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Para los orientales

Deseos de año nuevo para la democracia

Bejamin Constant: la democracia que no tienes es necesariamente más admirable que la democracia de la que ya dispones.

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Se acercan las fiestas navideñas y el año 2022 toca a su fin. No se trata de un cambio de siglo, pero cada año que termina es un momento de clausuras y de comienzos, y como tal, entraña una singular crisis, marcada por la vaga angustia de los balances y las incertidumbres. Más allá del malestar intrínseco a las fiestas, que en lo familiar y en lo individual nos somete a renovados dilemas -con quién celebraremos, en qué casa, y mediante cuáles pactos, concesiones y renuncias, en soledad o en colectivo, con mayores o con menores recursos-, se levanta frente a nosotros una incertidumbre mayor, que es la del país entero, sumido en una creciente debilidad económica y en los vaivenes de un escándalo de corrupción pocas veces visto, cuya profundidad e implicancias aún no conocemos en toda su extensión. La dura verdad es que la democracia se ha enfermado. La corrupción de un lado, y la desmesura en el ejercicio del poder político, por el otro, la han herido gravemente. En teoría, en una democracia el poder pertenece al pueblo, y esto parece claro en relación al voto. Pero en todo lo demás, el principio teórico cae por su base. Está claro que la democracia no fue ni será nunca la promesa del paraíso en la tierra. Todo sistema social surgido de la voluntad humana es imperfecto. Sin embargo, no es ni una dictadura ni una monarquía. No supone el gobierno de los más brutales ni de los más ricos, ni de una élite caracterizada por sus blasones familiares o su parentesco. En la dictadura y en la monarquía, el pueblo no existe como sujeto histórico. Pero en una democracia es impensable la actitud fatalista de resignación. Su fortaleza y su mérito sobre otros regímenes consiste, precisamente, en la idea de que es posible mejorar y perfeccionar el orden social, hora a hora, día a día, gracias a la acción de la voluntad colectiva, que ha elegido la democracia para eliminar males como la desigualdad, la pobreza, la expoliación y el abuso, y para ello ha creado una serie de normas que deben ser respetadas.

La división de poderes y la independencia de los medios de comunicación, que no pueden estar al servicio de nadie en particular, son sus elementos prototípicos. A ello se suma el más amplio esquema de libertades, la mayor igualdad de oportunidades, la equidad en el acceso a bienes públicos como salud y educación, el respeto irrestricto a los derechos humanos, el pluralismo. Pero también la transparencia en el ejercicio del poder, el debido cuidado de los dineros públicos, el respeto al soberano, que no es el presidente -bueno fuera-, sino el pueblo en su conjunto. Cuando este equilibrio se rompe, se produce la desmesura y la democracia se enferma. Se trata de la hybris griega: la voluntad ebria de sí misma, el necio orgullo de creerse superior al resto de la gente, no por mérito alguno -no existe tal posibilidad, salvo entre los dioses- sino por una simple ceguera de ambición y vanidad. Para que una democracia funcione se necesita moderación y templanza, cuidado constante de la libertad, las garantías y el bolsillo de la gente, responsabilidad en serio y actitud vigilante, en serio también, para con los excesos y las maniobras corruptas. Por eso voy a formular una serie de deseos para el nuevo año.

No existe mejor momento, y podemos permitirnos la utopía, en especial si tenemos en cuenta que de la utopía venimos. Deseo que los orientales sean capaces de unirse y ejercer acciones concertadas que para eso somos el soberano- contra la corrupción de los funcionarios, el nepotismo de los poderosos y la arbitrariedad de la fuerza. Deseo que se reivindiquen las libertades individuales fundamentales: el derecho de la ciudadanía a expresarse, y de los periodistas a saber, el freno al poder ejecutivo, demasiado inclinado a la realeza, con su corona y su manto de armiño, y la independencia efectiva de la Justicia. Deseo que se actúe en todas las instituciones y espacios colectivos, en el marco de las competencias pero sin merma del derecho a pronunciarse, por el justo salario, la justa jubilación, el combate a la pobreza, la solidaridad para con los menos aventajados.

Deseo que entre los orientales cese el odio rampante, que solamente acarrea males y desgracias, destruye toda posibilidad de diálogo, impide realizar urgentes pactos sociales en pro del estado de derecho, anula el pluralismo y nos hunde en los riesgos del totalitarismo. Deseo que se ahonde la verdad del caso Astesiano, le duela a quien le duela y caiga quien caiga, porque tapar y mentir ahonda el problema y significa más de lo mismo, y porque la verdad es un signo de vitalidad democrática. Deseo que la riqueza de Uruguay sea adecuadamente distribuida, porque la reducción de salarios y prestaciones sociales, el descarado aumento de la pobreza y el ataque a colectivos de solidaridad, como las ollas populares, desvirtúa los deberes de los gobernantes para con el soberano, y atenta contra el más elemental Estado de bienestar. Deseo que seamos un poco menos internautas y un poco más ciudadanos presenciales, porque las redes sociales manipulan a la gente, la mantienen aislada, favorecen el odio y suprimen los correctivos institucionales que solo una actitud vigilante y presente puede conjurar.

Deseo que no sigamos anclados en la ilusión de que no estamos tan mal porque otros están peor, y que hagamos propia aquella idea de Bejamin Constant: la democracia que no tienes es necesariamente más admirable que la democracia de la que ya dispones.

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