Hacete socio para acceder a este contenido

Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.

ASOCIARME
Columna destacada | educación | liceos | Competencias

Arremetida ideológica neoliberal

Más sobre educación

Los liceos se han convertido en empresas y sus directores en gerentes que deben brindar servicios y garantizar resultados idóneos

Suscribite

Caras y Caretas Diario

En tu email todos los días

Recuerdo una anécdota que me impresionó mucho, de un profesor que no me caía simpático, pero que terminó redimiéndose a mis ojos (esto forma parte, en buena medida, de esa famosa y maldita intolerancia de la que todos, en mayor o en menor medida, estamos intoxicados). En cierta ocasión nos hallábamos, ese profesor y yo, sentados a una larga mesa, en compañía de otros docentes, y se habló de la violencia en los liceos. Alguien dijo que los estudiantes estaban muy agresivos y señaló que, frente a algunos hechos acaecidos dentro de los institutos, era necesario llamar a la policía. Entonces, este profesor exclamó: “Yo jamás denunciaría a un alumno. Ni aunque me pegara”.

Me quedé pensando en las implicaciones de esa frase, de la que podría extraerse todo un tratado filosófico, político, educativo, experiencial. Está claro que habrá casos y casos, situaciones y situaciones, contextos y contextos, pero me parece que, en términos generales, no denunciar a un estudiante, como pronunciamiento ético, no significa pasividad, ni aceptación de la violencia, ni renuncia, ni cobardía, ni elusión o negación, sino una actitud casi instintiva erigida en verdadera petición de principio, enmarcada en la más plena actitud docente. Se puede llamar a la directora, a los adscriptos, e incluso a otros estudiantes para pedir auxilio. Y a los psicólogos de la institución, en caso de que existan. Y a un servicio médico de urgencia. Se puede huir a la carrera o abrazar las piernas del o la estudiante. Se pueden hacer muchas cosas, en fin, menos propiciar la entrada, de buenas a primeras, de la policía a un liceo, para llevarse detenido a un estudiante.

El tema es polémico, pero la historia es larga y los recuerdos asociados a la represión estudiantil -que es, de lejos, la forma de violencia más infame asociada a un centro educativo- acuden a mi mente bajo el ropaje de la más cruda injusticia. Narro la anécdota con toda su carga de interrogantes, de sobresaltos y de perplejidades, porque los buenos docentes siempre terminan poniéndose a favor de las y los alumnos, así sea en una dosis mínima.

Ahora bien, ¿qué es eso de ponerse a favor del estudiante? ¿Será acaso dejar de enseñarle, de exigirle, de conminarlo a leer, de ponerle nota, de mandarlo a examen? ¿Será promoverlo al barrer, porque eso es mucho más simpático que hacerlo perder la asignatura?

Por el contrario. Dejemos de mentir. Toda enseñanza y todo aprendizaje incluyen esfuerzo, empeño, constancia, voluntad, tolerancia a la frustración y, por supuesto, cierto grado de contrariedad y de aflicción. A veces uno tiene ganas de mandar al demonio los libros, virtuales o de papel, y escapar por la ventana rumbo al parque o la rambla, sobre todo si el día está lindo. Pero el proceso de enseñanza y de aprendizaje tiene una naturaleza, y aunque es posible desarrollar ciertas técnicas para hacerlo más grato o menos gravoso, la verdad es que un buen docente debería oponerse con toda su alma al facilismo de la no exigencia, a la liviandad de convertirse en un mero animador, a la sustitución de la educación por la distracción, la gritería y el entretenimiento, a toda esa parafernalia, en fin, denominada educación por competencias. Este es el punto al que quería llegar. El dilema es de hierro y no hay nada nuevo bajo el sol. Aprender requiere esfuerzo. Y no nos confundamos. Una cosa es la transformación del pensamiento didáctico-pedagógico y de las prácticas educativas en aras de la educación y de la formación de nuestros estudiantes, y otra muy distinta es la arremetida ideológica neoliberal, que ha hecho del campo educativo uno de sus pingües negociados, y que pretende formar mano de obra barata para las empresas y reproducir un sistema de dominación acorde.

El propio término “competencias” es de índole economicista; y quien dice economía dice relaciones de mercado y una educación que se comercializa como cualquier otra mercancía. Por si a alguien le queda alguna duda, todo comenzó con la Teoría del Capital Humano desarrollada por la Universidad de Chicago en los años 60, a través de la denominada Educación Gerencial y del modelo formativo de la Educación por Competencias, en el marco de las experiencias de capacitación en dinámicas empresariales. De allí viene la madre del borrego, según reza el dicho criollo.

¿Qué plantea la teoría del capital humano y de las competencias? Que el costo total de la inversión en la formación sociocultural de los individuos debe estar en relación con el beneficio obtenido para el desarrollo socioeconómico de un país. Para que la ecuación rinda, es necesario atender a dos grandes objetivos: una educación livianita, genérica, más o menos parecida a un barniz, que haga posible la inserción sociocultural de los individuos, y una formación específica -la famosa capacitación- para su desempeño productivo.

Así las cosas. Los liceos se han convertido en empresas y sus directores en gerentes que deben brindar servicios y garantizar resultados idóneos (léase un rápido pasaje por los niveles curriculares, sin fatigosas exigencias). Lo que resulta muerto y bien muerto, en medio de este panorama, es el viejo enfoque humanístico centrado en el desarrollo del intelecto, de la razón y de la lógica, y el enfoque científico disciplinario. Preocuparse por los y las estudiantes supone algo más que divertirlos y pasarlos de año; algo más que maquillar las calificaciones y los datos de pasaje de grado; y algo más que repetir consignas vacuas, que a estas alturas a muy pocos logran engañar.

Dejá tu comentario

Forma parte de los que luchamos por la libertad de información.

Hacete socio de Caras y Caretas y ayudanos a seguir mostrando lo que nadie te muestra.

HACETE SOCIO