Este año se cumplieron 50 de aquel 27 de febrero de 1972, cuando el presidente Richard Nixon, acompañado por su consejero de Seguridad Nacional, Henry Kissinger, la última noche de la primera visita de un presidente de Estados Unidos desde la fundación de la República Popular en 1949, en el hotel Jinjiang de Shanghái, suscribió lo que aún hoy la historia consigna como el Comunicado de Shanghái.
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China aún hoy lo considera el documento político más importantes en la historia de las relaciones sino-estadounidenses, debido a que estableció la base para principios como "una China, respeto mutuo, igualdad, coexistencia pacífica y no intervención en los asuntos internos de cada uno”.
Según el documento, ambas partes reconocían que “la cuestión de Formosa constituye el problema crucial que obstaculiza la normalización de relaciones entre la China comunista y Estados Unidos. El gobierno de la República Popular China es el único gobierno legítimo de China. Formosa es una provincia de China, que desde hace mucho tiempo debería haberse reintegrado a la tierra madre. La liberación de Formosa es un asunto interno de China en el que ningún otro país tiene derecho a inmiscuirse [...]”.
Y más adelante agregaba que “Estados Unidos reconoce que todos los chinos de ambos lados del estrecho de Formosa sostienen que no hay más que una China y que Formosa forma parte de esta última. El gobierno de Estados Unidos no ataca dicha postura. Reafirma su interés en que se llegue a un acuerdo pacífico del problema de Formosa por los propios chinos.
Pasó medio siglo, cuatro presidentes se sucedieron en China, diez mandatarios se instalaron en la Casa Blanca, decenas de encuentros bilaterales, pronunciamientos de las Naciones Unidas y resoluciones de organismos internacionales.
En todos los casos, y sin ninguna excepción, el Comunicado se tomó como referencia ineludible y condición sine qua non para las relaciones entre Washington y Beijing y de esta con el resto del mundo.
La ex Formosa, hoy Taiwán -ubicada a unos 120 km de la costa del sureste de China- estuvo bajo dominio total chino entre 1683 y 1895, durante la dinastía Qing. En 1895, tras la derrota de China en la guerra sino-japonesa, el país se vio obligado a ceder el territorio a Japón.
Con el fin de la Segunda Guerra Mundial en 1945, la República de China -vencedora del conflicto, en el bando de los aliados- obtuvo el consentimiento de Estados Unidos y Reino Unido para gobernar la isla. Tras la victoria del Partido y el Ejército comunistas en la guerra civil china en 1949 y la fundación de la República Popular China, los líderes nacionalistas del partido Kuomintang, la formación que había gobernado China hasta ese año, huyeron a Taiwán, donde Chiang Kai-shek instituyó el gobierno de la República de China en el exilio.
Desde entonces la isla ha funcionado como un Estado de facto, con su propia Constitución, gobierno y un ejército de 300.000 efectivos, armado y entrenado por Estados Unidos. Hoy ocupa el lugar 21 en el ranking mundial de las potencias económicas.
A pesar de considerar a Taiwán una provincia “rebelde” y a su gobierno “ilegítimo” (en palabras del propio presidente Xi Jinping, “la reunificación es una inevitabilidad histórica del gran rejuvenecimiento de la nación china”), Beijing ha aceptado ese statu quo de Taipei a condición de que esta no intente autoproclamarse como nación independiente, la línea roja inamovible trazada por China so pena de una intervención militar.
China es el socio comercial más grande de Taiwán, con un aumento del comercio bilateral de 26% anual a US$ 328.300 millones el año pasado. Taiwán tuvo un superávit considerable frente a China, con exportaciones de la isla que superaron las importaciones en US$ 172.000 millones, según datos de las aduanas chinas
Cuenta Kissinger que en uno de sus encuentros con Mao, el padre de la nueva China le prometió paciencia siempre que se observara estrictamente la política de “una China” y que el gobierno taiwanés no declarara la independencia. Según Kissinger, el “gran timonel” le aseguró que de respetarse ese límite, "podemos prescindir de Taiwán por el momento y dejar que regrese dentro de 100 años".
Desde que comenzó a manejarse la posibilidad de la visita de Nancy Pelosi, presidenta del Congreso de Estados Unidos, se habían elevado las tensiones en las ya peligrosamente deterioradas relaciones entre Washington y Beijing, y el gobierno chino había alertado de las "fuertes consecuencias" si Pelosi confirmaba su misión a Taiwán.
Si esto no fuera suficiente, la semana pasada, durante la conversación telefónica de más dos horas entre Joe Biden y Xi Jinping, el presidente chino le advirtió a su homólogo que Estados Unidos estaba "jugando con fuego" y que “terminaría quemándose” si permitía que se realizara la visita de la presidenta del Congreso de EEUU.
Beijing siempre ha interpretado como una muestra de apoyo a su independencia que altos funcionarios extranjeros visiten la isla y la misión de la número 1 del Legislativo estadounidense y número 2 en la línea de sucesión a la Casa Blanca era la de más alto rango desde que su predecesor republicano Newt Gingrich lo hizo en 1997. Con el agravante que entonces el presidente era el demócrata Clinton y en este caso Biden y Pelosi pertenecen al partido fundado por Andrew Jackson en 1828, lo que hace más grave y menos creíble las afirmaciones de Washington que la decisión de la visita “era exclusiva de Pelosi” y que el Ejecutivo no podía interferir las acciones del Legislativo.
La visita de Pelosi coincide con uno de los peores momentos de las relaciones de Beijing con Taipéi, cuya presidenta, Tsai Ing-wen, ha manifestado, desde que asumió en 2016, su firme oposición a la política china de “un país, dos sistemas” (la misma forma de gobierno que rige para la Región Administrativa Especial de Hong Kong) y su rechazo a que Taiwán forme parte de China.
"Nuestra delegación vino para dejar en claro de manera inequívoca que no abandonaremos a Taiwán y estamos orgullosos de nuestra amistad duradera", aseguró Pelosi, al terminar su encuentro con miembros de los cuatro partidos políticos representados en el Legislativo.
"La solidaridad de Estados Unidos con los 23 millones de habitantes de Taiwán es más importante hoy que nunca, ya que el mundo se enfrenta a una elección entre la autocracia y la democracia", declaró a la salida de su encuentro con la presidente Tsai, repitiendo el mantra con el que Biden justifica su obsesión por aislar y agredir a la potencia “autocrática” asiática.
Apenas el Boeing C-40C de la US Air Force que la transportaba aterrizó en el aeropuerto Songshan de Taipéi -que fue seguido en vivo por decenas de millones de chinos por Weibo, el equivalente chino de Twitter- la cancillería de China condenó la visita y la calificó de una "seria violación" de su soberanía nacional.
"La visita socava gravemente la soberanía y la integridad territorial de China, socava gravemente la base política de las relaciones chino-estadounidenses y envía una señal muy equivocada a las fuerzas separatistas de la 'independencia de Taiwán'", dijo en un comunicado el ministerio de Relaciones Exteriores de Beijing.
La Oficina de Asuntos de Taiwán del Partido Comunista Chino fue aun más dura y advirtió que cualquier intento de buscar la independencia de Taiwán “será destrozado por la poderosa fuerza del pueblo chino”.
El viceministro de Relaciones Exteriores chino, Xie Feng, dijo que la naturaleza de la visita de Pelosi fue "despiadada" y advirtió de graves consecuencias y que su país y el ejército de liberación del pueblo no se quedarían de brazos cruzados.
Las “graves consecuencias” dejaron de ser una advertencia y comenzaron a concretarse cuando Pelosi -conocida como una de los políticos más anticomunistas y anti-China de EEUU- aún no había llegado a Taiwán, pero medios estadounidenses y taiwaneses daban por segura la visita.
Este martes China prohibió la importación de cientos de productos alimenticios y agrícolas del territorio alegando que violaban "regulaciones importantes" sobre registro de empresas. Según datos oficiales del gobierno taiwanés, las exportaciones de alimentos procesados desde la isla a China y Hong Kong representan 32% del total de las exportaciones en esa categoría y el año pasado ascendieron a más de 640 millones de dólares.
Un día después fue el Ministerio de Comercio de China que comunicó que suspendería las exportaciones de arena natural a Taiwán, un componente clave en la fabricación de semiconductores (la isla ostenta el 65% de la cuota del mercado mundial).
Estando aún la legisladora demócrata de California en Taiwán, el ejercito chino comunicó que comenzaría una serie de ejercicios navales y aéreos conjuntos que incluirían “disparos reales de largo alcance en el estrecho de Taiwán” -evocando la crisis de 1995-1996, la última vez en la que Beijing disparó misiles en el estrecho- y bloquearían el acceso temporalmente a algunas rutas de navegación comercial y puertos taiwaneses.
“Esperábamos que los chinos tuvieran algún tipo de demostración de fuerza, incluso una reacción muscular, y parece que lo están haciendo. Pero les instamos a que no intensifiquen las tensiones más de lo que ya están. Y no hay razón para hacerlo”, dijo John Kirby, el coordinador de comunicaciones estratégicas del Consejo de Seguridad Nacional.
Sin el cinismo arrogante y provocador de Kirby, el secretario de Estado, Blinken, también apeló a la “responsabilidad” de China para resolver el conflicto desatado por la visita de Pelosi.
Desde siempre EEUU sabe, mejor que nadie, que Taiwán para China es lo que fue el río Rubicón para la antigua República de Roma: un límite que una vez cruzado no tiene vuelta atrás.
Julio César, vencedor de la guerra de las Galias, igualmente decidió cruzarlo sabiendo que para el Senado de Roma significaba una provocación que su ejército cruzara el río en armas dirigiéndose a la ciudad.
Alea jacta est -la suerte está echada-, proclamó el general más importante de su tiempo antes de atravesar el río.
Estados Unidos siempre supo que la visita de Pelosi a Taiwán es para China la madre de todas las provocaciones y, sin embargo, igual cruzó el Rubicón.
El mundo es hoy mucho más inseguro y deberá ser la “responsabilidad” china que haga que la “suerte echada” por Pelosi caiga del lado de la paz y no de un conflicto de consecuencias tan impredecibles como devastadoras.