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Se mueven las piezas

TLC con China y geopolítica actual

Los avatares de la celebración de un TLC con China deberían estar en buena parte vinculados a las consecuencias del conflicto en Ucrania

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El TLC dentro de un nuevo equilibrio mundial pos-Ucrania

En primer lugar, porque un acercamiento con China, sin que se intenten simultáneamente y con éxito acercamientos similares con países del bloque occidental, puede chocar mucho a quienes son partidarios de vínculos exclusivos con esa menguante hegemonía del bloque EEUU, Reino Unido, OTAN y Unión Europea.

Porque puede aparentar tolerancia con un nuevo orden mundial multipolar que supere la actual unipolaridad comandada por EEUU, con sus secuaces, Reino Unido, Europa y OTAN, que van siendo los más perdedores y decadentes desde el conflicto en Ucrania, tanto más ruinoso para Ucrania y esos aliados occidentales que para Rusia, China, y quizá para el Brics tan temido por ellos.

En especial, podría sugerir una reactivación, y ampliada, del Brics que podría redibujarse con la sorprendente adición conjunta de ¡Irán y Arabia Saudita!, el agua y el aceite, perros y gatos, pero formando así una especie de Isa-Brics que abarcaría una enorme proporción del territorio, de la población y del producto mundial, con países con gran vocación de independencia respecto del dominio unipolar de EEUU y los suyos. Porque el Irán chiíta siempre estuvo en la antesala del BRICS, candidato lógico a engrosarlo; pero que se mencione a sus archienemigos religiosos saudíes sunitas como cocandidatos a ingresar al grupo puede sugerirnos muchas cosas importantes referidas al futuro del equilibrio de poder entre bloques en el nuevo tablero geopolítico que se está gestando en este siglo XXI. Como que la disidencia de la ortodoxia geopolítica está haciendo furor.

El Uruguay, sin embargo, no está haciendo las cosas de modo de sugerir esa herejía geopolítica; por ejemplo, participa, como parte del Mercosur, en la iniciativa de un arduo TLC con Europa; también ha concretado TLC con países no muy significativos geopolíticamente, como Singapur; y acaricia retóricamente uno propio con EEUU. De todos modos, y en la medida que la rivalidad de los chinos con esos occidentales se exacerbe, como una especie de líder del nuevo bloque geopolítico que no se alinea ni se deja mandar por EEUU, cualquier movimiento de acercamiento y que no se compense con rechazos retóricos o fácticos a los integrantes del nuevo bloque en ascenso, será paranoicamente sentido y denunciado por los occidentales liderados por EEUU como agresivo y herético, pudiendo conllevar acciones hostiles como consecuencia. Por aquello tan bíblicamente sectario de que ‘quien no está conmigo está contra mí’ que creo fue pronunciado recientemente por el fiel apóstol Bush Jr.

No se olvide que nada tan peligroso como un león herido o un imperio en regresión y decadencia; y en el caso de los países de la Unión Europea y de la OTAN, todos sus integrantes han sido, aunque en diverso grado, colonialistas-imperialistas, siempre nostálgicos y melancólicos, aunque no por ello bucólicos y pacífico-pasivos.

Este bloque aún dominante, aunque en reducción múltiple, contiene miembros de los países dominantes en el mundo durante los últimos 6 siglos, y otros de imperios más lejanos pero quizá también indelebles (i.e. Italia). En los últimos años, este bloque dominante ha sufrido varias decepciones y desobediencias que les han erizado sus reflejos paranoicos y sectarios. La formación del Brics; la proliferación de instituciones y mecanismos que buscan autonomías desde la posguerra, las Naciones Unidas, la OTAN y Bretton Woods; y las desobediencias de no sancionar a Rusia por sus acciones en Ucrania, de pagarle a Rusia en rublos, y de mantener en parte sus insumos energéticos bajo amenaza de catástrofe económica; la configuración de una trama institucional económica, financiera, monetaria y bancaria alternativas y con vocación de autosuficiencia ampliable: son todos inquietantes signos de pérdida de dominación y de hegemonía, inductores de miedo y pánicos imperiales, prontos a sobrerreaccionar neo-imperial y paranoicamente. Por todas estas razones, de largo plazo, de mediano y corto también, el intento de TLC con China, sea de Uruguay o de cualquier otro país o región, será mirado de reojo y con suspicacia por el neo-imperio menguante, lo que es un obstáculo real a sus contenidos y a la diplomacia paralela que se celebre mientras ese TLC se intenta.

De todos modos, un país chico como Uruguay no debiera poner todos sus huevos en una sola canasta porque ello lo haría excesivamente dependiente de sus socios, mucho más poderosos y mucho más pasibles de dominar con sus iniciativas unilaterales, sea interpretando el texto del TLC, sea pidiendo por fuera anclado en la asimetría real que sobrenada a la simetría contractual pactada.

La pulseada entre el bloque tradicional, -que nace en las colonias e imperios renacentistas, se prolonga en la segunda posguerra mundial, y se exacerba con el fin de la URSS, y el nuevo bloque- se va consolidando a partir de un autoritarismo sectario enmascarado de democracia y libertades, que va haciendo víctimas sedientas de autonomía. No obstante, el sendero no se va haciendo sin pérdidas, tales como las anexiones de Suecia y de Finlandia, ni tampoco la retracción del bloque dominante de los últimos siglos reconoce así nomás su decadencia, secundada en esa tarea de avestruz, por la prensa masiva occidental.

Quizás sea momento adecuado de que los países pequeños reactiven algo así como lo que fue el Movimiento de Países No Alineados, pragmatismo de pequeños peces en la pecera global de pesca, aunque siempre con retórica de principismo, independencia, imparcialidad, neutralidad y equidistancia, como corresponde a la tragicomedia universal que se repone en escena continuamente y a cuyo elenco forzosamente pertenecemos.

El TLC, sus ítems y lo que se pida por fuera

En segundo lugar, un TLC de una potencia tan pequeña como Uruguay con una potencia tan enorme y creciente como China, o bien deberá aceptar condiciones duras que reflejen esa asimetría en el mundo real como para que a China le valga la pena el acuerdo, o bien deberá estar dispuesto a acceder a pedidos chinos especiales y ad hoc que no estén signados en el acuerdo, pero que se puedan hacer al amparo del mismo, con el riesgo de que su no concesión perjudique la continuación del TLC que de ningún modo tendrá para China la importancia que tendrá para Uruguay, pedidos extras que pueden aumentar la asimetría ya inmensa entre los países signantes.

Cualquier amague chino de dejar el TLC con Uruguay sería un desastre para las expectativas de una balanza comercial uruguaya jugada a él; en cambio, el fin del mismo TLC sería para China poco más que la pérdida de un granito de arena para su desierto. Nos brota el recuerdo de un cuento de hace como 40 años: Uruguay estaba esperando una decisión de Mao acerca de una ayuda a Uruguay. Y demoraba, y demoraba. Entonces el embajador uruguayo lo llama y le dice: “Presidente Mao, hay 3 millones de uruguayos esperando por usted”. Y contesta Mao: “¿Ah, sí? ¿En qué hotel están?”.

Si algo puede cementar y cimentar un acuerdo en medio de tal asimetría material, ese algo es la pulseada geopolítica en la que se coleccionan figuritas encolumnables para lucir como contribuyentes en esa pulseada o tirón de la cuerda, tentado de mostrar que son sumandos en un empuje de nuestro scrum rugbista. La pertenencia formal a un nutrido y cacareado grupo de Países No Alineados fortalecería y protegería ese pragmatismo que defiende de dependencias excesivas, sin perjuicio de que se trabaje en pro de las pertenencias coyunturales que se estimen convenientes. En el mundo de estos últimos años, nada tan promisorio como un BRICS con vocación ampliada, para terminar con ese mundo colonial e imperial que domina crecientemente desde el siglo XV, pero se radicaliza a través de hitos mencionables como las posguerras, la institucionalidad internacional posguerrera, Bretton Woods y la caída de la URSS.

Exigentes estructuras y dinámicas para su seguimiento

En tercer lugar, el mantenimiento de una dinámica administrativa capaz de asegurar un flujo adecuado de vaivén que no estoy seguro de que Uruguay posea, en estructura y dinámica aptas para mantener un intercambio beneficioso del acuerdo. Pactar un TLC con un gigante geopolítico tan habituado y preparado para esos avatares supone una alta especialización profesional y un constante diálogo con los empresarios y los trabajadores involucrados con los sectores económicos involucrados, involucrables y desinvolucrados. Quizás sea necesaria una proporción de profesionales técnicos mayor que la existente hoy en la estructura funcional de la burocracia del funcionariado público. Y no solo para definir el contenido del TLC; quizás más aún para su seguimiento, redefinición constante y evaluación permanente.

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