¿Por qué podemos llamarlo de ‘más ruido que nueces’ a un asunto aparentemente tan serio como un requerimiento internacional por delitos de guerra a Putin, con lo que ha hecho variada y extensamente bulla la prensa occidental contraria a él?
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Más ruido que nueces
UNO. Porque el Comité Penal Internacional (CPI) no está facultado para juzgarlo ya que Rusia no integra el conjunto de naciones que adhirió al comité, y por lo tanto no tiene competencia ni jurisdicción sobre ningún ciudadano de los países que no adhirieron a él. Primera bulla injustificada.
DOS. Aunque ha sido ampliamente difundido que hay 123 países que adhirieron al CPI y requieren el castigo a Putin (¡oooh!) no es menos cierto que muchos de los países más importantes del mundo, los que son actores de conflictos para los cuales el CPI podría ser útil, no pertenecen al CPI. Por ejemplo, ni Rusia, ni Estados Unidos, ni China ni Ucrania son parte ni están sus ciudadanos alcanzados vincularmente por ninguna decisión del CPI. Entonces, ninguno de los actores principales del conflicto en Ucrania está bajo jurisdicción ni competencia del CPI, casi ornamental en él. En parte por eso decimos que el efecto de la sanción sobre Putin es más simbólico que jurídico-judicial, tomada y difundida con la intención de avergonzar a Rusia y a Putin frente al mundo poco y mal informado sobre el CPI y su poder real más allá de sus rubicundas y bien trajeadas declaraciones. Blanden una amenaza de condena y de prisión en realidad muy improbables; el papel escrito con la resolución no sirve para mucho más que para fines higiénicos íntimos, como la calificó risueña y despectivamente el expresidente ruso Medvédev. Segunda bulla.
TRES. Esos 123 países están comprometidos con la detención de Putin si pisara sus territorios; pero así como te digo eso te digo lo otro: es extremadamente improbable que Putin decida visitarlos. Tercera bulla.
CUATRO. Sin embargo, la obligación que esos 123 países tendrían de detener al requerido Putin si pisara sus territorios pierde fuerza y verosimilitud porque, en conflicto con esa obligación, Putin disfruta de inmunidad diplomática como jefe de Estado, a la que podría apelar si visitara alguno de esos países obligados a detenerlo en sus territorios. ¿Qué norma, de esas 2 conflictivas, predominaría? ¿La de su detención o la de su inmunidad como jefe de Estado, además no alcanzable por decisiones del CPI, al que Rusia no pertenece? Cuarta bulla.
CINCO. Además, a fuer de sinceros, ¿quién se animaría, en la práctica real, a intentar detener a Putin en su territorio, aun aquellos legitimados para hacerlo? Y lo mismo, ¿quién detendría a Putin, a Biden, o a Xi Jinping, o al norcoreano o a cualquier jefe de Estado poderoso del mundo, aun bajo orden de detención de cierta legitimidad? Como bien dijo Max Weber hace ya un siglo, si un orden normativo no tiene el poder de obligar a todos los abarcados por él a obedecerlo y a sancionarlo vincularmente si no lo hicieran, ese orden normativo no debería proclamarse como orden jurídico válido. Por eso Weber decía también que si bien los órdenes jurídicos nacionales en principio podrían considerarse válidos porque pueden obligar y castigar a todos sus miembros o a quienes estén en sus territorios, eso no es verdad del orden jurídico internacional, que no puede hacerlo ni lo ha hecho. Aunque todos sean casos posteriores a la vida de Weber, casi todos los presidentes de Estados Unidos desde fines del siglo XIX podrían ser encuadrados en los delitos abarcados por la Convención de Ginebra y del Estatuto de Roma; lo mismo con Israel y tantos otros países poderosos. Y no los han encuadrado. Los tribunales penales internacionales solo han condenado a actores importantes cuando ni ellos ni sus grupos políticos de pertenencia tienen ya el poder que tenían cuando infringieron normas internacionales. Quinta bulla. Consulte la corta lista de sus condenados y verá que han sido también más ruido que nueces, como ahora con Putin, en virtud de estos cinco numerales que escribimos hasta acá.
El gran conflicto mundial hoy: globalistas vs. antiglobalistas
Esta es la dicotomía, la clasificación teórica que puede iluminar más y mejor los hechos geopolíticos del mundo actual. Y no es porque otras dicotomías taxonómicas no sean aun útiles, sino porque resultan ya de fertilidad decreciente y secundaria, tales como las dicotomías ‘derecha vs. izquierda’ y ‘conservador vs. progresista’.
De hecho, con un engorroso esfuerzo, podrían clasificarse los gobiernos del mundo como de derecha o de izquierda, o de conservadores o progresistas. Pero ese enorme esfuerzo de reducción de una variedad tan heterogénea a alguna de esas dicotomías no solo llevaría a interminables discusiones sobre la pertinencia o relevancia de la inclusión de este o del otro actor en algunos de los polos elegidos, sino que esas controvertidas pertenencias a uno u otro polo no ayudarían mucho a explicar, interpretar o prever hechos y dichos relevantes de los actores así clasificados. Esas categorías se van acercando a alimentar acaloradas discusiones entre indígenas para encontrar qué clase de pájaros, dentro de los de su fauna local ancestral, se parecería más a esos enormes pájaros rugientes (aviones, entre nosotros, lector) que surcan sus cielos. Por una inmejorable reflexión sobre las formas primitivas de clasificación, subrayando la crucialidad del significado de los criterios elegidos, Durkheim escribió imperecederamente en 1898. Tanto Foucault como Baudrillard, para mofarse de las clasificaciones impertinentes, inocuas, estériles, recurren a un cuento de Borges de 1960, ‘El idioma analítico de Wilkins’; dice Borges que una “cierta enciclopedia china” expresa que “los animales se dividen en: a) pertenecientes al emperador; b) embalsamados; c) amaestrados; d) lechones; e) sirenas; f) fabulosos; g) incluidos en esta clasificación; h) que se agitan como locos; i) innumerables; j) perros sueltos; k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello; l) etcétera; m) que acaban de romper el jarrón; n) que de lejos parecen moscas”. Riéndose admirativamente de esto, Foucault comienza ‘Las palabras y las cosas’, en 1966.
La izquierda reciente se ha caracterizado por no entender la estructura del mundo actual, fenómeno curioso y lamentable porque históricamente contribuyó a la humanidad con una novedosa, interesante y profunda serie de hipótesis sobre el mundo, que produjeron teorías y prácticas importantes. Pero, más recientemente, han ignorado la dicotomía ‘globalistas vs. antiglobalistas’, que ilumina la política y geopolítica internacionales mucho mejor que las otras más clásicas y oxidadas categorías analíticas.
Brevemente, la historia de la humanidad ha asistido a un continuo proceso de ‘translocalización’ de las comunidades y agrupaciones sociales. Las localidades autárquicas aisladas, sucesoras sedentarias de las nómades, se fueron translocalizando y constituyendo un primer grupo de unidades más numerosas y complejas: las translocalidades nacionales. La evolución de los transportes, de las comunicaciones y las ambiciones económico-imperiales materiales y simbólicas fueron constituyendo una nueva realidad translocal, un segundo grupo de ellas que, ahora, era ya transnacional, de tipo internacional, así como habían constituido antes translocalidades nacionales. La aparición de unidades extractivas, industriales, comerciales y luego financieras que ni se radicaban empresarialmente en territorios nacionales ni dirigían tampoco su oferta a demandas territorialmente nacionales, llevó a una nueva y tercera etapa de la translocalización de las agrupaciones humanas sedentarias: la primera había sido la ‘translocalización nacional’, luego de intentos imperiales más laxos; la segunda había constituido una ‘translocalidad internacional’ que ligaba a las translocalidades nacionales; la tercera es ahora la ‘translocalización transnacional’ más que internacional, que intenta sobrepasar o ignorar las soberanías nacionales constitutivas del orden internacional.
La translocalización transnacional, sobrepasando tentativamente las unidades soberanas nacionales, produce una reacción de las comunidades cuya unidad cultural tradicional se siente amenazada por la invasividad de las ambiciones transnacionales; Robertson afirma, hacia los 80, que ya no estamos solo en un mundo de translocalidades nacionales o internacionales, ni siquiera de transnacionalidades; hay una reacción tan poderosa, de las ‘localidades’ opositoras a la profundidad de la ‘globalización’ transnacional, que el mundo debería ser ya designado más como ‘glo-cal’ que como un conjunto de localidades primigenias, internacionalizadas, o de translocalidades extremas como la globalización transnacional; la realidad más o menos actual sería ‘glo-cal’, cuarta etapa en el proceso de translocalización humana, con énfasis y tendencias varias de péndulo entre los polos global y local.
Al interior de esa nueva ‘glocalidad’, cuarta etapa del proceso histórico de translocalización, el énfasis tendencial de preferencia de lo local sobre lo global va conformando un polo político-ideológico-cultural que se opone a las grandes multinacionales y a los grandes billonarios globales que se enriquecieron con ellas, en desmedro de las masas poblacionales locales; podríamos llamarlo también de inclinación ‘neo-local’, quinta etapa en el proceso de translocalización, ahora de relocalización o neolocalización de lo glo-cal, posglobal, postransnacional, antiglobal. Personajes como Putin, Trump, Xi Jinping, la iniciativa de los Brics, o sus nuevos candidatos, Irán, Arabia Saudita y Argentina, son contrarios a la globalización transnacional que lideran EEUU, Reino Unido, Europa y aliados, coordinados por Davos y archibillonarios como Gates, Musk, Soros, Bezos, quizás Zuckerberg, y tantos otros entre quienes se destacan empresas multinacionales como la big pharma y sus multicriminales multimillonarios.
El engañoso y secundario hecho de que algunos de esos líderes ‘neo-locales’, ‘antiglobales’, sostengan o hayan sostenido medidas ‘de derecha’ o ‘conservadoras’ ha llevado a las izquierdas a ignorar su mucho más importante alineamiento como ‘antiglobales’ y neo-locales. Esa ignorancia les ha hecho cometer errores tan importantes como apoyar invenciones tan características de la globalización transnacional depredadora y controladora, ‘dictablanda’, como la pandemia de covid-19, típico avance de explotación y control manipulador del mundo dentro de ese proceso de globalización transnacional que fue un mojón importante en la translocalización tardía. Hay una enorme producción teórica que postula la superación tanto del liberalismo como de sus alegadas perversiones fascistas y socio-comunistas, que contraría a Fukuyama y a su oda al triunfo ya final del liberalismo por sobre sus enemigos históricos sucesivos. No son básicamente conservadores ni de derecha grandes teóricos torrencialmente productivos como Alain de Benoist y Alexander Duguin, por ejemplo: son antiglobalistas neolocales que apuestan a conjuntos eurasiáticos (como Brzezinski, pero con preferencia inversa) de liberación de la servidumbre progresiva de la globalización; por eso son sentidos como peligrosos, y pintados como de derecha y conservadores, como populistas neonacionales trasnochados; pero no son claramente conservadores o de derecha en sus planteos ni iniciativas; viéndolos bajo esos prismas paulatinamente obsoletos como criterios principales, con ambos motes se intenta descalificarlos frente a las masas políticamente correctas, sin permitir entender las novedades que aportan. Son vistos como pájaros por observadores que aún no clasifican a los objetos voladores como aviones y se esfuerzan por encontrar el pájaro más adecuado para describirlos.
La pandemia y el conflicto en Ucrania solo pueden ser comprendidos de modo teóricamente contemporáneo al interior de procesos de neolocalización antiglobal, dentro de esa historia de translocalización de las sedentariedades humanas históricas; verlo predominantemente como un asunto de derecha-izquierda o de progresismo-conservadurismo es obsoleto, ignorante, inconducente y estéril sociopolíticamente. Que no se siga repitiendo y que se incorpore su especificidad teórica y geopolítica para que determinadas clasificaciones analíticas no corran la suerte de los criterios de la enciclopedia china citada por Borges, con carcajadas de aprobación de Foucault y Baudrillard.