Esta semana se cumplieron los 100 años de la muerte de un genio político que modificó de raíz la historia universal: Vladimir Ilich Uliánov, el genio de Simbirsk, Lenin, el fundador de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
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Desde el martirio de los Hermanos Graco, elegidos por la plebe y ejecutados por la aristocracia romana, más de 20 siglos de historia contemplan la trayectoria de un dirigente excepcional, munido de las ideas revolucionarias de Carlos Marx y Federico Engels, conduciendo sin titubeos hacia el esquivo poder a un pueblo escarnecido, transformando una nación empobrecida, feudal y derrotada, en la segunda potencia mundial del siglo XX. Su prematura muerte a los 54 años dio paso a la gran traición al ideario socialista, perpetrada por el frustrado seminarista de Georgia, Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, más conocido como Stalin, “hecho de acero”, que tras fusilar a la flor y nata de la revolución, Zinoviev, Kamenev, Bujarin y centenares de revolucionarios, mandatando con éxito el asesinato del legítimo sucesor de Lenin, el jefe del Ejército Rojo, León Trotsky, transformó la dictadura del proletariado en una omnímoda dictadura personal.
No describiré hoy lo que significó Lenin en la historia universal.
Solo recordaré como único homenaje en el centenario de su trascendencia física, el magnífico editorial de otro ser excepcional en la historia uruguaya, un adelantado de su tiempo, hoy también traicionado en sus prácticas y sus ideas por seguidores que no honran su memoria.
Me refiero a don José Batlle y Ordóñez, quien el 26 de enero de 1924 publicó con su firma en el diario El Día, un editorial titulado “DE PIE, MURIÓ LENIN”.
Por provenir de un líder político de la burguesía nacional, sus palabras multiplican su valor político.
Batlle y Ordóñez califica a Lenin de “magnífico ejemplar humano, uno de esos personajes apasionantes que dan significación a toda una época y sirven para fijarla en la historia”.
Si bien Batlle no comparte con los carlyleanos “la existencia de la pulpa divina en que están amasados los genios, esos superhombres que aparecen de vez en cuando en el firmamento de la especie como deslumbrantes meteoros que alumbran su incierto camino a través de los tiempos”, sí reconoce que “cada empresa tiene su hombre representativo, su director, su guía y Lenin fue, desde el primer instante, la personificación de la revolución, el levantamiento violento e instintivo de un pueblo entero cansado de sufrir contra sus amos milenarios”.
Califica Batlle a la revolución leninista como “un santo impulso de liberación… que condujo a Rusia en un plazo de tiempo reducido, desde las épocas primitivas, hasta ponerla en condiciones de incorporarse a las naciones más civilizadas de la tierra”.
Prosigue el estadista de las trincheras coloradas, sonrojando a sus actuales dizque seguidores, destacando en Lenin “la potencia de su pensamiento y la energía inagotable” que lo poseía.
Y agrega: “Como buen soldado fue herido de muerte en plena batalla, ya que fue el trabajo abrumador que se impuso el que abatió irreparablemente su organismo físico. Que no fue un fanático cerrado a cal y canto a las enseñanzas de la realidad lo prueba su acción evolucionista de estos últimos tiempos, que ha hecho que se rectificaran muchos errores a pesar de la resistencia de aquellos que sostienen la intangibilidad infecunda de las ideas”.
Y culmina nuestro traicionado Batlle y Ordóñez: “Lenin fue el verbo de la Revolución, era en estos momentos la palabra de sensatez y de cordura, la mirada avizora y penetrante, la mano que no temblaba en el timón, no juzgamos sus ideas con las que no podemos estar de acuerdo, sino sus condiciones de orientador de muchedumbres y de saberse adaptar a las exigencias del momento sin encapricharse tercamente en rígidos dogmas. Desaparece con Lenin un hombre excepcional”.
El editorial de Don José no solo es el homenaje sincero y profundo de un adversario político, sino una lección de alta política, exhibiendo el camino a la patrulla extraviada de sus olvidadizos seguidores.