“Este plan quinquenal busca profundizar la integración de internet con los sectores económico y social, habilitando nuevos modelos industriales que, para 2018, estén actuando como motores de crecimiento económico”.
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“China inicia un proceso que la llevará de productora de cantidad a productora de calidad”.
Estos y otros conceptos fueron utilizados, en marzo de 2015, por el primer ministro Li Keqiang ante los 3.000 legisladores de la Asamblea Nacional Popular para fundamentar los objetivos estratégicos del XIII Plan Quinquenal (2015-2020) y en particular los alcances del proyecto Made in China 2025 y su brazo operativo, Internet Plus.
La República Popular anunciaba de esta manera el inicio de un proceso de transformaciones radicales de su economía y de su modelo de desarrollo y crecimiento, sólo comparable con las reformas y la apertura al mundo promovida por Deng Xiaoping a finales de 1978.
Así como estas últimas hicieron de China la segunda economía del mundo y la fábrica del planeta en menos de 30 años, Made in China 2025 deberá convertirla en la usina tecnológica del mundo y, seguramente, comportará una revolución copernicana en las relaciones de poder económico, financiero y comercial mundial.
Con este plan -que se inspira en el concepto alemán de Industria 4.0 y el Internet Industrial estadounidense-, Beijing apunta virtualmente a todas las industrias high-tech: automotriz, espacial y aeronáutica, maquinarias, robótica e inteligencia artificial, equipamiento marítimo y de ferrocarriles, energía, biotecnología y el sector IT, entre otros.
Según Jeremie Waterman, presidente del China Center de la Cámara de Comercio de Estados Unidos (EEUU), de ser exitoso, el ambicioso proyecto, “Estados Unidos y el resto de los países probablemente pasarían a ser simples proveedores de materias primas (petróleo, gas, carne y soja) para China”.
Lo que nadie pudo imaginar, ni Xi Jinping -para el que Made in China 2025 significa la prioridad estratégica y el buque insignia de su gestión al frente del Estado y del Partido Comunista- ni Trump -para el que Internet Plus representa la principal amenaza y el verdadero enemigo de su guerra comercial-, fue que, en apenas tres años, los efectos y el impacto de las innovaciones tecnológicas, el cloud computing, big data, internet de las cosas, comercio electrónico, etc. tuvieran una penetración tan masiva y exitosa al punto de cambiar hasta las formas de mendicidad.
Efectivamente en decenas de ciudades chinas se puso en marcha -financiado e implementado por los colosos digitales Tencent y Alibaba- un plan piloto por el cual los mendigos piden su limosna a través de un código QR y de pagos móviles vía billetera electrónica de WeChat (Tencent) o Alipay, (Alibaba).
El código QR (del inglés Quick Response code, ‘código de respuesta rápida’) es una evolución del código de barras incorporado al teléfono celular que, de forma inmediata, nos conecta con una aplicación en internet, un correo electrónico, una página web o una cuenta corriente bancaria.
En las puertas de los hoteles, centros comerciales, restaurantes, lugares de atracción turística se puede ver a los indigentes -cuyos teléfonos móviles inteligentes son regalados por las mismas compañías- con sus códigos QR colgados del cuello o expuestos en enormes letreros en los que invitan escanear dicho código y así recibir las transferencias a través de una plataforma.
Además de la tecnología, la novedad del sistema es que el ciudadano que decide ayudarlos en realidad no aporta un centésimo. Son las compañías propietarias de las plataformas quienes pagan al mendigo entre 10 y 22 centavos de dólar por cada QR escaneado y su gran negocio es apropiarse de la información del “donante” para luego venderla a diferentes empresas que hacen su publicidad de acuerdo al perfil de los millones de usuarios “seudocaritativos”. En China, la caridad bien entendida empieza por Alibaba y por Tencent.
En China el uso de los medios de pago electrónicos (la inclusión financiera que impulsa nuestro ministro Astori), según cifras oficiales, superó la impresionante cifra de 13 billones de dólares en los primeros diez meses de 2017 (contra “sólo” 50.000 millones de EEUU). Los ciudadanos del dragón pagan a través de sus smartphones tanto un paquete de cigarrillos, un kilo de manzanas, como el último modelo de un Mercedes-Benz, Ferrari o Jaguar.
En la grandes ciudades como Beijing, Shanghái, Hangzhou, los billetes son una especie en vía de extinción y, contraviniendo la ley, muchos negocios no aceptan pagos al contado y los pocos que lo aceptan tiene dificultades al momento de dar el vuelto.
Gobiernos locales han lanzado -siempre en acuerdo con los omnipresentes Alibaba y Tencent- las “ciudades sin billetes” con el riesgo evidente de marginar a decenas de millones de analfabetos digitales, o que no tienen una cuenta corriente o teléfonos con conexión a internet (70% de la población rural).
La desaparición de la moneda tradicional “es un daño a los intereses del ciudadano común y niega al consumidor su derecho a elegir cómo pagar sus cuentas”, declaró el funcionario a cargo de un grupo de trabajo, “Aceptación del renmimbi” (la moneda china), recientemente creado por el Banco Central de China para estudiar los daños colaterales de la explosión digital.
Inaugurando un simposio sobre Seguridad ciberespacial e informática, Xi Jinping exhortó a los científicos y expertos a priorizar los aspectos sociales de la economía digital y, en particular, a hacer del programa Internet Plus la gran herramienta para un crecimiento sostenible.
El mandatario abogó por “Internet Plus educación, Internet Plus cultura, Internet Plus servicios médicos” para lograr que 2020 sea el año de “pobreza cero”, según lo que él mismo anunciara a finales del año pasado.
Naciones Unidas, en los Objetivos de Desarrollo Sostenible, establece 2030 como meta mundial para erradicar la pobreza extrema; China lo estaría cumpliendo una década antes.
Mientras tanto, ya cuenta con sus propios mendigos 2.0.