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Columna destacada | hybris | corrupción | Estado

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La corrupción, el poder y la hybris

La hybris es un defecto peligroso, directamente vinculado a la ciudad estado, al poder y a la polis.

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En estos días, en que el vendaval de una corrupción jamás imaginada, instalada a sus anchas en el propio edificio presidencial, sobrevuela el ambiente, penetra en nuestras conciencias, nos llena de estupor y siembra nuestra alma de una profunda desazón moral, bueno es regresar una vez más a la filosofía, así como a la mitología de cuño griego, que ha impregnado la raíz cultural de lo que denominamos civilización occidental.

El asunto de los gobernantes, con independencia del sistema político de que se trate, siempre es un asunto serio. Y si no que lo digan la recién fallecida Isabel II, que fue un cerebro, una imagen y un símbolo determinado, y su hijo Carlos III, que es una cosa bien distinta. Llevar sobre la cabeza una corona, o para el caso de nuestra América Latina, una banda presidencial cruzando el pecho (dejo fuera expresamente, por monstruoso, el caso de los dictadores sangrientos), no convierte a un rey o a un gobernante en algo por sí mismo bueno, importante, ejemplar o digno de ser recordado. Aunque la historia está repleta de personajes a cuya memoria asociamos, tristemente, todo lo malo, patético, demencial o francamente jodido, que hayan podido desparramar en su paso por este mundo, siempre reservamos un podio especial a los otros, o sea a aquellos que, sin ser perfectos (puesto que hablamos de seres humanos y no de dioses), han sabido sembrar más virtudes que pecados, más construcciones que destrucciones, más esperanza que repudio, más felicidad que desdicha, más salvación que catástrofe, más reconocimiento a la causa de los pueblos que odio y recelo a las expresiones populares, más admiración genuina que miedo, anatema o desprecio. En este sentido más de un buen amigo me ha recordado, en las últimas horas, el concepto griego de hybris, en el que conviene reflexionar a propósito de las actuales y dolorosas circunstancias que a todos, sin excepción, nos están afectando (decir lo contrario supone solamente la intención torpe de escamotear la verdad a los ojos de la gente que, como ya deberían saber nuestros dirigentes, podrá confundirse en ocasiones, podrá dar oportunidades no aprovechadas por algún gobernante, podrá otorgar un voto de confianza que después no es honrado por tales gobernantes, pero nunca es imbécil).

¿Qué es la hybris? Es un defecto peligroso, directamente vinculado a la ciudad estado, al poder y a la polis. Para los griegos supone algo así como la transgresión de aquel famoso justo medio de Aristóteles. Equivale a un exceso, una exageración, una descomposición y una violencia. Supone una desmesura en fin, manifestada a través del orgullo y la arrogancia. La arrogancia es altanería (el famoso mentón levantado, que podemos ver en tantas estatuas o pinturas que representan, no sin un dejo de malicia, a célebres personajes que se creyeron demasiado vivos), es altivez, jactancia, prepotencia y engreimiento. La soberbia (otro de sus nombres), precisamente por ello, ha sido catalogada como pecado, y no porque pueda ofender a algún dios, sino porque ofende a la razón. La soberbia es torpe, es grosera y tiene corta vida, pues depende, para existir, de que el soberbio cuente con una cuota de poder suficiente como para imponer a otros ese desborde y esa insolencia, que suponen además, y por eso mismo, un abuso. Quien es arrogante cree ser un experto en cualquier tema, cree poder solucionar por sí y ante sí cualquier problema, por gordo que sea, y no se molesta en escuchar el parecer ajeno. La soberbia y la arrogancia no refieren, como vemos, a una conducta racional o equilibrada, sino a una continua transgresión de límites, que para los antiguos griegos eran impuestos por los dioses. Hybris es, por lo tanto, una deformación del ego humano, y campea en cualquier escenario de poder, sea cual sea (emperadores, reyes, papas, generales, pero también predicadores, revolucionarios, grandes empresarios, herejes y profetas, e incluso políticos más o menos menores). La Hybris se manifiesta en esta gente a través de diversas exageraciones y delirios, abusos y extremismos, caprichos y obviamente mentiras, desplegadas a lo largo y a lo ancho, y a la vista y paciencia de aquellos que para los soberbios son lo bastante imbéciles y obsecuentes, inútiles e ignorantes como para que puedan constituir una amenaza. Tales desbordes ocurren, no hace falta abundar en ello, tanto en la izquierda como en la derecha del espectro político, y por eso los ciudadanos de a pie no deberíamos jamás bajar la guardia. Su contracara es la prudencia, una de las supremas manifestaciones del justo medio aristotélico, enunciada en la Ética a Nicómaco, hijo del gran pensador griego. La hybris no ataca a todo el mundo, claro está. Hay políticos y políticos. Hay personalidades más fuertes, más lúcidas y más sabias que otras. Son las que no se dejan tentar por los espejismos del poder (un caso paradigmático fue Augusto, el primer emperador de Roma). Son las que no caen en extremos patéticos, circunstanciales y efímeros, condenados de antemano al fracaso. Son las que demuestran una capacidad continua de mesura o regeneración, las que escuchan incluso aquello que no desean oír, las que pueden dialogar con respeto (real o simulado) hacia la persona y la opinión ajena, las que no adoptan miradas mesiánicas, las que no cierran la mandíbula en un gesto de cónsul coronado, las que no cultivan inclinaciones autocráticas, las que eligen conocer de verdad, y no de mentira, a las masas en nombre de las que gobiernan, y todo ello lo hacen (o no lo hacen, según su tendencia a la arrogancia o su tendencia a la sabiduría) porque les consta que una cosa es su propia y acotada inteligencia, y otra muy diferente el complejo concierto de la racionalidad ajena, presente tanto en la dimensión subjetiva como en la objetiva del espíritu humano (Hegel dixit).

¿Dónde está el origen de la hybris? Para los griegos el ser humano forma parte de un orden -el kosmos- en el que se unen lo divino y lo humano, de maneras a veces arduas de distinguir. Pero, mientras el dios es omnipotente, y puede permitirse caprichos y locuras, el ser humano conoce (o debería conocer, por su propio bien) su finitud y su fragilidad. Teniendo en cuenta tales condiciones, la conducta humana debe regirse por ese justo medio o virtus in medio que ya hemos mencionado, que significa proporción, prudencia, equilibrio y ponderación. “Nunca demasiado”. Esa es su lógica. Para poner un conocido ejemplo, la virtud de la valentía consiste en no caer en el extremo de la temeridad, por un lado (exceso de valor), y de la cobardía, por el otro (ausencia de ese valor). La historia, ya lo dijimos, está llena de casos que podrían ser aleccionadores para quien se tome la molestia de conocerlos. Para eso, claro está, hay que atreverse a abrir un libro, diez libros, dos mil libros, aunque con ello no alcanza. Hace falta algo más, presente en la eterna advertencia de la hybris. La desmesura puede llevar a consecuencias inimaginables. Erosiona el sistema democrático, la confianza en las instituciones y en los gobernantes, provoca indignación, desmoralización y profundo sentimiento de injusticia. No es bueno ni prudente despertar tales emociones en el alma de los pueblos, pues como dice Sófocles en Edipo Rey: “La hybris engendra al tirano”. Guardémonos de excesos infelices, retomemos las riendas de la mesura y la sabiduría, mientras aún es tiempo, y no olvidemos que el delicado equilibrio de las sociedades humanas, de los deseos y de los juicios humanos es muy difícil de recuperar cuando se rompe.

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