La japonesa
“Nací el 10 de agosto del año 1938. Nací en la quinta de Luis Alberto de Herrera. Porque mi papá vino de Brasil y fue jardinero de la quinta de Herrera en la calle Larrañaga. La quinta es enorme, allí cuidaba los perales y todo eso que tenía todo el campo (…) Allí nací y mi madrina fue la señora de Herrera. (…) Mi padrino fue un tal Gallina, pero no sé cómo se llamaba”. El testimonio pertenece a María Chiba, hija de japoneses que, en una primera instancia, trabajaron en la casa del líder blanco y luego compraron una chacra.
“Herrera le dijo a mi papá que tenía que independizarse y él le prestó dinero para que se comprara una quinta. Y nos compramos una quinta aquí en la calle Tomkinson y Fortín. Ahí mi papá se dedicó al cultivo de flores. Entre los colegas, le empezaron a enseñar. (…) Y se formó, como quien dice, una colonia. Todos los que aquí estábamos éramos japoneses”.
Esta zona, en donde se afincaron los japoneses, está delimitada por la Ruta n.º 1 al norte; Camino Bajo de la Petisa al oeste; Camino Cibils y un sector de suelo urbano al este y Camino Sanfuentes al sur.
Para quien recorre la zona, y habla con sus pobladores del área más rural, nada ha cambiado en años. Es el mismo paisaje. Lo novedoso son los automóviles y la maquinaria que se usa en los diferentes emprendimientos. El paisaje se completa con flores, manzanos, viñas, papas, cebolla y la manzanilla, casi como el té obligado y ceremonial de los pobladores de la zona.
María Chiva estudió hasta cuarto de liceo en Hermanas Capuchinas, en el barrio Belvedere. Viajaba en tranvía. Estudió piano y colaboró con las plantaciones de flores de su familia. Se casó con 21 años y pasó a vivir a la casa familiar, ampliada para la nueva familia. El esposo era agrimensor y pertenecía a la colonia: era japonés.
Las manos de María hablan de su historia. Cultivo de la tierra, gestión del abono, el cuerpo como herramienta de carga. Esa es María aún hoy —con 86 años—, sigue trabajando la tierra. Al tiempo que incorporó hábitos y costumbres de los pobladores uruguayos, María y su esposo —con quien tuvieron otra chacra un tanto lejana que terminaron vendiéndola para comprar alguna cercana al emprendimiento original— no se alejaron de la cultura japonesa. La casa fue construida con los planos del esposo agrimensor y la estética constructiva fue bien japonesa: puertas y ventanas corredizas.
Relato de mujeres
María forma parte de un grupo de mujeres de la zona agrupadas en la Sociedad de Fomento y Defensa Agraria de Rincón del Cerro (SFDA), que desarrollan distintas actividades para contar el relevante papel de la mujer en el desarrollo de la zona. Esta sociedad fue creada en 1931 por un grupo de mujeres y hombres con “una clara visión de que el futuro y el progreso iban de la mano de lo colaborativo y comunitario. Esa impronta aún la mantienen sus miembros, y es parte del espíritu de la Comisión de Mujeres de SFDA”, comentan en una reciente publicación.
“Somos una familia y como tal debemos actuar. Un buen padre, una buena madre cuida su economía, vela por los intereses de todos y va generando herramientas, vínculos y actividades que permitan su participación en el territorio”, dicen en esa publicación, titulada “El viaje de Amandayé” (quiere decir “lo que dice la lluvia”). En este libro se difunden los testimonios de cinco mujeres: la japonesa María, Coca, Chichita, Dorita y Cristina.
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AQUÍ SAIGÓN
Las ruralidades
Los episodios que se registran sobre la estafa de Conexión Ganadera y otras dos empresas dedicadas al ganado parecen fortalecer una narrativa que habla del “campo”. No es nuevo esto. Ya desde 1998, cuando se movilizaron en torno a una consigna —“Rentabilidad o Muerte”—, o el propio nacimiento de “Un solo Uruguay” en el 2018, las élites del campo pretenden establecer que el “campo” es uno solo, que la “ruralidad” —esa que se expresa en la Rural del Prado o ahora mismo en un importante evento en Punta del Este— es única, con una sola cultura y unidad.
Todo lo contrario. Uruguay presenta “ruralidades” diversas, lógicas culturales e historias desarrolladas en el campo que tienen sus peculiaridades y hasta contradicciones. La contradicción más clara es la del propietario de la tierra y el peón que le trabaja la tierra.
En esta historia contada de las mujeres de Rincón del Cerro, seguro que tienen marcadas diferencias con los pobladores de Cerro Ejido (en Artigas), Zapucay (en Rivera) o Cerro de las Cuentas (en Cerro Largo). La idea es hurgar en esas ruralidades y tratar de que salgan del anonimato, contrastando con el relato de que el “campo” es uno solo, dominado por vigorosos emprendedores o estafadores de perfume francés.