En Uruguay es muy difícil que alguien, públicamente, se autoidentifique de derecha. Esa suerte de autocensura, pudor o sentimiento de culpa se extiende a los medios de comunicación a la hora de calificar a dirigentes políticos o al propio gobierno actual. Desde el exterior, algunos medios no tienen dificultad de calificar de “derecha” a la coalición gobernante o de “centro derecha”. Acá eso no ocurre. Tienen problemitas o algunos frenos extraños. En cambio, estos medios no tienen problema alguno de calificar de “izquierda”, “centro izquierda”, “ultra izquierda” o “izquierda radical” a grupos, movimientos y partidos uruguayos.
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Algunas encuestas indagan sobre autoidentificación ideológica y allí aparece con baja simpatía el de “derecha”; más bien suelen decirse de “centro”.
Desde la politología no hay mayores pruritos porque exploran en fenómenos internacionales, globales, con sus caracterizaciones nítidas a partir de comportamientos y actitudes de las élites conservadoras.
Aquí haré un intento -quizás incompleto- de una suerte de cartografía para detectar a esas personas -particularmente las élites conservadoras dominantes- que son de “derecha”, pero no lo asumen o les cuesta salir del closet por razones morales, de sensibilidad o, para no ser discriminados en la sociedad o entre pares. Extrañamente, se parecen a los homosexuales, que felizmente visibilizan sus orientaciones. Veremos qué ocurre con los derechistas autóctonos.
1) La patria y la libertad. Suelen exhibir la bandera uruguaya, además de todos los símbolos patrios. Las fechas patrias son difundidas con fervor patriótico. Para ellos, la patria es ese conjunto de ademanes simbólicos e impiden darle otras dimensiones. Parecen emocionarse o hasta se emocionan, pero la gestualidad se queda en un saludo a la bandera, un “¡Viva la patria!” en una fiesta campera y se alejan de cualquier otro componente. Defienden algo que se puede sintetizar en “principios morales que son la base de la tradición nacional”. La “libertad” es otro mantra ligado a “patria”. “Libertad, Libertad”, repiten frente a una foto de Maduro. Y eso los tranquiliza. “Libertad, libertad”, reclaman cuando a alguien se le ocurre prohibir el alcohol a quien maneja. De ahí a llevar una bandera de “tradición, familia y propiedad” es un paso.
2) El Estado. “No hay como la iniciativa privada”, exclaman y militan. Por lo tanto, cuestionan al Estado y desarrollan un discurso vertebrado desde algunas definiciones: “Lo privado es más eficiente” y el “Estado es gordo, lento y tiene una burocracia que pagamos todos con nuestros impuestos”. “El Estado ahoga; fomentemos la empresa privada y que haya menos impuestos que la castiguen”, repiten. Parece claro que si esas son las claves del derechista, la realidad los pasa por arriba. Todos los días el ciudadano encuentra una empresa privada que es un desastre, que no cumple buenos servicios, que es ineficiente. Se responde: sí, pero el cliente irá a otro lado. Ok, pero entonces no es cierto que lo privado sea maravilloso. Por otro lado, hay infinitos ejemplos de ineficiencia privada a gran escala que, luego de fundirse o cuando están en crisis, apelan al Estado, al mismito que minutos antes criticaban.
3) La meritocracia. “Solamente con esfuerzo se logran las cosas”, repiten como versículo de una biblia liberal. Ese discurso pretende desmerecer las políticas públicas que buscan igualar desde el abajo para que las brechas entre los más pobres y los más ricos sea menor. “A los pichis no les gusta trabajar”, exclaman. Y, en verdad, tal vez trabajen más que los que escriben sin vergüenza desde un mullido sillón y con las patas calientes por la calefacción central. “No trabaja el que no quiere”, repiten otros. Y ese mismo, de cara roja de gritar contra los “vagos”, te ofrece un trabajo de dos pesos. O sea: la movilidad social se logra a puro pecho. ¿Y las políticas públicas? Responden: “Hay que enseñarles a pescar y no darles pescado”. El empleo, entonces, es una política pública que alcanza o pretende alcanzar a todos. ¿Y quién hace la política pública? El gobierno desde el Estado y con recursos y orientaciones.
4) Contra los sindicatos. Te la barnizan: “No estamos contra los sindicatos, sino contra estos sindicatos”. Los sindicatos son esencialmente reivindicativos y ningún avance en el mundo de los trabajadores se ha logrado a los besos. Pero parece que esa es la propuesta: buenos modales, nada de perturbaciones, ni manifestaciones, ni paros ni conflictos. “Vayan a trabajar”, gritan desde Twitter. Claro, cuando se logran beneficios salariales u otras reivindicaciones de condiciones de trabajo, por ejemplo, las victorias alcanzan a todos y no hay nadie que diga: yo no cobro ese aumento porque fue logrado con paros y disturbios que “perturban la paz pública”. Chicos: las victorias son para todos.
5) Los empresarios no hacen paros. “Si ve a un empresario, abrácelo”. Los empresarios, agrupados o no en cámaras empresariales, tienen dos fantasías: no tener sindicatos y ser monopólicos. Los empresarios no pintan pancartas ni hacen actos públicos de relevancia (salvo Un Solo Uruguay, una enorme experiencia empresarial cuyo único objetivo era erosionar al gobierno de izquierda en 2018. Después de logrado el objetivo en 2019, se moviliza por WhatsApp). Las élites empresariales tienen los teléfonos de los principales políticos y autoridades de gobierno. Los reclamos se canalizan por allí; en algunos casos pegan algún grito público, pero casi pidiendo disculpas, sobre todo en este escenario político. Los empresarios privados protestan contra el Estado, los impuestos y las regulaciones. Pero eso se cae como un piano frente a las realidades: sequía (dame plata), temporales (dame plata), importaciones dañan (protéjannos). El otro ángulo interesante es la corrupción. Con frecuencia se conocen actos de corrupción de funcionarios con mayor o menor importancia en los gobiernos. Y el asunto es que si existe un “corrupto”, hay un “corruptor” y ese, siempre, proviene de la actividad privada. Puede ocurrir, también, que el “corrupto” trabaje para su provecho.
6) El orden. Autoritarios. Ese talante se descubre en diversas actitudes, pero es fundamentalmente cuando de “orden” se habla. Hay una especial sensibilidad ante el desorden social, la inseguridad, las manifestaciones, inestabilidad o crisis de alguna institución. (Un ejemplo: en un club de bochas hay desorden porque el encargado de finanzas es un desastre. Los socios dicen: “Hay que poner orden, alguien que mande, ¡por favor!”). Los autoritarios se sienten cómodos en ese discurso. Por lo tanto están muy cercanos o se sienten representados por el discurso miliquero o autoritario. (Ejemplo: el general Manini Ríos o el diputado Gustavo Zubía, a quien llaman “el Bukele uruguayo”).
7) Los “indefinidos”. Son aquellos que expresan: “No soy de derecha ni de izquierda”. Son los que proclaman -con aire doctoral- que “en el mundo ya no hay izquierdas ni derechas; hay sentido común”.
8) La familia. Son familieros o así lo proclaman. Defensores de la familia y la tradición, aunque con un amante en un apartamento alquilado. Su discurso está muy cerca -o se integra- al patriarcado: el hombre es el jefe de familia y el proveedor. Dos dirigentes latinoamericanos tuvieron ese discurso muy marcado: Jair Bolsonaro en Brasil y José Antonio Kast en Chile.
9) Dios. Son muy católicos (o así lo proclaman). Van a misa, llevan una estampita en la Virgen de Lourdes, tienen un cuadro de San Jorge, una capilla levantada por su abuelo en el patio de la estancia, muchos hijos, ponen una pancarta del papa, tienen una conducta clanesca y agradecen a Dios el vino de mil mangos y la sábana de 4.000 hilos. Se manifiestan contra la eutanasia y contra políticas de salud sexual (aborto).
10) Feminismo y patriarcado. La ampliación de derechos para las mujeres parece estar siendo aceptada también para quien es de derecha. Pero cuando el “feminismo” va acompañado de “violencia machista”, “patriarcado” y de derechos “Lgbti”, se les complica. Les cuesta admitir que ese tipo de conductas vienen del fondo de la historia, pero como la realidad puede más, bajan los decibeles cuando se enteran de que la nena es lesbiana. Ni hablar del vocabulario inclusivo. Ese es un problema. El presidente Lacalle es un ejemplo claro de ese rechazo: Nunca dice “gracias a todas y todos”. Habla en genérico: “Gracias a todos” ni tampoco se refiere a “ministra” cuando menciona a la titular del Ministerio de Economía. Y pasa bien lejos del lenguaje inclusivo que habla de “todes”.
Bonus track. Si en la cena de Navidad tenés 12 sillas iguales alrededor de la mesa, sos de derecha. (El chiste se lo robé a un humorista español).
Por supuesto que existe toda una enorme gama de matices, e incluso ciudadanos y ciudadanas que se sienten de izquierda pueden identificarse con algunos de estos elementos o valores señalados. Ahora, si se encuentra cada uno de esos ingredientes juntos y con la misma cantidad de gramos, abrácelo: estamos frente a un ser excepcional, único. Estamos frente a un ciudadano/a de derecha pura. Es difícil encontrarlos. Somos uruguayos.