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Columna destacada | derecha |

Yamandú

El carisma de la sencillez y la cercanía

El sentimiento de la derecha hacia Orsi es, ante todo, odio de clase, porque no puede tolerar que alguien de origen humilde y que viene de las entrañas mismas del pueblo la desafíe.

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El presidente electo Yamandú Orsi fue el único que arriesgó, sin especular con el eventual desenlace electoral. Al igual que el inolvidable y dos veces presidente de la República Tabaré Vázquez, no apostó a asegurarse un escaño en el parlamento como sus competidores de derecha. Si perdía las elecciones, como no puede ser reelecto intendente de Canelones luego de dos períodos consecutivos de gestión, seguramente regresaba a las aulas de un liceo público para reanudar sus clases de Historia.

Este hijo de una costurera y de un campesino devenidos almaceneros, que nació en una humilde casa sin luz eléctrica emplazada en el medio rural de Santa Rosa, se crió como cualquiera de nosotros, amparado por el amor de una familia trabajadora. Por supuesto, no estudió en colegios privados como su contrincante, Álvaro Delgado, ni vivió, como éste, en barrios residenciales como Prado y Pocitos.

Esa circunstancia lo transforma en un familiar de la mayoría de nosotros, que cursamos estudios en la educación pública que siempre, desde la reforma vareliana, tuvo la intrínseca virtud de igualar a los uruguayos.

Ese origen tan popular fue moldeando una personalidad frontal, muy similar a la del inmenso José “Pepe” Mujica, que permeó en la mayoría de sus compatriotas, como antes en estudiantes liceales a los que no sólo enseñó historia, sino que también los educó para la vida y para ser ciudadanos autónomos, según el testimonio de mi psicóloga, que fue su alumna.

Yamandú Orsi, cuyo segundo nombre es Ramón, al igual que el del venerable Tabaré, es un canario campechano que sabe comunicarse con sus pares pero también con todos los estratos de la sociedad, porque conoce a fondo los problemas cotidianos y los interpreta como debe hacerlo un gobernante. La derecha criticó su lenguaje y lo despreció, hasta que una calurosa noche de noviembre un aluvión de votos lo ungió presidente. Incluso fue ridiculizado y comparado con el perro Tribilín, el popular personaje animado de Disney. El que lo “bautizó” así es el lumpen senador y productor rural blanco Sebastián Da Silva, una suerte de energúmeno tan rústico como verbalmente agresivo.

Luego del debate televisivo, llovieron las críticas sobre Orsi, que tuvo la virtud de desarrollar una exposición propositiva y nada confrontativa, a diferencia de Álvaro Delgado, quien olvidó el objetivo del encuentro y se limitó únicamente a fustigar al Frente Amplio.

El sentimiento de la derecha hacia Orsi es, ante todo, odio de clase, porque no puede tolerar que alguien de origen humilde y que viene de las entrañas mismas del pueblo la desafíe. Lo que sucede es que esta es una derecha con ínfulas aristocráticas que tiene claro que podrá perder el poder político pero no perderá el poder económico, porque es parte de la propia oligarquía.

Este bloque conservador y su candidato, el veterinario Álvaro Delgado, prometían un segundo piso de desarrollo, pese a que el primer piso construido por este gobierno es de espanto: pobreza, indigencia, bajos salarios y jubilaciones, precarización laboral, desregulación e incluso corrupción.

A los referentes de este contubernio siempre les molestó que Orsi tratara a todos los uruguayos como iguales, porque ellos, pese a que insólitamente disputaron la elección, están a años luz de la sensibilidad que se requiere para decodificar las vicisitudes cotidianas de la mayoría de nosotros.

En efecto, viven en una burbuja burguesa. Es la burbuja de los barrios residenciales y de los barrios privados, de las camionetas 4x4 y de la vida de lujo y dispendio. Solo se acuerdan de los pobres en año electoral y, cuando concurren a algún barrio periférico, no entienden el lenguaje de la gente de a pie, que tan bien interpreta Yamandú Orsi.

No resulta comprensible cómo son tan fuertes en el interior, porque casi todos viven en la capital, en un universo paralelo, donde nadie pasa necesidades. Por eso, no entienden cómo este canario transparente, que en su juventud era un cultor de la danza folclórica, logró sintonizar con los compatriotas de tierra adentro, aun con aquellos del Uruguay profundo.

Empero, Orsi no es un nuevo en estas lides, porque además de ocupar cargos de gestión en el Gobierno departamental de Canelones, primero como secretario general en los dos períodos del exjefe comunal Marcos Carámbula y luego durante diez años como intendente, también participó, a fines de la década del ochenta, en la campaña de recolección de firmas de la papeleta verde, tendiente a derogar la Ley de Caducidad que perdonó los crímenes de lesa humanidad perpetrados por la dictadura.

Orsi, a quien conocí tangencialmente en dos oportunidades cuando concurrí a Canelones por mi tarea profesional de prensa en la ANEP, es un hombre frontal, sincero y entrañable. Es auténtico, a diferencia de Álvaro Delgado, que exhibe una sonrisa impostada porque, como otros referentes de la derecha, está representando a un personaje. Obviamente, Delgado sólo se siente cómodo cuando interactúa en su medio burgués porque, al igual que su impulsor, el presidente Luis Lacalle Pou, se cree más importante que la mayoría de los uruguayos por pertenecer a una clase social privilegiada.

Delgado está en las antípodas de Orsi, quien, por pertenecer a la clase trabajadora, se mueve con absoluta fluidez en un ámbito gubernamental, en un salón de clase o en una chacra.

Tiene la mirada serena y apacible de Tabaré Vázquez, pero también parte del talento de Mujica para conectar con el pueblo y seducir, aunque no tenga el mismo carisma del Pepe.

Con esa imagen de hombre común, Orsi se presentó frente a su pueblo, mientras desde la derecha se lanzó munición gruesa sobre él, incluyendo la payasada con inteligencia artificial montada por el mercenario Ignacio Álvarez en el hoy desaparecido programa televisivo Santo y Seña, destinada a ridiculizarlo. En lugar de minimizarlo, este bufón con pantalla y micrófono sólo logró potenciar al hoy presidente electo de todos los uruguayos.

Orsi habla con un lenguaje sencillo, porque tiene claro que para comunicarse con los uruguayos no se requiere ser un orador magistral como el insigne filósofo romano Séneca. La clave es hacerse entender por un académico, por un estudiante secundario o universitario, por un científico o un abogado, pero también por un peón rural, un obrero de la construcción o un metalúrgico, porque todos ellos son, más allá de lo que voten, tan uruguayos como él.

Yamandú Orsi soportó estoicamente todos los ataques habidos y por haber, respondiendo con su charla calma, cordial y pausada y su sonrisa amable, porque quien es sincero no necesita agraviar. Sólo necesita agraviar quien se siente perdido y está desesperado porque sabe que su proyecto político tiene fecha de vencimiento.

Así es Yamandú, quien, aunque tiene nombre de cacique guaraní, no es un cacique, sino todo lo contrario. Esa condición se la deja a la casta privilegiada del bloque conservador, acostumbrada, desde siempre, a mandar. Yamandú no manda, porque el verbo mandar es cuartelero. Yamandú dialoga y persuade, pero, sobre todo, escucha.

No es un sordo como quienes nos gobiernan hace cinco años y no escucharon el clamor de quienes más sufren. No escucharon a los niños y adolescentes pobres, a las madres jefas de familia ni a los ancianos abandonados y solos, porque este Gobierno liquidó virtualmente el Sistema de Cuidados creado durante el segundo gobierno de Tabaré Vázquez.

Para gobernar hay que hablar, pero también hay que escuchar y empatizar. De lo contrario, más allá de blindajes mediáticos y judiciales como el que perpetró la exfiscal Gabriela Fossati para exculpar al presidente, luego el pueblo pasa factura en las urnas. Esto es lo que sucedió. La mayoría silenciosa, a la cual aludía recurrentemente Delgado, no lo votó a él; votó a Orsi, quien seguirá viviendo en su casa de Salinas, al igual que Mujica y Tabaré, quienes jamás se instalaron en la onerosa residencia presidencial del Prado.

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