El achique de Menotti consistía en adelantar su línea de cuatro defensiva cuando el rival tenía la pelota para obligar a jugar en una franja mucho menor de terreno. De esa manera, la cancha disponible, ley del offside mediante, se reducía y su equipo presionaba sobre la pelota intentando recuperarla rápido o forzar el error del rival.
El problema de Menotti fue que no tenía, en aquel plantel de Peñarol, a todos los jugadores capacitados para ese tipo de marca. Tampoco daban los tiempos para que un plantel se convenciera de esa maniobra y la aplicara con el rigor y la precisión requerida. Cualquier fallo permitía que un rival con pelota dominada levantara la cabeza y tuviera el tiempo suficiente para que otro picara al vacío sin caer en la trampa del orsai. Esa llegada a destiempo sobre el balón incluso permitía un autopase que dejaba plantada a toda la defensa para que un rival quedara cara al gol.
Los riesgos de aquel achique eran enormes producto del desfasaje entre la necesidad de movimientos con alta precisión de todas las líneas y marcas individuales, y las condiciones técnicas y aprendizajes tácticos de planteles con escaso trabajo conjunto y tiempos cortos de maduración. Si el fútbol es la dinámica de lo impensado, tal como lo definió el periodista argentino Dante Panzeri, pretender elevar un método a la categoría de doctrina puede ser un error fatal. En política también, ya fuera ejecutada en plena fantasía revolucionaria como aplicada por una derecha atrincherada en la defensa de su restauración conservadora.
La política del achique
Cualquier coyuntura reclama la capacidad de interpretar los movimientos que se dan en el espacio político. Cualquier reflexión para intentar hacer pie en este momento exige auscultar las acciones y, sobre todo, las actitudes de la derecha uruguaya en estos primeros meses de la gestión del gobierno encabezada por Yamandú Orsi. Hay que analizar con qué esquema se paran en la cancha, cómo mueven sus líneas, quiénes se lanzan al ataque, cuáles son los relevos y si juegan en corto o buscan el pelotazo. Si el otro equipo no tiene los jugadores adecuados ni muestra un trabajo conjunto afiatado, se le puede anticipar y controlar el juego.
Lo primero es entender que la Coalición Republicana no funciona siendo oposición. En consecuencia, hay que intentar perforarla en cada movimiento o, al menos, no dejarle el balón para que vuelva a armar su juego. De hecho, como ante la votación de la Rendición de Cuentas en el Parlamento, lo que queda de esa CR no consiguió los votos para mantenerse unida en la Cámara de Diputados. En cambio, sí lo logró el FA, nada menos que sumando los dos votos de Cabildo Abierto. Lo mismo sucedió ante las mociones en la interpelación al ministro de Ambiente. Este escenario muestra las contradicciones en el campo opositor de una derecha que, en apariencia, quiere pararse en bloque pero no puede. Intentan parecer un gran equipo pero no logran ni posar para la foto.
Lo segundo es que el achique está comandado por el Partido Nacional producto de sus propias tensiones internas por quien impone esa táctica. Delgado, mucho más cuando lo quitaron del partido en el Senado, ya es un jugador débil y por momentos intrascendente. La pelota no pasa por él y queda obligado a ir de una banda a la otra buscando un protagonismo que no le dan.
La discusión interna de los blancos presenta perfiles que ya están en campaña para llegar fuertes al torneo 2029. Campaña adelantada por un Lacalle Pou que marcó la cancha para impedir que surja otro goleador. El exministro de Defensa, Javier García, acosado por sus pésimas decisiones de gastos en compras militares que están en la picota, busca tener la manija del equipo y sueña con forzar otra expulsión en el equipo de Orsi.
La pretensión se estrelló en el Parlamento con dos interpelaciones fracasadas. Una por el show provocador de Sebastián Da Silva, quien terminó pidiendo la hora y disculpas en tono bajito y conciliador, muy lejos de sus arengas en el túnel. La otra, porque los blancos no pudieron conseguir los apoyos en Diputados para declarar insatisfactorias las respuestas de Ortuño. Dos derrotas al hilo que ponen en jaque al achique marcado por una mayoría del PN que se escora a la derecha. Hasta el propio Delgado se enredó en un discurso y terminó pronunciando el verbo trancar en clave futbolera, intentando no perder pie ante otros blancos que alardean de pegarle a todo lo que se mueva.
En política, este achique consiste en marcar la cancha y pretender que el Frente Amplio no tenga la pelota, no distribuya el juego y, sobre todo, no avance y cruce las líneas con un ataque poderoso. El objetivo es mantener una presión alta sobre todos los jugadores del gobierno, quienes son acosados en sus movimientos por más nimios que parezcan.
Ese juego busca instalar un encuentro friccionado y sin continuidad y, sobre todo, que el FA no se anime a sorprender con un pelotazo largo que perfore la defensa conservadora, como la idea de que el 1 % más rico pague la entrada más cara para que mejore la suerte de la mayoría que queda fuera del Estadio. Si es posible, buscan que retroceda en sus posiciones con pases hacia atrás. También necesitan que la izquierda, aunque tenga la pelota, termine el partido con una posesión intrascendente. El ideal de esta derecha es lograr que desde las tribunas parezca que todos juegan a lo mismo. Ni hablar que ese es el relato del partido que transmiten algunas radios y canales de TV, con una edición que les brinda más protagonismo. En ese resumen, hasta un Manini fuera de juego posa con la pelota bajo el brazo y Salle es mostrado como un jugador desnivelante cuando aún no ha tocado una pelota y queda siempre en posición adelantada. Además, amaga mucho por izquierda pero termina desbordando por la derecha.
Durante el inicio del encuentro tuvieron un par de goles casi desde el vestuario, con jugadores designados titulares que debieron ser sustituidos. Eso les envalentonó y redoblaron la apuesta con una presión en todos los sectores. No dudaron en protestar todo, incluso las estadísticas del torneo pasado en el que quedaron con un déficit de puntos a favor y dejaron al país con un montón de goles en contra. Después, metieron alguna plancha malintencionada que por poco no vio la tarjeta roja. Además, lo más conservador de su hinchada pide a gritos que salgan a pegar y, se sabe, a varios les gusta jugar para la tribuna. En nuestro equipo también.
Está por verse si en este primer tiempo siguen en la misma, raspando al borde del reglamento, cometiendo faltas duras y, en el mejor de los casos, tirando la pelota fuera. Por ahora no parecen interesados en agruparse, recuperar la iniciativa y desplegar un juego ordenado. Habrá que ver si esta táctica riesgosa y exigente del achique acaso no les deja exhaustos y con algún integrante pidiendo el cambio por falta de preparación y resistencia. También deberían evaluar si pueden quedar con más de un lesionado, incluso su delantero estrella retirado a descansar, aunque ya anunció el inicio de su pretemporada.
La reciente entrega del presupuesto quinquenal por parte del Poder Ejecutivo para comenzar el debate parlamentario expondrá si la derecha uruguaya sigue jugando a este achique feroz o cambia de táctica.
Por nuestra parte, si no queremos perder, tampoco hay que jugar al empate. Como siempre, habrá que correr y ocupar toda la cancha sabiendo que goles errados son goles en contra y que no hay mejor defensa que un buen ataque.