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Columna destacada | democracia | ilusión | Chile

Cuidado con las pulsiones autoritarias

La democracia como ilusión

Le pedimos a la democracia más de lo que puede dar, entonces nos frustramos, buscamos atajos y compramos cualquier oferta política espectacularizada.

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En 2006 y 2011, Chile se vio conmovido por enormes protestas estudiantiles. Eran los gobiernos de Michelle Bachelet y Sebastián Piñera (el actual presidente Gabriel Boric nace como líder en esas movilizaciones). En el 2012, Buenos Aires se vio poblada de protestas por la inseguridad; en 2013 Brasil fue escenario de grandes movilizaciones contra el Gobierno de Dilma Rousseff. En Colombia, el Gobierno de Iván Duque fue asediado por miles de ciudadanos en el 2021.

Ese cuadro de situación deja huellas en las sociedades y, a la vez, envía mensajes que luego son observados en las mediciones de opinión pública.

Lo interesante de todo esto el ascenso de Boric en Chile explica parte del fenómeno es que inercialmente las protestas (insatisfacciones) continúan, aunque no con la virulencia de las registradas en el pasado. Hay un registro de las causas en el inconsciente colectivo. Y lo otro: poco o nada cambió acerca de las plataformas reivindicativas de las movilizaciones. Lo que sí cambió es la percepción sobre la democracia. Hay una “revolución de las expectativas” en tanto las democracias y los Estados no están siendo percibidas como herramientas idóneas para solucionar los problemas acuciantes de pobreza, corrupción y violencia. En verdad, la democracia parece dejar de ser un concepto que representa una suerte de pacto social de convivencia y valores, para ser una “ilusión”, un algo intangible, impreciso. Y entonces, la frustración y la inseguridad golpea la puerta de las instituciones y pone en jaque a las democracias liberales y representativas.

La historia del arte nos da alguna pista para entender estas frustraciones. En el libro “Arte e ilusión”, E.H. Gombrich describe la relación entre el arte, la “realidad” y lo percibido, en una estrecha relación con la psicología. Gombrich dice que las imágenes del arte abstracto pueden ser percibidas de una manera en función de la información visual que posea tal persona. Mejor explicado: frente a un conjunto de manchas y líneas, hay quien observa allí un caballo al galope. Llega a esa conclusión porque previamente conoce la imagen de un caballo al galope. Esto es: la imagen de las manchas y las líneas nos convocan a algo conocido. Y la democracia en estos tiempos se parece a una obra abstracta, una herramienta a la que se apela pero que no resuelve.

En las democracias, hay un registro en la memoria de que es un sistema aceptado, consensuado con todas las variantes formales que existen que nos brinda la posibilidad de solucionar nuestros problemas. Nos rendimos a ella para que, en ese marco, se encuentren soluciones a nuestros desafíos y nuestros reclamos, verdaderos o no. En mi memoria tengo que la democracia funciona y que ese pacto implícito o explícito es adecuado. Pero parece que no lo es, entonces surge la frustración.

Observemos qué pasa en Latinoamérica. En las últimas encuestas del Latinobarómetro (2023), la predisposición de los encuestados a aceptar el recorte de ciertos derechos civiles y garantías ciudadanas aumenta porcentualmente en función del malestar ocasionado por problemas económicos y la incapacidad de los políticos en dar soluciones plausibles.

Del Informe 2023 surge este dato: frente a la afirmación “No me importaría que un gobierno no democrático llegara al poder si resuelve los problemas”, en Uruguay respondieron afirmativamente un 40 % de los encuestados. Si bien en Centroamérica el porcentaje de encuestados alcanza en algunos casos el 70 %, “donde menos apoyo recibe esta opción es en los países del Cono Sur: Argentina (38 %), Uruguay (40 %) y Chile (41 %). Igualmente, la aceptación cuenta en estos tres países con porcentajes significativos de apoyo, superiores a un tercio de los ciudadanos.

El politólogo Christian Mirza escribió en un libro de próxima aparición: “Una de las posibles y deseables opciones para robustecer la credibilidad en la democracia como régimen, supondría la mayor implicación de la población en la construcción de acuerdos en el proceso decisional. Indudablemente ello nos conduce a la reapropiación ciudadana de la política como espacio en el que configurar nuevos arreglos, consensos y proyectos que efectivamente satisfagan las demandas y necesidades de la porción más vulnerable o ‘desposeída’, constituyéndose en una suerte de antídoto del atractivo autoritario”.

O sea, hay una enorme cantidad de latinoamericanos que observa a la democracia como algo ineficiente para atender los problemas.

La crisis de la representatividad

Salvo en Uruguay, América Latina muestra una enorme fragmentación política que hace inviable la estabilidad de los gobiernos. Partidos que nacen un día, desaparecen en poco tiempo; los parlamentos se instalan con esa debilidad y hacen imposible establecer códigos de gobernabilidad. Eso se traduce en una crisis de la representatividad. Más frustración.

En un libro de la consultora española Llorente y Cuenca se señala que “en las sociedades que experimentan transformaciones rápidas, la demanda de servicios públicos crece a mayor velocidad que la capacidad de los gobiernos para satisfacerla”.

Entonces, frente a la crisis de representatividad y las frustraciones, resurgen y cobran fuerza las Chile como sinónimo de eficacia para solucionar los problemas. (El modelo de “democracia autoritaria” de Javier Milei es una expresión cabal de ese nuevo tiempo).

Las inseguridades y la naturalización

La realidad nos propone abordar el tema de la seguridad-inseguridad desde otros ángulos, no solamente desde la criminalística o policial. Esto nos permitiría acercarnos a otras explicaciones acerca de las “pulsiones autoritarias” o los “caminos cortos” que estarían reclamando los ciudadanos.

Una sociedad violentizada registra una naturalización de los eventos violentos. Un dato elocuente de esto: el programa argentino “Gran Hermano” tiene una protagonista, Furia, cuya característica esencial es su comportamiento violento, ñeri. Y el público la premia dándole créditos para que continúe en el programa. ¿El público se entretiene, legitima o ambas cosas a la vez? Las mediciones de las audiencias en redes marcan inequívocamente que Gran Hermano y Furia acaparan la conversación. ¿Validan el comportamiento, se sienten identificados o es un pretexto violento que los entretiene?

Pero hay otras inseguridades en nuestras sociedades.

Veamos esto: en el museo del Frigorífico Anglo en Mercedes se expone una silla de madera frente a las huellas dejadas en el piso también de madera por un funcionario administrativo que durante 40 años se sentó en el mismo lugar. Es un tremendo testimonio de la estabilidad laboral de antaño. Hoy el mercado laboral es otra cosa y está teñido de inestabilidad, incertidumbre e inseguridad, sobre todo en el ámbito privado. Las certezas de años atrás están cada vez más jaqueadas por la velocidad de los cambios tecnológicos y las relaciones laborales e interpersonales. (¿Cuál es la explicación más convincente a la baja natalidad que muestran la mayoría de los países? Que hasta hace 40 años atrás, la mujer cuidaba a los hijos y cuando ella comenzó a trabajar, la crianza se complicó. Entonces aparecen parejas sin hijos o con un niño. El salario que no alcanza y la vivienda como problema complejizan la sociedad. Es raro observar que los jóvenes o parejas jóvenes se comprometan a pagar un crédito a 30 años para compra de vivienda. Ni siquiera se animan a pagar un crédito a 24 meses en dólares. Incertidumbre. Las inseguridades llevan a adoptar decisiones diferentes a las de nuestros padres).

En la caverna de Platón, el que sale de la cueva lo conocido comienza a transitar lo desconocido, la incertidumbre y, necesariamente, el conocimiento. El asunto es cuando, cegado por la luz exterior, vuelve a la caverna. Sus compañeros prefieren la caverna, seguir encadenados a lo conocido. Quedarse es una forma de decir: estoy jodido pero me quedo. El hombre busca seguridad.

Lo que espero de la democracia

En reciente entrevista, el reconocido politólogo Adam Przeworski dijo que “la democracia significa cosas diferentes para las diferentes personas. Yo creo que la mayor parte de la gente alrededor del mundo valora la democracia porque espera que la democracia va a realizar varios valores que esta gente aprecia. La igualdad, dignidad, responsabilidad del gobierno; otros verán otros valores. En las encuestas al comienzo de los 90, por ejemplo, en muchos países la primera respuesta para la democracia era: la democracia garantiza la igualdad social. Entonces, en realidad, la gente pone su esperanza en que la democracia realice varios valores, y estas son las posiciones que yo llamo maximalistas”.

Y agrega: “Yo creo que (esta) es una crisis más, pero cada una es diferente. En esta, durante los últimos 20 años más o menos, hemos observado una desestructuración, una fraccionalización del sistema partidista. Yo estudié en Europa y allí el sistema partidista, en los países en que la democracia sobrevivió, se formó en la mitad de los años 20, y quedó así hasta más o menos el fin del siglo XX. Los partidos de centroizquierda y de centroderecha se alternaban el poder y no pasaba mucho. Ahora hay partidos nuevos. En América Latina también aumentó el número de partidos. Segundo: tenemos este proceso de retroceso democrático en que hay varios gobiernos que tratan de consolidarse en el poder y, en realidad, extender su discrecionalidad en hacer política, ignorando otras instituciones y obstáculos. Lo tercero es la aparición de ‘salvadores’, yo les digo ‘curanderos’”.

Le pedimos a la democracia (ilusión o ficción) más de lo que puede dar, entonces nos frustramos, buscamos atajos y compramos cualquier oferta política espectacularizada. La democracia nos ilusiona a los que conocimos otro tiempo (aunque mostremos algunos signos de fatiga), pero las generaciones jóvenes tienen otra percepción: la ilusión de los mayores ya no les convence. Ese estado de incertidumbre que nos plantea el exterior de la caverna podría empujarnos a no salir de lo conocido aunque no apreciado. Pero el stock de sufrimiento por la inseguridad o las inseguridades dentro de la caverna parece empujarnos fuera de ella. (Lo que pasó con Milei es un buen ejemplo. Mucha gente dijo: esto el peronismo ya lo conozco, me tiene podrido, apostemos a esto y veamos qué pasa. Arriesguemos).

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