Los condenables actos cometidos por un legislador terminaron, por primera vez en la historia, con su expulsión por unanimidad de ambas cámaras. Ello ha instalado una polémica: ¿qué es competencia de la Justicia y qué pertenece sólo al terreno de la política?
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En la última década, la democracia resistió el embate del lawfare. Con este término, los politólogos definían la intromisión de la Justicia en política. Por ejemplo, el juez que metió preso a Lula e hizo echar a Dilma Rousseff. El juez terminó primero como ministro de Justicia de Bolsonaro, y luego perseguido por la misma Justicia que pretendía representar. Dilma y Lula absueltos. Este fue el primer brasileño en la historia en ser tres veces electo a la Presidencia de su país.
Antes de hacer algunas consideraciones sobre el tema de fondo -los campos de competencia distintos de la política y la Justicia- sacaré de mi memoria una noticia de hace muchos años, que me marcó mucho de joven. La renuncia de Willy Brandt como canciller (primer ministro) de Alemania Federal. Desde los 60, en que fue alcalde de Berlín, era muy amigo de mi viejo. Fue, desde el primer día de exilio, de una solidaridad sin límites con la democracia uruguaya.
A poco de comenzar el exilio (en 1974) dejó su cargo. Eran los años en que Alemania estaba dividida en dos Estados. La parte oriental le infiltró una espía. Al conocerse la noticia renunció. El Parlamento le expresó unánimemente su respaldo, pero mantuvo su renuncia.
Sonaba raro. Pero dijo, “no soy culpable, no lo sabía, pero precisamente por eso, por no saber, soy responsable”. Luego fue parlamentario europeo y presidente de la Internacional Socialista. Pero nunca dio marcha atrás en su renuncia. Junto a su adversario, Konrad Adenauer, fue una de las políticas de mayor incidencia histórica de la posguerra en su país.
Ese matiz entre responsable político y culpable jurídicamente es una línea divisoria que estamos ignorando en el Uruguay de hoy. Otros hechos que marcaron mi juventud y formación política emergen con mucha fuerza. Reviso las interpelaciones de mi padre que le hicieron tan famoso a fines de los sesenta… Cuando era por hecho que ocurrían en la órbita de una cartera Wilson, al terminar las denuncias, decía: “Si el ministro sabía, debe renunciar porque sabía, y si lo ignoraba, debe renunciar por no saberlo”.
Esa diferencia entre culpable y responsable pasa a ser hoy muy importante. El presidente y su Gobierno confiaron un pasaporte a uno de los tres narcos más buscados del mundo… Confió en Astesiano, en Penadés… Y además se victimiza. Está “triste y desilusionado”. Y confunde él mismo la responsabilidad penal con la política.
A ver. “Yo creo en Penadés y su inocencia”. Cuando salta en forma contundente que todo era muchísimo más grave de lo previsto, dice: “Es obvio que no sabía. Se imaginan que es un día muy triste”. Y lo más grave, luego dice: “En caso de que todo se confirme y haya sentencia firme…”. Es un modo de razonar gravísimo.
O sea, para que el presidente confíe políticamente en la persona adecuada, condición fundamental para todo liderazgo, ni que hablar la Jefatura de Estado, basta que no haya sentencia firme condenatoria. Es mezclar dos terrenos distintos que no se deben entreverar.
Si yo no recuerdo mal, un juez que tuvo algo que ver con investigaciones contra la familia del presidente dijo que una de las investigadas no fue procesada porque su conducta no estaba penada por la ley. Agregó, si recuerdo bien, que con la actual ley la procesaría…
O sea que si todo el mundo sabe que alguien incurre en actos que atentan contra la ética y la moral, sobre todo si integra su círculo íntimo, pero no se penaliza (prescripción del delito, falta de testigos, falta de leyes que penalicen), se le tienen por personas “de buena conducta”.
El Senado echa a Penadés. La Cámara de Representantes echa a Penadés, el presidente quiere esperar que haya sentencia y que la misma sea ratificada en segunda instancia. No se puede creer. Lo más curioso es que el propio presidente, y ni que hablar el ministro Heber, hubieran sido los más beneficiados con su renuncia. Ya fuera por decisión propia o a pedido del presidente.
Pero no renunció, ni por pedido ni por voluntad propia. Perdemos todos. Ellos dos también.