Si la democracia —realidad, ilusión o ficción— no da respuestas adecuadas o las que las mayorías esperan, de nada servirá la democracia. Esa tensión entre necesidad, ansiedad y realidades limitantes se tiene que resolver con más política y menos show.
 Vencer en democracia
 En las democracias hay un registro en la memoria de que es un sistema aceptado, consensuado —con todas las variantes formales que existen— que nos brinda la posibilidad de solucionar nuestros problemas. Nos rendimos a ella para que, en ese marco, se encuentren soluciones a nuestros desafíos y nuestros reclamos, verdaderos o no, reales o no. En la memoria hay una percepción generalizada —aunque con algunos problemas en los últimos tiempos— de que la democracia funciona y que ese pacto implícito o explícito es adecuado. Pero parece que para millones de latinoamericanos no lo es; entonces surge la frustración.
 Observemos qué pasa en Latinoamérica. En las últimas encuestas del Latinobarómetro (2023), la predisposición de los encuestados a aceptar el recorte de ciertos derechos civiles y garantías ciudadanas aumenta porcentualmente en función del malestar ocasionado por problemas económicos y la incapacidad de los políticos en dar soluciones plausibles.
 Del Informe 2023 surge este dato: frente a la afirmación “No me importaría que un gobierno no democrático llegara al poder si resuelve los problemas”, en Uruguay respondieron afirmativamente un 40 % de los encuestados. Si bien, en Centroamérica el porcentaje de encuestados alcanza en algunos casos el 70 %, “donde menos apoyo recibe esta opción es en los países del Cono Sur: Argentina (38 %), Uruguay (40 %) y Chile (41 %)”. Igualmente, la aceptación cuenta en estos tres países con porcentajes significativos de apoyo, superiores a un tercio de los ciudadanos.
 El politólogo Christian Mirza escribió en “Las 7 patologías de la derecha”: “Una de las posibles y deseables opciones para robustecer la credibilidad en la democracia como régimen supondría la mayor implicación de la población en la construcción de acuerdos en el proceso decisional. Indudablemente ello nos conduce a la reapropiación ciudadana de la política como espacio en el que configurar nuevos arreglos, consensos y proyectos que efectivamente satisfagan las demandas y necesidades de la porción más vulnerable o ‘desposeída’, constituyéndose en una suerte de antídoto del atractivo autoritario”.
 O sea, hay una enorme cantidad de latinoamericanos que observa a la democracia como algo ineficiente para atender los problemas.
 Ojo con la representatividad
 En un libro de la consultora española Llorente y Cuenca se señala que “en las sociedades que experimentan transformaciones rápidas, la demanda de servicios públicos crece a mayor velocidad que la capacidad de los gobiernos para satisfacerla”. Entonces, frente a la crisis de representatividad y las frustraciones, resurgen y cobran fuerza las pulsiones autoritarias como sinónimo de eficacia para solucionar los problemas. (El modelo de “democracia autoritaria” de Javier Milei es una expresión cabal de ese nuevo tiempo).
 La realidad nos propone abordar el tema de la seguridad-inseguridad desde otros ángulos, no solamente desde la criminalística o policial. Esto nos permitiría acercarnos a otras explicaciones acerca de las “pulsiones autoritarias” o los “caminos cortos” que estarían reclamando los ciudadanos. O sea: aparece la “política de la magia”, prima hermana del populismo.
 En una reciente entrevista el reconocido politólogo Adam Przeworski dijo que “la democracia significa cosas diferentes para las diferentes personas. Yo creo que la mayor parte de la gente alrededor del mundo valora la democracia porque espera que la democracia va a realizar varios valores que esta gente aprecia. La igualdad, dignidad, responsabilidad del gobierno; otros verán otros valores. En las encuestas al comienzo de los 90, por ejemplo, en muchos países la primera respuesta para la democracia era: la democracia garantiza la igualdad social. Entonces, en realidad, la gente pone su esperanza en que la democracia realice varios valores, y estas son las posiciones que yo llamo maximalistas”.
 Le pedimos a la democracia (ilusión o ficción) más de lo que puede dar, entonces nos frustramos, buscamos atajos y compramos cualquier oferta política espectacularizada. La democracia nos ilusiona a los que conocimos otro tiempo, pero las generaciones jóvenes tienen otra. La democracia parece como cansada y algunos ciudadanos parecen cansados de la democracia.