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Columnas de opinión | Estado | China | desarrollo

Fantasías de ayer y hoy

El Estado, esa cosa tan horrible

El Estado es un instrumento repudiado por la ortodoxia liberal -en el discurso-, pero lo asumen con cariño cuando las papas queman.

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Deng Xioping era un viejo capo. Una tarde de la década del 70 llevó a un grupo de jóvenes comunistas hasta el puerto de pescadores de Shenzhen. Allí levantó el brazo, y con el dedo índice les indicó a la cercana Hong Kong, distante 27 kilómetros. “Yo quiero eso para China”.

El país que lideraba estaba sumido en la pobreza. Morían millones por la falta de alimentos. Deng fue elegido en ese marco. Hacia finales de los 70, Deng lanzó el programa “Boluan Fanzheng”, un vasto plan que enfrentó la ortodoxia heredada de la Revolución Cultural de Mao y comenzó su revolución: emprendió las reformas económicas (Reforma y Apertura) de liberalización de la economía socialista, que permitieron a este país alcanzar un impresionante nivel de crecimiento económico. La revolución dentro de la revolución. Y el Estado como eje conductor de todas las reformas, una suerte de capitalismo de Estado, sin libertades liberales ni prensa libre y sin otro partido que el Comunista. (En 1972 Nixon había visitado China y luego varios países occidentales comenzaron a establecer relaciones con el poderoso país asiático. Uruguay lo hizo en 1985 con el Dr. Julio María Sanguinetti en el gobierno. La movida alteró los humores de la derecha global que tanto amaba a Taiwán. Paraguay lo sigue haciendo).

El viejo Deng y sus jóvenes compañeros entendieron que debían apelar a una suerte de capitalismo -con el Estado como guía rector- para sacar a China del atraso y la pobreza. Y lo lograron, debiendo pasar por la masacre de Tiananmen.

Áreas estratégicas

El Estado es un instrumento repudiado por la ortodoxia liberal -en el discurso-, pero lo asumen con cariño cuando las papas queman. Hay enormes ejemplos de todo esto. Cito dos: la crisis de Lehman Brothers en 2008 dejó un tendal de empresas y bancos quebrados. En Estados Unidos, el Estado les inyectó millones de dólares a empresas automovilísticas y a los bancos para salvar funcionamiento económico y empleo. En la reciente pandemia, todos los Estados tiraron por la borda los cánticos liberales y respaldaron fuertemente, con matices, la actividad económica de los países. La ortodoxia conservadora y liberal guardó sus discursos en sus portafolios Samsonite para emplearlos en mejores tiempos.

El Estado tiene mala fama. Quizás ella provenga de eso que quiso llamarse socialismo -modelo soviético- y que provocó, por ejemplo, que hasta las peluquerías o los talleres mecánicos en Cuba fuesen del Estado (eso hoy ya no es así).

El Estado uruguayo -pervertido por el amiguismo y los acomodos- fue una máquina paralizante, aunque sabiamente se fue adelgazando, aunque manteniendo los ejes estratégicos como Antel, UTE, Ancap y otros, dentro de la gestión estatal. El Estado uruguayo es poderoso, tanto que -al decir de Eleuterio Fernández Huidobro- si no hubiese presidentes, ministros ni directores de entes autónomos y servicios descentralizados, igual el Estado funcionaría, a pura burocracia. El Estado uruguayo llegó a ocultar ineficiencias del sector privado, por ejemplo, cuando a calzón quitado salvaba empresas privadas, subsidiaba productos, mantenía aranceles altos, etc. Un día, el Estado no pudo más. Se retiró del arbitrio y la plata fácil y quedó el desnudo la ineficiencia privada, tan oculta por la retórica liberal que dice que todo lo que hace el Estado es una porquería y que la iniciativa privada es redonda como una pelota.

El Estado uruguayo ha tenido aciertos relevantes durante los gobiernos de izquierda porque, con enorme pragmatismo y horizonte claro, diseñó ideas en que el Estado y la empresa privada cumplieron roles decisivos en la construcción de desarrollo de áreas muy importantes para la economía uruguaya. Cito dos ejemplos: los molinos de viento no se hubieran desarrollado solo a inversión privada. El Estado tuvo que asegurar la rentabilidad para que esta pieza de energía limpia se desarrollara en el nuevo mapa energético del país. Cuando se resolvió desarrollar ALUR y los biocombustibles, se aseguraron precios para que se plantara canola (colza) en los campos del país. Así hoy se ven en diversos departamentos los campos tapizados del amarillo de la canola. ¿Los privados hicieron y hacen dinero con ello? SÍ, y al país le sirve.

La fantasía del emprendedurismo

Hay todo un lindo cántico -que aparece reluciente en las páginas empresariales- acerca del emprendedurismo. Hay ONG y consultores con publicitada capacidad para asesorar a los futuros líderes de la empresa. Y ellos salen a contar historias maravillosas de cómo el mundo es mundo sin la presencia del Estado y que solo se mueve por las buenas ideas del emprendedurismo.

Veamos esta historia. Íñigo Errejón es un diputado izquierdista español. El año pasado en el Congreso de los Diputados de España hizo una genial intervención sobre el Estado y los emprendedores “exitosos” que vuelan a la luna y fabrican aeronaves con jacuzzi.

Errejón se alineó en la escuela en defensa de una mayor presencia del Estado en las políticas de desarrollo industrial. Y puso ejemplos. El político español enumeró todos los desarrollos que hicieron posible el smartphone de Apple, la mayoría de ellos realizados por instituciones estatales o con financiación estatal.

“Muchas veces esto se pone como el mejor ejemplo de emprendedurismo: Steve Jobs lo empezó en un garaje y fue capaz de llevar adelante un negocio privado en condiciones muy difíciles, por su mérito individual”, empezó Íñigo Errejón con su iPhone en la mano.

Citó un estudio hecho en Reino Unido sobre los desarrollos y apps que emplea el iPhone y destacó que, por ejemplo, la pantalla multitáctil se creó en la Universidad de Delaware, con dinero público de la Fundación Nacional para la Ciencia de Estados Unidos, mientras que la tecnología GPS e internet fueron posibles gracias a investigaciones del Pentágono.

“Cuando yo miro un iPhone, en realidad lo que veo es la perfecta demostración de que la única posibilidad de tener un desarrollo industrial es con un rol central de un Estado emprendedor, del que luego se aprovechan y con el que luego colaboran muchas empresas privadas”.

Volviendo a Deng Xiaoping: aquel pueblito de pescadores, Shenzhen, es hoy una enorme ciudad de 11 millones de habitantes, en donde existen decenas de universidades estatales, con los mejores profesores del mundo. El viejo Deng tenía razón.

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