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China: Miseria cero y millones de vacunas para Uruguay

Por Daniel Barrios.

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Caras y Caretas Diario

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25 de febrero de 2021, Gran Palacio del Pueblo, Beijing, República Popular China.

El presidente Xi Jinping, ante miles de delegados que colmaban el emblemático edificio situado en el lado oeste de la Plaza de Tiananmén, anuncia  oficialmente que el país ha concluido su “ardua tarea” de erradicar la pobreza extrema y afirmado que 98,99 millones de personas han salido de la misma en los últimos ocho años.

“Hoy declaramos solemnemente […] un completo éxito en la lucha contra la pobreza en nuestro país”, dijo Xi y dio por concluida la campaña contra la pobreza “creando otro increíble milagro”.

La erradicación de la pobreza fue uno de los principales objetivos del mandatario  desde que fuera elegido como secretario general del Partido Comunista de China (PCCh) en 2012 y se comprometió a alcanzarlo en 2020, diez años antes de lo establecido por Naciones Unidas en sus Objetivos de Desarrollo del Milenio.

Desde que la República  Popular lanzó el programa de reforma y apertura a finales de los setenta, el país ha sacado de la pobreza a 770 millones de personas, lo que equivale a cerca del 70 por ciento de la reducción de la pobreza global durante ese período, en el que también el aporte de China  a la economía mundial pasó del 1,5 % al 15,4% actual.

Un país, cualquiera sea, que alcance la “extrema pobreza cero” se merece el reconocimiento de su gente y del resto del mundo. Más aún cuando se trata del país más poblado del planeta y todavía más, cuando la pandemia desencadenó la emergencia sanitaria más dramática y la más grande crisis económica mundial de los últimos cien años. Que a partir de hoy ni uno solo de sus más de 1.400 millones viva en la extrema pobreza, que haya triunfado en  su “guerra del pueblo” (Xi Jinping dixit) contra el coronavirus y sea la única gran economía del mundo en haber crecido, tiene más de milagroso  que de construcción humana.

La explicación de este “milagro” según Xi Jinping está en  “las ventajas políticas del sistema socialista, que puede agrupar los recursos necesarios para emprender grandes tareas”.

Aunque a muchos cueste reconocerlo, la exitosa lucha contra la pobreza -que significó una inversión en ocho años de 246.000 millones de dólares y movilizó en las zonas rurales más de tres millones de personas- fue posible por la solidez de las instituciones socialistas, la intervención del Estado y la conducción del Partido Comunista, que cumplirá sus cien años a mediados de este año.

 

22 de febrero de 2021.Torre Ejecutiva, Montevideo, Uruguay

El presidente Lacalle Pou convoca una conferencia de prensa para anunciar la llegada de la primera partida de 192.000 dosis de la vacuna Coronovac, desarrollada por el laboratorio chino Sinovac.

El mismo sistema socialista, el mismo Estado, el mismo partido que festejaba del otro lado del mundo la erradicación de la extrema pobreza, es el que respondió  al pedido especial del gobierno uruguayo para acceder a la vacuna, poniendo punto final a semanas de incertidumbre  y comunicaciones contradictorias de quién, cómo y cuándo nos haría llegar el antígeno inmunitario.

Para Beijing, el desarrollo de una vacuna se convirtió en una prioridad absoluta desde el comienzo de la pandemia y ya en enero de 2020, contaba con los primeros sueros y, 6 meses después, con 10 fórmulas en distintas fases de experimentación y algunas autorizadas para uso de emergencia. El último día del año aprobó la primera autorización para uso general de la fórmula desarrollada por SinoPharm, (eficacia del 79%), y luego la de Sinovac (50,6%), y una semana después ya había inoculado a casi 25 millones de personas.

Mientras escribo, la Administración Nacional de Productos Médicos de China anuncia la aprobación condicional del mercado a una vacuna recombinante contra el nuevo coronavirus que solo requiere una inyección y la Asociación Nacional de Fabricantes de Vacunas informa que este año se producirán 2.000 millones de dosis, y en 2022 la capacidad será de 4.000 millones.

“Una vez que esté disponible, China hará que su vacuna contra el covid-19 sea un “bien público mundial”  -como la protección al medio ambiente, el conocimiento o la seguridad internacional- y sus beneficios deben ser para todos “y sin exclusiones”, subrayaba  el 18 de mayo de 2020 el presidente Xi Jinping en un discurso ante la Asamblea Mundial de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y comprometió una ayuda de 2.000 millones de dólares durante dos años para respaldar la lucha contra la pandemia.

Cumpliendo con la promesa  de su  presidente, China se ha comprometido a suministrar más de 500 millones de dosis y es hoy el principal (y en muchos casos el único) proveedor de vacunas  de decenas de países de todos los rincones del mundo y especialmente entre aquellos países  para los que obtener el antídoto les resulta muy difícil por motivos económicos o logísticos. Según datos de su Ministerio de Relaciones Exteriores, 53 países de escasos recursos la recibirán gratuitamente.

La vacuna  anti-Covid 19, es hoy el producto más demandado del mundo, y se ha convertido en un instrumento de la diplomacia internacional en manos de los países que disponen de los medios y el conocimiento para desarrollar el antídoto.

En el caso de China, su exitosa “diplomacia de la vacuna”  ha reforzado sus credenciales de potencia responsable y, una vez más, ocupa el vacío dejado por el liderazgo estadounidense que, según un decreto firmado por Trump,  poco antes de dejar la presidencia,  resolvió priorizar la entrega de vacunas a su población; y en contraste con Occidente, que se concentra en garantizar el acceso al suero a sus propias poblaciones,

Como ha subrayado Yanzhong Huang, experto en salud pública del Consejo de Relaciones Internacionales estadounidense, “China puede usar (sus medicamentos) para convertirse en un líder global en lo que respecta a garantizar el acceso equitativo a las vacunas, llenando el vacío entre países desarrollados y en desarrollo. Desde luego, esto mejoraría su imagen en esos países y proyectaría soft power (poder blando, capacidad de influencia)”.

Hace décadas que la política y la academia no se ponen de acuerdo en el momento de categorizar el modelo chino, su sistema de gobierno y su institucionalidad.

Lo que para el estatuto del PCCh es “socialismo con características chinas en la nueva era” (el marxismo-leninismo adaptado a realidad específica y un momento histórico determinado), para otros es “economia socialista de mercado”  (combinación de mecanismos de mercado y de planificación centralizada para la construcción del socialismo); hay quienes la definen como “democracia meritocrática” (el poder lo ejercen las personas que están más capacitadas según sus méritos) y quienes lo denominan  “capitalismo de Estado” (donde es el Estado y las empresas estatales los principales actores de la economía), o “democracia autoritaria”, etc, etc.

“No importa el color del gato, lo importante es que cace ratones”, decía Deng Xiaoping para explicar el pragmatismo de su ambicioso plan de apertura y liberalización de la economía. Hoy, cuando se trata de salvar a la humanidad  de esta peste global, poco importa la clasificación del sistema del gigante asiático, lo importante, para China y para el mundo,  es que “el gato de Deng” produzca y distribuya  vacunas.

Horas después de aterrizado el avión procedente de Beijing, el presidente Lacalle Pou recibió al embajador chino Wang Gang, uno de los protagonistas, junto a nuestro embajador Fernando Lugris, en la negociación por la llegada de las vacunas.

El diplomático, para quien “en las difíciles se conocen los amigos”, explicó la colaboración de su gobierno en el contexto  de “profundización” de la asociación estratégica entre ambos países y la confirmación de que su país “sigue perfilándose como el primer socio comercial, el mayor mercado y el primer cooperante del Uruguay”.

Festejen, uruguayos, festejen,  habemus vacuna.

Agradezcan, uruguayos, agradezcan a la República Popular China, a su gobierno y su Partido Comunista que nos la hicieron llegar.

 

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