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¿Por qué se la agarran con Europa?

A América Latina le llaman los yanquis "nuestro patio trasero", pero se les sube a las barbas cada vez más. Entonces agarran de patio trasero a Europa.

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En la primera oleada Obama-Biden, EEUU bombardeó siete países (Afganistán, Yemen, Irak, Somalia, Pakistán, Libia, Siria). Hubo cinco años de diferencia entre la continuación de los bombardeos al primero y el comienzo de los bombardeos al último. E intervino fabricando golpes de Estado, bloqueos, lawfare y “sanciones”, abiertamente, contra Bolivia, Honduras, China, Paraguay, Venezuela, Ucrania, Rusia, Brasil y Argentina, entre otros. Pero con la Unión Europea se supone que eran socios. La UE participó en casi todos los bombardeos, golpes e intentos de golpe de EEUU por el mundo y, en varios casos de los citados, los dirigió (Francia en Libia, Inglaterra en Libia, Afganistán en Irak, España en Irak, entre otros).

En comparación con Obama, Trump solo fue cuatro años de casi pura bulla. Mucha alharaca, tremendas amenazas, pose y fraseo de matón de cuarta, un asco de tipo, pero apenas si lanzó una veintena de tomahawks contra un aeropuerto vacío en Siria, una MOAB contra Afganistán en Nargarhar y un dron con misiles para el atentado contra el general iraní Seleimani y cuatro altos mandos iraquíes, en Irak, aparte de continuar guarimbas en Venezuela e intentar un par en Nicaragua, mientras endurecía el bloqueo a

Cuba e Irán. Perro que ladra no muerde mientras ladra. Trump no pasaba tanto tiempo mordiendo.

Con Biden, volvieron los expeditivos, refinados e incluso “progres” “demócratas”: la delicadeza de la canciller Hillary Clinton, cuando su presidente Obama firmó en la OTAN bombardear, invadir y ocupar Libia, matando al presidente más amigo de Mandela en África, Muamar Gaddafi. Si Dante hubiese conocido a Obama, hubiera inventado el octavo círculo del infierno, porque el último, el de los traidores, le queda pequeño al que se jactó de ser prologuista de un libro sobre Mandela. A Gaddafi lo lincharon, sodomizaron su cadáver y Hillary colocó su bota lábil sobre el cuerpo yaciente y todavía tibio para resumir, con básica cultura latinista: “Vinimos, vimos, murió”. Después escupió el chicle de Boogie el Aceitoso. Linda chica.

Volvió con Biden, además, Victoria Nuland al Departamento de Estado. Otra “progre” deliciosa, que, siendo encargada del Pentágono para asuntos europeos, a la objeción de que la UE se opondría al envío de tropas a Ucrania, respondió: “Fuck Europe”. Todo un anuncio de qué se vendría.

Otro anuncio fue el revisionismo histórico del actual secretario de Estado de Biden, Anthony Blinken, cuando dijo que su país tendría que haber fortalecido su presencia en Siria para evitar la llegada de Rusia.

La realidad es que EEUU se cebó en Libia. Los rusos no frenaron a la OTAN en Libia, sencillamente porque el gobierno de Gaddafi era un hazañoso anacronismo, un país árabe gobernado principalmente para los negros y para la Unión Africana. Era una posición difícil de sostener.

Siria, en cambio, tenía al Ejército Árabe Sirio dispuesto a resistir y Al Asad firme en el poder. Blinken, Nuland y Biden reforzaron las tropas en el pasillo de Idlib, pero eso cambió las posiciones sobre el terreno, y es probable que, después de la trilateral Putin-Erdogan-Raisi en Teherán, signadas por el incumplimiento sueco y finlandés del acuerdo con Turquía para ingresar a la OTAN, ese pasillo, poco a poco, desaparezca.

Solo Ucrania ya está aportando todos los ingresos al aparato industrial armamentista, que votó demócrata en las legislativas de medio término contra Trump, en las presidenciales y, en ambas, festejó.

La operativa invasiva del apoyo yanqui obamista a los nazis de Stephan Bandera chocó con la victoria electoral de Zelenski, abrumadora, en 2018, demostrando implacable que el pueblo ucraniano quiere paz, que no está dispuesto a volver a dividirse y dejarse llevar en gran parte junto al alemán, para carne de cañón de las hordas imperialistas de tiempos de Hitler. Ese resultado electoral explica la falta de base social de la traición de Zelenski. Quien pierde de vista aquellas elecciones no puede entender la falta de manifestaciones masivas en Kiev, que se acerquen a las de Moscú y menos aún a las de Irán en el entierro de Soleimani. Pero también en EEUU las elecciones son una pauta de intenciones e incumplimientos. Sabemos por Wikileaks que incluso en semejante sistema plutocrático, Bernie Sanders hubiese sido el presidente en 2016 y en 2020 si no lo hubiesen estafado en las internas del Partido Demócrata. Eso habla bien del pueblo estadounidense y mal de su élite gobernante. Lo mismo pasa con el sueco y el finlandés, a quienes sus gobiernos no se animaron a llamar a referéndum para ingresar a la OTAN ni a cumplir el pacto con Turquía, de cara a las elecciones.

Después de todo, tampoco le exigieron referéndum a Kosovo para reconocerle la independencia de Yugoslavia.

El “patio trasero” era Europa

El problema del globalismo para los yanquis es que se lo gana China, la dibujen por donde la dibujen, pero están condenados al globalismo. Y, encima, el antiglobalismo, si fuera posible sostenerlo a mediano o corto plazo, también se lo gana China.

Biden es más difícil para el mundo que Trump, pero también para Biden el mundo está más difícil que cuando siendo senador votó la invasión a Irak.

A América Latina le llaman los yanquis “nuestro patio trasero”, pero se les sube a las barbas cada vez más. Entonces agarran de patio trasero a Europa.

Blinken ha dicho que “la fuerza debe ser un complemento necesario de la diplomacia”, en línea con el pensamiento tradicional del “excepcionalismo” yanqui declarado por Obama. El Partido Demócrata es el imperialista por antonomasia, doctrinario y práctico. Para nuestro Río de la Plata es el de Spruille Braden, pero no quedan muchos Estados en el mundo donde Biden pueda aplicar la fuerza llevándosela de arriba, ni siquiera Corea del Sur, que le negó a Nancy Pelosi recepción presidencial o de cancillería, mientras protesta los subsidios a Tesla. Ni siquiera Japón, que no quiere más bases militares. Ni siquiera Australia, que cambió de gobierno y entregó la tutela de Islas Salomón a China. De India ni hablemos: está más BRI y más Brics que nunca.

Le queda Europa, por ahora, con fisuras en el centro y en el este.

Intensifica el lawfare desde Argentina hasta México (es a eso a lo que llaman “diplomacia”, a Moro, Stornelli, Luciani, instruyendo para Washington), pero aumentar el saqueo, lo que se dice aumentar el saqueo en grande, solo puede hacerlo en Europa, privándola de gasoductos y vendiéndole gas licuado a precio de oro.

La otra “diplomacia”, la de “no quedar aislados”, que exigía Rockefeller, hoy Biden la tiene encorsetada por el fantasma de Trump. Cuatro años son muchos cuando un nacionalista antiglobalista cierra los ojos y el mundo sigue andando. Le pagaron a los diez del Asean una foto en la Casa Blanca, pero de tratado transpacífico recién volvieron a hablar este lunes, aceptando que si Trump lo bloqueó para que no le entraran por la ventana empresas chinas con arancel cero, hoy, seis años después, las empresas chinas en el sureste asiático tienen que ser el doble.

De sus anuncios preelectorales de volver al mundo, Biden cumplió hasta el momento solo dos: volvió al Tratado de París y a la OMS, pero todavía no se acercó a Cuba tal cual lo había hecho Obama ni volvió al 5 más 1 con Irán. Sucede que Trump le dejó adentro no solo los problemas de aislamiento por decisiones ya tomadas, irreversibles, sino además 75 millones de votantes de consignas falaces e ideas fuerza poderosas.

La desvergüenza de haber sido

La idea fuerza de Trump fue: “EEUU, con los gobiernos demócratas y republicanos que me antecedieron, trasladó a China sus puestos de trabajo y sus dólares. En eso consistió la globalización”. Esa idea fuerza quedó instalada, más allá de los 75 millones de votantes de Trump y de que fue el único que denunció fraude electoral hasta las últimas consecuencias. Ese fantasma va a volver, con Trump o sin él, en las legislativas de noviembre.

Biden no puede aceptar las reglas de un libre mercado que se adapte a la realidad, al multilateralismo, al fin del comercio desigual, a las transferencias de tecnología, para finalmente ganar-ganar en un mundo dominado por la producción china, por la unidad sinorrusa, por la iniciativa de la ruta, porque Biden tiene demasiados problemas internos, demasiados fanáticos del profeta anaranjado y hasta riesgo de secesión si lo perciben “poco patriota”. Pero el mundo unipolar no existe y ni siquiera el tripolar con áreas de influencia. La respuesta de Yang Jiechi a Jake Sullivan en Alaska, cuando se reunieron por primera vez, “EEUU no está en condiciones de negociar con China desde posiciones de fuerza”, se viralizó en las redes chinas. La NEP China ha conectado tantos intereses comerciales en el mundo que es imposible tocarla. La semana pasada, por ejemplo, firmó en Londres con Rolls Royce otro contrato para 80% de los motores de China Airlines. Desde allí hacia el Sur no hay lugar sin intereses chinos bien creados.

La realidad es que EEUU nunca trasladó nada a China. Mejor dicho: EEUU trasladó cañones en apoyo a los imperios británico, japonés y portugués que arrasaron secularmente a China, convirtiéndola de primera potencia comercial y económica de los siglos X al XVII a un país sin territorio propio y en un pueblo ahogado en el opio y la miseria. Después, ya desde mediados del siglo XX, trasladaron bombas para atentados y sabotajes en los puertos de la República Popular y portaaviones para Chiang Kai Shek. Y después nada. No reconoció a la República Popular China hasta 1971. Los puestos de trabajo en China los crearon los chinos en fábricas que construyeron los chinos y trabajaron los chinos. Los dólares los trasladaron los chinos de regreso de los puertos de California, donde cobraron por productos chinos, hechos en China, que también trasladaron los chinos, llenando contenedores en barcos chinos llenos, a su vez, de contenedores chinos.

Pero a Europa sí, los yanquis le dieron Plan Marshall con doctrina Truman, que todavía hace a las economías europeas demasiado dependientes de empresas ‘usamericanas’ y obliga a que el desacople de la UE, desunciéndose del carro yanqui antes del abismo, sea un proceso tortuoso, lleno de viejas cruces gamadas e ínfulas colonialistas que Europa, colonizada, todavía lleva dentro.

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