse por un período más; en ese marco, el 21 de febrero de 2016 se realizó un referéndum que consultó a la ciudadanía a cerca de la posibilidad de la reelección, pero los resultados no le favorecieron, pues perdió con el 49% de los votos.
Este proceso electoral tuvo unas características similares al que luego, en octubre de 2016, se llevó a cabo en Colombia para la aprobación de los acuerdos firmados entre el gobierno de Juan Manuel Santos y la entonces guerrilla de las FARC. Este proceso, igual que en el caso de Bolivia, tuvo una definición muy cerrada, y la ventaja del vencedor fue muy poca, sin embargo, en ese caso el vencedor también fue el NO.
En los dos casos hubo una matriz idéntica, se desarrolló una enorme campaña de desinformación basada en la difusión de noticias falsas dirigidas a desprestigiar tanto a los procesos como a sus protagonistas; en el caso de Morales, días antes de la elección se difundió que el presidente tenía un hijo no reconocido con Gabriela Zapata, una mujer que gozaba de favores políticos gracias a esa situación. La campaña fue impulsada por el periodista Carlos Valverde, que durante la década de los 90 se desempeñó como jefe de los servicios de inteligencia en Bolivia y ha hecho gala de ser un férreo opositor al gobierno de Morales.
Finalmente la campaña de desinformación rindió frutos y los votos no alcanzaron para el respaldo al mandatario; semanas después la mentira se descubrió y Gabriela Zapata confesó que toda la información divulgada era falsa y que Samuel Doria Medina, político y empresario de la oposición, y su abogado, Eduardo León, le habían preparado un libreto que debía repetir en su comparecencia ante la Asamblea Administrativa. Pero el daño ya estaba hecho y el escándalo influyó profundamente en el resultado de la votación.
La visión de que el fin justifica los medios toma las dimensiones de la política nacional en cualquier país y Bolivia no iba a ser la excepción, más allá de la mentira, la campaña sucia y cualquier otra consideración; lo concreto es que Morales perdió el referéndum y ha sido lo que la oposición se ha encargado de ventilar como el resultado legítimo de un proceso electoral que rechazó una propuesta de reforma constitucional y no de un proceso electoral que rechazó en las urnas la conducta del presidente.
Este es un antecedente importante a tener en cuenta para comprender el fenómeno que ocurre hoy en Bolivia y que tiene a Evo Morales en medio de un debate en que el candidato por parte de la oposición, Carlos Mesa, no solo rechaza el resultado de las elecciones del pasado 20 de octubre, y que dan como ganador en primera vuelta a Morales, sino que denuncia un “fraude escandaloso”.
En la situación que debe enfrentar Morales, por un lado está el desgaste que sufren los gobiernos alternativos en la medida que la capa media va creciendo en un entorno que ofrece la inserción social, de manera casi exclusiva en términos de acceso a los bienes de consumo; por el otro lado está el proceso de desgaste de la figura de Morales como individuo, producto de los constantes ataques que la oposición realiza desde hace años, y que tuvieron su punto más alto en el referéndum de 2016.
La constitución de Bolivia plantea que para que no exista la necesidad del balotaje, el ganador debe obtener la mitad más uno de los votos válidos, o que superado el 40% de los votos, el ganador lleve más de 10 puntos porcentuales al segundo. Este último es el caso que pondría a Morales como ganador en primera ronda y que la oposición no acepta debido a lo ocurrido con el sistema de transmisión de los votos.
El sistema electoral boliviano tiene un componente de difusión de los resultados del conteo de las listas; el sistema de Transmisión Preliminar de Resultados Electorales (TREP) emitió con normalidad el conteo del 84%, luego de esto el proceso de emisión de los reportes se congeló y el TREP no volvió a entregar reportes hasta el día siguiente, cuando ya los resultados finales estaban por saberse.
En el momento de la suspensión de la transmisión, el conteo arrojaba como resultado la victoria de Evo con un margen importante, pero aún no estaba clara su victoria en primera ronda, lo que ya era un hecho en el momento de la reanudación de la transmisión el día 21. Como era de esperarse, los contradictores de Morales asumieron la existencia de un fraude como primera y única explicación de la situación, ante lo que recurrieron a las protestas callejeras y la denuncia internacional.
La polarización que surge como parte del discurso que la derecha ha posicionado alrededor de los gobiernos de izquierda en Latinoamérica ha logrado equiparar la continuidad de los proyectos gubernamentales con expresiones como “dictadura” o “régimen”. Con esto cumplen el doble papel de legitimar los discursos que desestiman el proyecto político deslegitimando a la figura que lo encarna y, por el otro, desmantelar el peso histórico que tuvieron las dictaduras que asolaron a la mayoría del continente, a partir de que ahora a cualquier gobierno al que se le considere contrario se le llama dictadura.
Bolivia y su sistema electoral han aceptado el carácter vinculante de la auditoría de la OEA sobre el proceso eleccionario del 20 de abril, aun cuando el papel de dicho organismo dista mucho de poder considerarse técnicamente confiable debido a la clara posición que ha tomado en todos los espacios posibles en contra de los gobiernos progresistas. Muestra de ello justamente es que Almagro se pronunció altamente preocupado por la transparencia de las elecciones en Bolivia, mientras Chile arde y las denuncias por asesinatos, torturas y desapariciones cometidos por las fuerzas de seguridad del Estado se multiplican exponencialmente, ante lo que el silencio de la OEA es pasmoso.
El proceso en Bolivia mientras tanto continúa; el gobierno de Morales ha logrado sacar a ese país andino del atraso al que se vio sometido durante décadas, sin embargo, los ojos del gran capital no pueden dejar de mirar hacia ninguna parte; por más pequeño que se considere el país hay una confrontación en franca lid que tarde o temprano se desarrollará en su territorio y que confronta dos modelos que en el mejor de los casos pueden coincidir en ciertos espacios, pero no pueden convivir armónicamente. El gran capital no es compatible con el desarrollo social, pues se sustenta en lo contrario: la mano de obra barata y necesitada, la regulación laboral flexibilizada y la falta de compromiso con el entorno son el principal alimento del capitalismo neoliberal y uno de los campos de batalla más intensos, hoy, es la cabeza de la gente, los imaginarios colectivos en los que surgen las expresiones que se identifican con el modelo que les explota con dureza, les vende el progreso de pocos como el triunfo de muchos y les promete el paraíso en un futuro poco claro.
El resultado del conteo de votos en la auditoría encabezada por la OEA arrojará un resultado que definirá el futuro de Bolivia como referente del progresismo en América Latina. No obstante, aun cuando la continuidad del gobierno de Morales esté asegurada, es claro que se desarrolla en Bolivia también un movimiento neoconservador que permea a las organizaciones sociales que le hacen el juego al modelo, pues terminan confundiendo las contradicciones de estilo con los dirigentes con el rechazo al modelo progresista de desarrollo, lo que, como en Ecuador, ha terminado abriendo toda la cancha para el regreso del modelo neoliberal. El apoyo popular a Evo Morales se siente muy vivo todavía, pero el enemigo que enfrentan es poderoso y tiene los medios de comunicación, a lo que el progresismo latinoamericano no ha prestado la suficiente atención como parte esencial de la construcción de cualquier modelo político hoy.