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Cachemira: máximo riesgo bélico

Por Rafael Bayce.

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Hace tres años intentamos mapear cuáles serían los puntos del planeta -elegimos ocho- que implicaban mayor riesgo de devenir en conflictos locales capaces de provocar una eventual tercera guerra mundial. La disputada zona de Cachemira, en litigio entre India y Pakistán, incluidas una guerra India-China en 1961 y la guerra de independencia de Bangladesh en 1971, figuraba entre esos mayores peligros de guerra masiva. Hoy continúa en esa lista y la advertencia naranja se acerca peligrosamente al rojo. ¿Por qué? ¿Cuáles son las razones para temer un conflicto global con epicentro en Cachemira?

 

Historia de un territorio en disputa

India y Pakistán, una sola nación bajo dominio colonial británico hasta 1947, sumaban y suman la quinta parte de la población mundial. La zona de conflicto -gruesamente Cachemira- abarca 2/5 de esa población, o sea directamente 8 por ciento de los habitantes del planeta. Desde el primer conflicto armado entre las separadas India y Pakistán, en 1948, se han sumado millones de muertos: en numerosos pequeños conflictos puntuales (como los de febrero-marzo de este año), pero principalmente en los enfrentamientos bélicos de 1948, 1961, 1965, 1971, 1999, 2003 y 2013.

Desde fines del siglo XX los riesgos aumentan porque ambas naciones se han vuelto potencias nucleares. Pakistán desarrolla una política armamentista como primera prioridad gubernamental para compensar al mayor ejército indio y su superioridad económica, bélica y organizativa frente a la nueva nación musulmana que se independizó de la metrópolis colonial inglesa y de la administración intracolonial de la India. Y hereda, no es poca cosa, el aparato de liderazgo saudí-yanqui de producción de radicales islámicos que luchen contra soviéticos y chiitas.

La larga historia de la región se remonta a una primera civilización china, budista, que es sucedida en épocas de nuestro medioevo por una larga dominación musulmana de cinco siglos. En el siglo XIX, la zona es dominada por sikhs y otras etnias hindúes. Llegado el siglo XX, la lenta sustitución histórica de las culturas fue asimilada progresivamente por las necesidades de convivencia local, al punto que en territorios comunes vivían en relativa paz e interacción cotidiana budistas, musulmanes, hindúes y católicos, con toda la variedad intraétnica de tan enorme población.

La situación cambia drásticamente entonces por dos grandes razones: el abandono por los ingleses de esa enorme zona como parte del proceso de independencias coloniales que se inicia en el siglo XIX y continúa en el XX, y por la aparición, a principios del siglo XX, de nacionalismos políticos de base cultural musulmana e hindú que erizan la convivencia secularmente tejida entre etnias, culturas y religiones, aunque no enfatizasen lo religioso para recomendar y pedir territorios diferentes.

Los ingleses, siguiendo esa tendencia novedosa, al abandonar sus excolonias, crean dos naciones en su lugar: un país, Pakistán, para musulmanes, y otro, India, para los hindúes. Pero, al realizarse la secesión, aparecen muchas dificultades, entre ellas los enormes desplazamientos de gente entre las 560 reparticiones autónomas que componían la gran nación británica colonial, ahora tendiente a agruparse en dos naciones diferentes, de base cultural diversa, pero que, a diversidad de sus mentores históricos, siente que sus diferencias religiosas son parte fundamental de la división, lo cual radicaliza la misma. Por otro lado, a esos problemas de radicalización religiosa de los nacionalismos y de las masivas emigraciones cruzadas de musulmanes e indios desde zonas indias o chinas entre los 560 territorios, se suma la gente que no quiere arriesgarse y dejar todo para emigrar y sumarse así a los nuevos países creados. Antes integrados, ahora quedan como minoría discriminada en los lugares en los que antes de la división nacionalista y de las emigraciones convivían sin mayores problemas.

Lo que pasa en Cachemira y que profundiza aún más la situación de conflicto es que algunos de los gobernantes de varias zonas autónomas prefieren tratar de mantenerse independientes tanto de India como de Pakistán, sobre todo cuando pertenecen a etnias minoritarias que acumulan más poder con esa autonomía gubernamental que con su subsunción en una nación musulmana o una hindú. Aquí aparece una de las raíces fundamentales de la especificidad del conflicto de Cachemira que nos ocupa: la sobredeterminación de los intereses de los pobladores residentes a los intereses geopolíticos de las naciones nacientes y a las de sus aliados globales, sobredeterminación cada vez más peligrosa.

 

La especificidad de Cachemira

La resistencia a una independencia dual, citada anteriormente, se da en un contexto étnico y religioso muy particular, ya que entre esos territorios hoy englobados simplificadamente como Cachemira, que no se deciden o no quieren adherirse a ninguno de los nuevos países creados por los ingleses, hay regiones como Jemmu, con inmensa mayoría musulmana; Cachemira, con mayoría hindú, pero considerable minoría musulmana; y otra, Ladekh, con mayoría budista y minorías considerables musulmana e india.

Como ejemplo de la historia reciente, tenemos que la llamada Guerra de Kirgil, en 1971, se produce en una zona de mayoría india al interior de una región mayoritariamente musulmana, Jemmu. Hay, entonces, diversidades subregionales que no resaltaban en las épocas de integración colonial, pero que emergen con los nacionalismos, los trasiegos y migraciones étnicas y religiosas, y la necesidad impuesta de elegir entre India y Pakistán. La dicotomía forzada secundariza, tanto las independencias preferidas a la integración propuesta, como la integración pacientemente lograda a través de los siglos por una pertinaz cotidianeidad, insensible pero implacablemente integradora.

Las decisiones políticas de los poderosos países involucrados han sido de lo más destructivo que la humanidad ha producido, aunque luego sus consecuencias les sean achacadas a las víctimas de esas horrorosas decisiones: desarticulan las integraciones étnicas y religiosas trabajosa y sabiamente tejidas por la necesaria convivialidad cotidiana y deciden dicotomizar a sus excolonias. Irónicamente, desde que los ingleses abandonan el coloniaje en India, sobrepasada la época del capitalismo extractivo y comercial por uno industrial, y deciden crear dos países para heredar ‘en paz’ esa zona, el infierno se desatará crecientemente debido a ello y a la forma en que la sucesión se procesa.

 

Los nuevos intereses bélicos

Independentistas y usufructuarios del statu quo colonial se niegan, entonces, a adherir a la dicotomía India-Pakistán propuesta por los excolonos, también rechazada por China. Por ejemplo, y será uno de los motivos centrales de la guerra India-China de 1961, los budistas de Ladakh se niegan a aceptar la dicotomía musulmano-hindú que los ignora, obligándolos a pertenecer a India o a Pakistán y a perder especificidad étnico-religiosa. China, por ejemplo, apoya esos sentimientos con sus intereses. Y también China fue y es consciente de que todo el territorio colonial ahora independizado era un gran colchón sostenido por las naciones occidentales para aminorar las influencias china y rusa en la región. Afganistán será parte de ese colchón también y lo que sucede allí marcará de modo importante lo que terminará sucediendo en Pakistán y en la disputa India-Pakistán. Peor aún, porque los territorios sobre los cuales los chinos resisten la decisión inicial inglesa, tanto como la hegemonía india posterior, abarcaban zonas y etnias de difícil subordinación por los chinos: los uigures y los tibetanos.

La victoria de 1961 de China sobre India reivindica la autonomía uigur y su pertenencia a China, así como comporta un castigo a India por la protección dada al Dalai Lama tibetano del independiente Nepal. China desarrolló, por todo ello, una alianza con Pakistán, como lo hizo Estados Unidos, alianza que ahora se ve amenazada por el belicismo pakistaní. En el nuevo escenario China intenta moderar por ser Pakistán acusable de belicismo terrorista, mientras India teje alianzas con Rusia, adquiriendo así capacidad de veto en el Consejo de Seguridad, de la que carecía.

Afganistán fue el santuario de los yihadistas islámicos que se prepararon religiosa y prácticamente en las madrasas de la frontera Pakistán-Afganistán para enfrentar a los soviéticos y su influencia en Irán y Afganistán. Los yihadistas y terroristas islámicos (muyahidines, talibanes, Al Qaeda, Isis) han sido financiados por Arabia Saudita -y satélites- y por Estados Unidos -y aliados varios- para frenar a los rusos y a los chiitas e iraníes. Pero los muyahidines, aprendices de brujo, también se extendieron a Cachemira, y los militares pakistaníes no los reprimen.

Hay, pues, un subinterés particular de los militares pakistaníes en mantener el conflicto con India, al interior del mismo, que era de raíz nacionalista y religiosa, como vimos. Pero también hay un interés nacionalista superviniente del lado indio, compartido a la inversa por los pakistaníes: a ninguno de los dos les convienen las independencias como decisión poscolonial, porque entonces ninguno de los territorios en disputa haría parte de India ni de Pakistán; ambos quieren forzar la dicotomía electiva y forzar la elección hacia su molino, a lo que el otro se opone por medios más o menos pacíficos.

En el caso indio, sobre la base de un statu quo que los beneficia y que fundamentan en un secularismo pacifista, sin embargo, reaccionan muy bélicamente frente a los esfuerzos de Pakistán para maximizar las decisiones propakistaníes de los musulmanes coloniales independizados. Y Pakistán, mientras tanto, desconfía del proselitismo multicultural y secularista de India, sobre todo por una erupción nacionalista india alimentada por el belicismo pakistaní.

Que todo sea para bien, deseaba Peloduro, aunque no parece que vaya por ahí.

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