Lector/a, por suerte creo que esto que le voy a escribir, y que desgraciadamente pasa muchísimo, con futbolistas celestes adultos y juveniles, no está pasando, o está pasando poco en relación con el Campeonato Sudamericano Sub 20 que terminó el 12 de febrero.
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Sí, porque sería un abuso reclamarles que sean campeones, un trágico equívoco que lloren tanto por ‘fallarles’ a quienes, por su falta de satisfacciones, alegrías y felicidades, les exigen campeonar a unos esforzados pibes de barrio que no deberían ser cargados con las desesperadas esperanzas de desesperanzados, muchos de ellos complejeados, resentidos; que se abusan, sin saber de fútbol, y sin autoridad moral, diciendo cualquier cosa, cobardemente, sobre ellos en redes sociales y en el intercambio cotidiano; y que deberían poder ser denunciados por injurias y difamación según los arts. 333 a 339 del Código Penal, denuncias que deben ser hechas por el injuriado y difamado, a veces dentro de los 3 meses (difamación) o del año (injurias) de cometidas las injurias y difamaciones.
Los pibes celestes, que fueron vicecampeones en el torneo sub 20 de Colombia, ganaron su grupo, clasificaron al Mundial y al Panamericano, y casi son campeones, perdiendo merecidamente con Brasil, pero recién faltando 8 minutos. No se debería llorar de amargura por eso, quizás sí de alegría; Brasil es 70 veces Uruguay en población, tiene 80 veces más jóvenes; y muy semejante pasión futbolera. Es un verdadero milagro que Uruguay consiga ser tan parejo con Brasil, que tantas veces haya incertidumbre sobre el resultado de sus partidos, al punto de haberlos vencido a veces y en circunstancias dramáticas; son milagros que se deben siempre celebrar, nunca lamentar y mucho menos acusando a los que pierdan en ellos de turros, sin entrega y traidores a los ancestros campeones.
Uruguayos: agresivos malcriados por la gloria
¿Por qué se les exige tanto, indebida y cruelmente, a los futbolistas celestes? Porque el público uruguayo está tan malcriado por glorias pasadas, que casi no aceptan otra cosa que ser campeones. Para mantener esperanzas eternas de gloria, desprecian resultados que enorgullecerían a cualquiera, y exigen lo que a casi ningún otro se le exigiría, lo que produce injustas e irreflexivas reacciones a todo lo que no sean triunfos como los de los años 20 y 30 del siglo XX, u otros éxitos más recientes, menos frecuentes que en aquel entonces, pero aún tales.
Piense lector en el festejo tan masivo y alegre de los colombianos locales por su tercer lugar, que, además de al podio, los llevaba al Mundial de la categoría y a los Juegos Panamericanos de Chile. ¿Ustedes creen que en el Uruguay alguien habría festejado y elogiado un tercer puesto como local, aun clasificatorio para otras instancias importantes? En prácticamente todo el mundo, un cuarto puesto es considerado como valiosísimo, en el deporte más importante del mundo, uno de los más jugados y también más presenciados espectáculos del mundo contemporáneo. Pues bien, en 1954, Mundial de Suiza, Uruguay (en la famosa semifinal contra aquella gran Hungría) perdió su invicto en torneos mundiales, que ya era de 3 campeonatos y 14 partidos jugados, 13 ganados, un empate. Pues bien, terminó cuarto y todo el país lo consideró una catástrofe; hubo jugadores que no quisieron jugar por el tercer puesto, ya que todo lo que interesaba era el título; nada menor importaba ni merecía el menor esfuerzo. Hay historiadores que consideran que el país modelo, la Suiza de América, la Atenas del Plata, el pionero experimento batllista, entraba en crisis por varias razones, una de las cuales, más simbólica que causal material de ella, habría sido esa pérdida de la virginidad como derrotado mundial en 1954. El cuarto puesto en el Mundial de México en 1970, aunque no fue considerado catastrófico, distó mucho de ser celebrado, como lo hubiera hecho casi cualquier otro país así clasificado.
Somos un país agrandado, malcriado por los éxitos futbolísticos, irreflexiva y cruelmente exigente con quienes han tenido la desgracia de jugar esos torneos posteriormente a aquellos que los habían ganado antes. Que pusieron el listón tan alto que les dificultó el salto a los posteriores descendientes; y que les hizo creer a los uruguayos que estaban casi destinados y obligados a repetir los campeonatos vencedores, salvo que fallos arbitrales, falta de empeño patriótico u otros defectos morales consiguieran torcer un destino de por sí dorado.
Casi ninguna abuela felicitará a nietos que no lograran lo mismo que antes habían conseguido sus hijos; más bien esos nietos deben prepararse para recibir críticas y sarcasmos. Los jugadores uruguayos no están tan claramente bendecidos por la tradición gloriosa de sus ancestros, como podría livianamente pensarse; más bien están maldecidos por ella; porque les pone el listón muy alto en momentos en que es aún más difícil campeonar que antes; y porque los conmina a cumplir con aspectos legendarizados de tradiciones de dudosa realidad y permanencia útil, pero ‘inventados’ (Hobsbawm) como tales con alto riesgo de obsolescencia si se aplicaran como reales y eternamente válidos (i.e. el back izquierdo adelantado, ni en línea final -como antes de 1925 y después de 1966-, ni como volante o en línea de cuatro, 1925-65; la lógica orden de Nasazzi a Arispe, “no te quedés acá atrás, salí a romper juego”, cuando la reforma del off-side, hizo innecesarios dos backs en línea, terminó siendo funesta porque atrasó los sistemas uruguayos 40 años y dificultó los funcionamientos defensivos de clubes y selecciones).
Cuando Uruguay hegemonizaba triunfos sudamericanos, desde 1916 a 1935, lo disputaban al principio solo 4 países; se llega a los 10 actuales recién a 15 años del primero; sudamericanos y eliminatorias se hacen de más ardua disputa; más difíciles, aunque las abuelas no lo sepan. Lo mismo los mundiales: en 1930 se sudó diplomáticamente y se gastó mucho para que hubiera 13 participantes; el número crece implacablemente hasta los más de 200 disputantes de las eliminatorias actuales, con ya 32 finalistas que amenazan ser 48 en 2026. Las guerras mundiales no nos dan ya la gran mano para que las diezmadas juventudes europeas nos facilitaran las cosas en el período 1924-30 y en 1950. Las abuelas uruguayas tampoco saben que los sudamericanos son cada vez más difíciles, que hay cada vez más mérito en sus nietos cuando repiten o se acercan a lo de sus hijos; lo mismo en las eliminatorias; y en los mundiales, olímpicos y panamericanos.
Exceptuemos a los olímpicos/mundiales de 1924, una gran hazaña, con la novedad radical de la disputa, la dificultad del viaje marítimo, de la gira previa, de los alojamientos con una incomodidad que los uruguayos no toleraron, y sí una villa olímpica habitada por posguerreros europeos habituados a refugios antiaéreos, a ciudades bombardeadas y a entrenamientos o combates de infanterías; y el uruguayo era un equipo que no representaba más de 60% del potencial nacional posible (solo viajó la parte ortodoxa, no cismática, del total de clubes).
Los futboleros no son solo líricos con aguante
Pero volvamos a las hiperexigencias de abuelas mal informadas y cruelmente duras con sus nietos en consecuencia.
Lo del título. Es una astuta alcahuetería de los periodistas y políticos dirigentes deportivos esa creencia instalada en la beneficencia, positividad y altruismo de las parcialidades, partidarios e hinchadas. No es, ni cerca, tan así. Las personas no adhieren a sus colectivos de pertenencia y de referencia por motivos necesaria ni predominantemente altruistas ni puros. En primer lugar, sus grupos de pertenencia son cada vez menos de su elección, y la adhesión a ellos no mucho más que la reafirmación de su carácter de refugio dependiente casi inescapable; casi nada electivo, sino casi condenado, a su adhesión a él. En segundo lugar, los individuos que a ellos pertenecen, cuando festejan triunfos o lamentan derrotas, no lo están haciendo tan limpiamente como se cree simplista e interesadamente. La gente, sobre todo aquella a la que le es difícil lograr triunfos, éxitos, prestigio y estatus debido a sus performances propias, confían interesadamente en conseguirlos por medio, vicariamente, a través de los colectivos de su pertenencia que compiten por esas cosas. La necesidad del triunfo colectivo en buena parte se clama y festeja porque es el triunfo propio, en una de las pocas maneras al alcance de quienes en su cotidiano no pueden acceder a tales conquistas por sí mismos; cuando se celebra un triunfo colectivo, hay una parte que es celebración del triunfo personal privado enmascarado en el colectivo público; por eso se lamenta tanto una derrota colectiva: en buena parte porque ‘yo’ estoy perdiendo con ella; y naufragando así fe, esperanza y deseos depositados en esa posibilidad. Ahora bien, cuando una población está acostumbrada a que, a falta de otras fuentes de satisfacción y alegría, el fútbol jugado por otros se las va a proporcionar, cuando ese acostumbrado triunfo vicario no se produce, y comienza a escasear, la indignación provocada por ese fracaso inducido en todos y cada uno, parece una altruista ira por la herida infligida a un colectivo y a una tradición identitaria; pero se esconde que ese es un disfraz que enmascara un sentimiento privado, personal, de frustración egoísta de idealidades en las cuales se invirtió psíquicamente mucho, y de lo que se espera muchísimo. Por eso una derrota se frasea retóricamente como una ofensa altruistamente exigida a un colectivo tradicionalmente identitario, aunque sea también, y a veces más que nada, una indignación por una ofensa personal a un egoísta deseo individual frustrado. Por eso la indignación de las abuelas por la frustración acarreada por nietos que no han hecho lo que sus hijos; se frasea y gestualiza como una altruista y orgullosa ofensa al colectivo, aunque podamos sospechar que es también una ofensa a un proyecto egoísta y personal, y que puede reclamársele a sus derrotados, de modo políticamente correcto, tanto por lo que ofenden a un colectivo tradicionalmente identificado, lo que enmascara lo que frustran proyecciones egoístas disfrazadas altruistamente. Por eso el descubrimiento temprano de los primeros antropólogos del siglo XIX de los ‘fetiches’ australianos se generalizó a famosos usos teóricos del fetichismo como fenómeno proyectivo humano fundamental; el hallazgo afirma que las colectividades creen y esperan desesperadamente en objetos y personas que les proporcionarían, mágica o simbólicamente, necesidades o deseos difíciles de conseguir material y cotidianamente; Marx (1867) lo aplicó magistralmente en la equivocada creencia de que el valor de las mercaderías radica en su valor de uso (fetiche) cuando está conformada por su valor de cambio socio-laboralmente determinado; Spencer (1878), genialmente, lo aplicó a la históricamente injustificada esperanza en la buenaventura política que proporcionaría todo nuevo político promisorio; esa fe esperanzada los constituye en fetiches como los de los indígenas australianos; hay aplicaciones posteriores a ídolos, superhéroes y modelo por Baudrillard, Eco y tantos más.
Los equipos de fútbol son fetiches para los uruguayos; y se cree desesperadamente en ellos como fuentes de alegría y prestigio; para el colectivo sí, pero para cada uno de los uruguayos también; y es dudoso que el triunfo les importe más por sus efectos colectivos que por los individuales en cada uno; exageradamente, esa proyección fetichista se expresa en frases como ‘les hicimos cuatro’ o ‘nos robaron el partido’; cada uruguayo obviamente no juega ni le hacen nada; pero siente como si fuera así, y así lo expresa, ignorando que así está revelando lo egoísta de su aparente altruismo, políticamente correcto en su expresión como alegría por el triunfo del colectivo, y como indignación y tristeza por su derrota; que son, también, y cada vez más, individuales en cuanto más lo necesitan los individuos para su satisfacción, alegría y estatus/prestigio. Lamento erosionar idealidades convenientes, pero el aguante popular no se debe tanto a su superior idealidad altruista frente a las de sus materialistas y egoístas élites, sino a que precisan más, individualmente, para su autoestima, de esos triunfos, que lo que necesitan de ellos, individualmente, los individuos de las élites (salvo intereses electorales próximos influibles por el deporte).
Pero, también, por sus cualidades proyectivas de fetiches, los fetichizados corren más riesgo, ahora como chivos expiatorios, que es la contracara antroposocial del fetiche. Al revés que él, si del fetiche se espera toda imposible bendición, al chivo expiatorio se lo responsabiliza por toda posible maldición experimentada. Podrá verse el riesgo que corren los fetiches de convertirse en chivos expiatorios por el mismo proceso irracional; la gente desesperada, esperanzadamente constituye o cree en fetiches imposibles que se volverán muy probablemente chivos expiatorios por las frustraciones de aquellos mismos que los constituyeron como fetiches para su fe esperanzada. La inquina contra los jugadores celestes, adultos o juveniles, que no confirman los resultados deseados como fetiches, es una reacción egoísta contra el fracaso de su esperanza, castigada ahora como maldición de chivos expiatorios; lo peor es que los ahora chivos expiatorios supieron constituirse en fetiches en el pasado; y las abuelas no les perdonan que no respondan más a su carácter de fetiches, y casi que los hacen chivos expiatorios de las frustraciones; al menos no los elogiarán.
Las críticas a los futbolistas celestes, que normalmente son creídas como altruistas defensas de un orgullo glorioso colectivo herido, pueden ser vistas, con mucho más apoyo teórico, como reacciones de frustración egoísta de esperanzas de desesperados, que también egoístamente, los constituyen en fetiches, lo que no debe alegrarlos, porque en cualquier momento los constituirán, con esa misma arbitrariedad, en chivos expiatorios a ser insultados y defenestrados sin motivo, solo para descargar frustraciones individuales disfrazadas de orgullo colectivo herido a proteger. No se enternezcan tanto cuando hinchas gritan sus nombres, les piden autógrafos, y los elogian sin medida; simplemente los están erigiendo en fetiches para sus esperanzas difíciles de satisfacer. Con la misma arbitrariedad rabiosa, los van a insultar, humillar en las redes sociales, romper el auto estacionado. Jugadores celestes, denuncien por injurias y difamación a quienes los critican sin saber y los hiper-responsabilizan por sus penurias individuales que ustedes no les resolvieron ni tenían por qué hacerlo; no se enternezcan por los que no lo merecen, que disfrazan sus deseos individuales de orgullo colectivo, que parecen altruistas heridos en respetables orgullos defendibles. Bullshit. Pero que son agresivos perros ladradores, y muy egoístamente motivados, tantas veces. Todo esto no significa que no haya altruistas colectivos entre la gente; pero hay mucho menos de lo que se quiere creer; y los jugadores, fetiches con riesgo de chivos expiatorios, tienen que defenderse y defender a los suyos de esos procesos, que no son inocentes ni altruistas tantas veces. Y sí muy volubles y peligrosos, como sus traumatizados egos, ansiosos de proyecciones, transferencias e identificaciones, positivas algunas, pero muchas negativas.