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Columna destacada |

Perspectivas electorales

Dos coaliciones luchan por el centro

Los más recientes amagues hacia la conformación de un polo no-herrerista dentro de la coalición gobernante sugieren la vigencia de ciertos procesos cuya comprensión es crucial para entender el devenir político en Uruguay

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Caras y Caretas Diario

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Proceso 1. La binarización electoral excitada desde la aparición del balotaje: binarización interpartidaria y binarización intrapartidaria.

Proceso 2. Centrificación de la izquierda, junto con derechización de los partidos tradicionales.

Proceso 3. El neo-poswilsonismo como binarización intra-partidaria de reversión de la derechización blanca.

Proceso 4. El porvenir político-electoral de esos procesos.

Uno. Binarización electoral que lleva a binarizaciones permanentes inter e intra

La perspectiva del balotaje como importante probabilidad lleva siempre consigo, y llevó en el Uruguay, desde fines de los 90, a la consolidación de una binarización inicialmente electoral; pero que se extenderá a ser interpartidaria, con fusiones forjadoras de cada polo binario; pero también a una binarización intrapartidaria, débil y poco convincentemente encubierta por las elecciones internas y las elecciones nacionales, departamentales y municipales, más que instancias expresivas de micropluralismo (que lo son y resultan ser), preludios de macrobinarización (que terminan siendo).

Pese a que la binarización electoral solo se hace necesaria en caso de insuficiencia electoral para ganar en primera vuelta, la eventualidad de su necesidad lleva a que la laboriosidad de su construcción obligue a una binarización mental anticipatoria que teñirá todo el cotidiano político.

He reiterado en innúmeras oportunidades, desde Caras y Caretas, y desde mucho antes, el desastre político que la implantación del balotaje electoral introduciría en el proceso y cultura políticos. El socialista Emilio Frugoni, ya a fines de los años 20, pronosticó agudamente la futura fusión de los partidos tradicionales, blanco y colorado, en una sola agrupación de un color mezclado por ambos: el rosado.

Pues bien, ese polo rosado pronosticado solo se materializa desde que el balotaje se constituye en la única forma de retrasar la llegada al poder de la izquierda electoralmente domesticada, pero aún temida como lobo disfrazado de cordero, que sería el otro polo permanente en esa binarización electoral tan tóxica para la cultura y proceso políticos.

Como esa binarización política está forzada por la perspectiva electoralista, las confluencias pueden ser más pragmáticas que ideológicas, con lo que se instala una ambigüedad al menos molesta en la dinámica política cotidiana intrainstitucional: la lucha por la maximización del perfil fraccional dentro de cada polo electoral se alterna con la minimización de esos perfiles en aras de la forzada unidad en cada polo. Chantajes y Autoritarismos abundarán como consecuencia de las lógicas perversas desatadas por el balotaje.

El resultado: un óptimo paretiano frágil y voluble de equilibrio entre los componentes de cada polo. Amigos forzados quinquenales se vuelven enemigos cotidianos, forzados a amigarse, sin embargo, y a preparar dichas aproximaciones, porque éstas no pueden diseñarse y operar sin cierta preparación, dinámica, retórica y de contenidos. Otro equilibrio más: la perfilización intrapartidaria versus la desperfilización intra para construir la perfilización interpartidaria, o dicotómica, binaria. El sistema agudiza sus dosis de forzada unidad, añadiendo una instancia más de desperfilización, que, por ser la más influyente en el sistema de generación de poder legítimo, tiñe a todo el proceso con sus dosis de autoritarismo unitario y de chantajes fraccionales, a cargo de los renuentes pero resignados a la binarización. Esta binarización que el balotaje instala se intenta compensar con la creación de un tercer nivel, municipal, de desagregación jurídico-administrativa, sumado al nacional y al departamental.

Dos. Centrificación y partidización de la izquierda, y derechización de los partidos tradicionales catch-all

A esta binarización se llega porque la izquierda se institucionaliza progresivamente dentro de la partidocracia democrática, y porque los partidos tradicionales, cada uno a su propio ritmo, se derechizan paranoicamente, atemorizados por la institucionalización democrática de las izquierdas, que creen (o intentan hacer creer, al menos) son lobos que posan de corderos.

Mientras la izquierda no cesa de incorporar a su coalición político-electoral a grupos históricamente ‘antidemocráticos’ (como venía también ocurriendo en el mundo desde las socialdemocracias y el comunismo italiano) y a probar los resultados y tolerancia del sistema a sus contenidos (la experiencia Allende no fue muy halagüeña), los partidos tradicionales se repliegan ideológicamente, abandonando buena parte de su apelación catch-all.

El Partido Colorado, el gobernante durante el endurecimiento de la oposición de izquierda en los 60-70, secundariza a sus grupos de mayor izquierda relativa, que, o bien patalean sin gran impacto (Flores Mora, Vasconcellos), o bien emigran hacia la izquierda democratizada, donde encuentran más proximidad político-ideológica que en sus viejas enseñas. En este proceso imparable, la CBI representa el canto del cisne del matiz izquierdista deglutido al interior del Partido Colorado, a mediados de los 80.

La aparición de Wilson Ferreira Aldunate retrasa algo semejante proceso al interior de otro de los pre-rosados: el Partido Nacional. La clara victoria de Lacalle de Herrera sobre Carlos J. Pereyra en 1989 sepulta el poswilsonismo como izquierda relativa en los blancos catch-all.

En ese paranoico repliegue político-ideológico, los partidos tradicionales abandonan el culto a sus héroes, íconos y símbolos que podían ser competidores instalados criollos de las izquierdas crecientes; éstas, ni cortas ni perezosas, adoptan a José Batlle y Ordóñez, a Aparicio Saravia, a Wilson, al Toba, a Michelini, etc. El avance hacia el centro de las izquierdas democráticamente domesticadas no solo no es impedido, sino que es alimentado por el paranoico repliegue derechizado de los partidos tradicionales, que les ceden su centro-izquierda histórico en el espectro catch-all. El cuerpo electoral, inicialmente sensible a la caricaturización siniestra de la izquierda como lobos disfrazados de corderos, va descubriendo que eso no es tan así, que hasta podría ser que se hubieran convertido en corderos, y que, perdido por perdido, escoba nueva barre mejor; el resultado de la derechización de los partidos tradicionales y de la centrificación democrática de las izquierdas, con sus retóricas y una coyuntura de crisis endémica, producen el resultado electoral de 2004, que la creación del balotaje había impedido en 1999.

Tres. El centro-izquierda blanco (wilsonismo, Mov. de Rocha, Independientes) postergado y barrido por el herrerismo: 1970-1989

Los continuos amagues de reconstitución de una fracción que resucite el centro-izquierda blanco deben llevar a recordar que desde siempre hubo dicotomías dentro del partido, polarizadas frente al Herrerismo, o frente a Nardone hasta que Lacalle de Herrera reasume a su abuelo (ahora continuado por Lacalle Pou). Sean los blancos independientes, la línea Beltrán, Wilson o el M. de Rocha, la variedad que recogía la pluralidad en periódicos como El País, El Debate, La Tribuna Popular y El Plata, se esconderá en el único sobreviviente de la crisis de la comunicación escrita, El País, locus ahora de toda la perfilización fraccional pero también de la desperfilización fraccional en aras de la binaridad electoral.

Cuatro. El porvenir político-electoral de esos procesos

Se acostumbra decir que en el mundo comunicacionalmente hegemonizado masivamente de hoy, solo las posiciones polares, agresivas, irracionalmente intolerantemente atrincheradas, generan adhesiones. Y estamos de acuerdo en general; aunque con la salvedad de que en situaciones de paridad electoral entre polos binarizados erizados, la disputa por los centros del espectro puede ser decisiva. Así como también vimos que el centro había engrosado electoralmente a la izquierda democráticamente domesticada, light, pasteurizada, descafeinada, zero; y que los partidos tradicionales, paranoicamente, lo habían descuidado, dejándoselo a las crecientes izquierdas democráticas.

Creemos que si la coalición, en especial la fracción blanca en ella, consigue reflotar los antecedentes del wilsonismo, del Mov. de Rocha y de los blancos independientes, que existieron hasta fines de los 80, la coalición gobernante podría recuperar parte del espacio político-ideológico que le fue cedido paulatinamente a la izquierda, con claridad desde los 90, aunque la cosa ya había empezado mucho antes, como vimos. Y eso podría ser decisivo en unas elecciones parejas, tal como se prevén.

La izquierda, al adoptar suicidamente un insumo tan claramente liberal, como la centralidad de la agenda de derechos humanos, no solo se desdibuja y desutopiza, sino que se atomiza entre sectores-víctimas perdiendo unidad, con el agravante de que ese foco puede serle birlado con facilidad por otros que lo esgriman con menos objeciones posibles. Porque Alianza Nacional siempre fue una garantía de desaparición progresiva del wilsonismo; pero otras figuras pueden reivindicar esa recuperación del caudal ideológico descuidado, encarnando cierta utopización tan cara a los jóvenes, que los partidos tradicionales habían ido abandonando progresivamente a manos del Frente.

Si hubiera dinero sartorista para financiar una recuperación neo-poswilsonista del centro-izquierda partidario, y por ende de la coalición gobernante, estaríamos asistiendo a una nueva reedición del binarismo intrablanco (herreristas vs. no-herreristas desde los años 30) que nutriría el polo rosado en su enfrentamiento político-electoral interpartidario con la izquierda democrática. El Partido Colorado, derechizado mucho más profundamente, tendría más dificultades en resucitar su centro-izquierda intrapartidario, al punto de que ni amagues ni rumores lo han publicitado.

Los partidos tradicionales, en su lucha con la izquierda democráticamente institucionalizada, le erraron como a las peras abandonándoles el centro izquierda y caricaturizándolos de modo poco duraderamente creíble; en lugar de disputarles su crecimiento hacia el centro. Pero ahora quizás la izquierda se pasó de rosca centrista, porque su centrismo electoral puede serle arrebatado por quienes tienen, en definitiva, mejores blasones histórico-ideológicos para ocupar esos espacios, si decidieran ir por ellos de nuevo. Y podría haber más disputa político-electoral por el centro-izquierda ideológico, que la ha habido menos que lo esperable.

En fin, interesante perspectivas desde los últimos sondeos sobre candidaturas, de movimientos políticos grupales novedosos, y de posibles luchas electorales modificables por esos avatares. Por lo menos sería mucho más interesante y removedor que el tan reiterado proceso de centrificación de las izquierdas y de derechización de los centros que asistimos desde fines de los 60, que resulta en una traslación del espectro ideológico todo hacia la derecha, lo que hace designar con las palabras ‘derecha’, ‘centro’ e ‘izquierda’ a contenidos muy diversos (el paroxismo de estos procesos lo veo en el trumpismo, que no duda en calificar a Biden y a los demócratas como ‘izquierda radical marxista que quiere destruir Estados Unidos como nación libre’. Vilardebó con ellos; pero, ojo, que esas traslaciones de palabras cuando cambian los espectros ideológicos pueden terminar en esos disparates.

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