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Ladrillo sobre ladrillo

Cairo y la construcción social de la ética

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Tres datos: 1) Eugenio Gómez fue diputado comunista entre los años 1926 y 1938. Era peluquero de profesión y un dirigente obrero, vinculado a los ambientes portuarios de Montevideo, donde fundó la Federación Obrera Marítima en 1918. Su origen humilde y su militancia en el movimiento obrero definían su vestimenta cotidiana y sus ingresos como legislador. Este principio se expresa hasta estos días en legisladores del PCU. 2) David Cámpora era contador. En 1968 ingresa al MLN. Puso su casa y sus bienes a disposición de la organización. Cuando pasa a la clandestinidad, él y su esposa Olga comienzan a recibir ingresos magros. Un día, Olga empeña una joya. Luego, el MLN roba la Caja de Préstamos Pignoraticios del BROU. Todo lo robado va a la casa de Cámpora. Ahí encuentran la joya de Olga y se la entregan. Ella no lo acepta: “Ahora es de la organización”. Se consolida así una vida austera que es un signo de esa organización hasta nuestros días, con el MPP como expresión continuadora. 3) En 1966, a los 86 años, durante su participación en las elecciones con el Movimiento Socialista, Emilio Frugoni vendió su valiosa biblioteca personal para cubrir los gastos de la campaña.

Ladrillo sobre ladrillo

En la época década del 60 se registra una vigorosa construcción simbólica de la izquierda en torno a valores morales y éticos. La izquierda se reconocía allí y los demás reconocían a la izquierda con esos valores. Esa poderosa construcción social se transformó en un signo identitario que amasado en el período de tensión democrática y en dictadura permitió crear una malla ideológica junto a ideas programáticas y conductas cotidianas que otorgó prestigio moral en la sociedad. No era una experiencia exclusiva de la izquierda uruguaya. En el mundo Europa y América Latina esa actitud austera, desprendida soporte de la moral de izquierda distinguió a varios líderes y agrupaciones políticas. La ética de izquierda, entonces, se oponía a otra ética y moral, representada por la derecha, en donde el lucro, la riqueza y la acumulación burguesa eran y son sus signos identitarios.

Por todo lo dicho, la ética de los “compañeros” era vigilada adentro y afuera de la izquierda. Se creó y se construyó esa imagen y todo tenía que ser coherente con ese ropaje ideológico. Incluso cuando se observaba algo que no estaba alineado a esos valores y principios, se solía y se suele decir que el “compañero anda mal” o es un “pequeño burgués”. (Cuando el Frente Amplio se consolida como un partido representativo de vastas capas de la sociedad más allá de los obreros, incluyendo a sectores medios, pequeños y medianos comerciantes y empresarios, además de parte de la intelectualidad, esas calificaciones sobre el “purismo de izquierda” fueron desplazadas por otra visión no tan dogmática y represiva y más amplia. Es interesante anotar que el FA se nutre, aún hoy, de personas que poseen extensiones de tierra que en los 60 eran llamados “latifundistas”, aunque cabe decir que el MLN tuvo aportes con ese perfil en la década de los 60 y 70. Y aceptan aportes de poderosas empresas).

La derecha sufrió la era progresista (2005 a 2020). Entonces comenzó a trabajar para desplazar a la izquierda del poder. Desde el combate de ideas, iba perdiendo. Había que elegir el foco, el punto flojo del barco y apuntar todos los cañones hacia allí. El punto era el “prestigio moral”. Las mentiras y desprolijidades de Raúl Sendic cuando fue presidente de ANCAP dieron un magnífico pretexto a la derecha para erosionar y degradar el prestigio que poseía la izquierda en el terreno moral y ético. La instalación de una comisión investigadora le permitió a la derecha traccionar la estrategia durante mucho tiempo, erosionando todos los días los valores de la izquierda. Sobre todo, porque el FA se refugió en una cerrada defensa de Sendic. La derecha había elegido bien. Ya no era sólo Sendic el afectado sino todo el FA. Esa era la idea.

El caso Sendic se sumó a una campaña que la derecha utilizó adecuadamente: los errores de administración en algunos proyectos como la regasificadora. O sea: el caso Sendic contemplaba el foco “ético y moral” y la regasificadora (y otras obras) contempló la “mala gestión y el uso inapropiado de los dineros públicos”. Ese movimiento de pinzas fue perfecto: a la izquierda le cuestan más “caros” los problemas con la ética. (Aun así, la derecha gana en el 2019 por 30 mil votos y cinco años después, pierde por 100 votos).

Clase política, casta y aristocracia

Informes de opinión pública locales y en América Latina hablan de una cierta fatiga de la población acerca de la democracia y los partidos políticos. (En uno de los informes de Latinobarómetro, se dice que al 40 % de la población latinoamericana no le importa el régimen si democrático o autoritario, sino que lo más importante son las soluciones). Ese indicador en Uruguay es más bajo, pero igual se observa una suerte de descreimiento hacia los partidos políticos.

En general, las sociedades incluso en Uruguay parecen observar a los políticos como personas con diversos privilegios, alejados del ciudadano común, que operan como “casta”, que se cubren unos a otros (fueros), y un largo etcétera.

Hay toda una puesta en escena a nivel del Palacio Legislativo que habilita a que el ciudadano saque esas conclusiones, a la par que su ansiedad y problemática le hacen decir que el sistema político (¿la clase política?) no le brinda soluciones ni respuestas adecuadas. En el Palacio Legislativo hay una arquitectura visual que “molesta”. Los presidentes de las cámaras están rodeados de funcionarios que atildados, se ajustan a los requerimientos del presidente o presidenta (casi monarca en butaca mullida); los legisladores están ubicados en cómodos sillones de cuero verde; los secretarios están a la orden para un vaso de agua o un café; las alfombras rojas decoran el amplio espacio y el anfiteatro; buena iluminación; adecuada calefacción, etc. Todo eso en algo que se llama “palacio”. El perfume aristocrático anda en el aire.

En ese escenario, la izquierda da una batalla simbólica: la mayoría de sus legisladores asisten con ropa informal (poco saco y corbata), toman mate, algunos sectores como el MPP y el PCU definen el salario que recibirán, que es menor que el que el Palacio Legislativo les paga, y rechazan ser miembros de la “clase política”. “Somos pueblo”, dicen. Todo es comunicación. Performáticamente buscan despegarse del tufillo aristocrático o de casta que algunos sectores les endilgan a todos los políticos.

El MPP tuvo dos tipos de reacciones. Al inicio del affaire, de inmediato, se abroqueló en defensa de Cairo, utilizando como argumento que era una “militante incansable” que había pedido disculpas y que había que seguir. Respaldo total. Similar actitud asumió el FA. La propia Cairo dijo que no iba a renunciar. El siguiente paso, tras varios días de análisis y viendo que el argumento de “comprometida con los pobres” no la blindó, Cairo renunció en un breve comunicado que termina con un “habrá Patria para todos”, eslogan que emplea el MLN. El MPP dijo: “Porque no creemos en la ‘clase política’ y somos parte del pueblo representando al pueblo”. La bala del cuestionamiento había entrado. Había que defender una postura, una actitud, un sistema de valores, y una pertenencia al universo de izquierda. El primer comunicado había quedado ligado al concepto de “clase política” o “casta”. Defendió a uno de los suyos a pesar de la falta ética en una militante de alta estatura. En el segundo comunicado, el MPP asume que había quedado como exponente de la “casta” y toma distancia diciendo que son “pueblo” y no “clase política”. Igualmente, Cairo asumirá como diputada, lo que permitirá que se les siga diciendo que la “cubren” como integrante de una “casta”. Hay dudas de que asuma ese cargo. (El MPP tiene un fuerte componente de pertenencia. Una “barra”, una “tribu” que tiene en común épica, mística y costumbres. Pertenecen y se pertenecen. Se reconocen así, una cofradía, una hermandad movimiental. Primo hermano del concepto de “casta”).

El pasado 20 de marzo, el periodista y escritor argentino Martín Caparrós que vive en España escribió en el diario El País de Madrid una columna titulada “La palabra partido”. En el interesante artículo, Caparrós dice: “Los políticos, a medida que triunfan en sus partidos, se van alejando del resto de los ciudadanos”. Y agrega: Los políticos “se vuelven más y más piezas del aparato, se van olvidando si alguna vez lo recordaron que se supone que están ahí para servir a los demás”.

Hablaba de España, pero no solo de ese país. (Obsérvese que la “fatiga” de vastos sectores de las sociedades occidentales con democracias liberales, dejan espacio, pretextan, el crecimiento de las apuestas “anticasta”, autoritarias, violentistas y excluyentes. Derecha pura con otro traje). El MPP lee bien la situación en el segundo comunicado al decir que no son “clase política”, que están alejados de la visión aristocrática que la derecha, sin complejo alguno, alimenta y luce.

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AQUÍ SAIGÓN

La condición humana

Humanos al fin. La peripecia humana se expresa en un paisaje ancho y complejo, imperfecto y contradictorio. André Malraux, en “La Condition Humaine”, retrata la revolución como un acto heroico pero trágico. Los personajes luchan por un ideal colectivo (la justicia social, la liberación de la opresión), pero la causa revolucionaria a menudo los instrumentaliza, llevándolos a la muerte o al fracaso. A convivir con la tensión de la contradicción.

Esta novela histórico-política está ambientada en la fallida insurrección comunista en Shanghái en 1927, durante el conflicto entre los comunistas y el nacionalista Kuomintang liderado por Chiang Kai-shek. La obra no es solo un relato sobre la revolución, sino una profunda meditación metafísica y existencial sobre la condición humana, como su título sugiere. Malraux explora las motivaciones, contradicciones y tragedias de los revolucionarios.

Allí como en la vida se enfrentan a dilemas éticos, ideológicos y personales en medio de la lucha.

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