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Columnas de opinión | FA |

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El FA sigue liderando el ranking político

El FA aumentó su votación neta, en cinco años, de 949.376 votos a 1.057.515 votos, habiendo incrementado su caudal electoral en 108.139 votos.

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Con mayoría en el Senado de la República —16 bancas—, a lo cual se podría sumar el escaño 17 en caso que Yamandú Orsi sea electo presidente, el Frente Amplio (FA) confirmó, por amplio margen, que es la primera fuerza política del país y se puede encaminar, en un balotaje que se prevé reñido, a la reconquista del gobierno el último domingo de noviembre.

Si bien el cuadro no es tan alentador como para festejar, el panorama hacia el 24 de noviembre es auspicioso. En efecto, el FA aumentó su votación neta, en cinco años, de 949.376 votos a 1.057.515 votos (siete puntos más), habiendo incrementado su caudal electoral en 108.139 votos. Asimismo, no es menor haber sido el lema más votado en 12 de los 19 departamentos del país.

Aunque no se logró el objetivo de conquistar la mayoría parlamentaria en las dos cámaras del Poder Legislativo, de la cual quedó muy cerca, el FA parte muy bien posicionado para la segunda vuelta, pese a que, en la suma aritmética de sufragios, la Coalición Republicana lo supera por un leve margen.

Para situarse como una opción real de regresar a la Torre Ejecutiva en marzo de 2025, y pese a votar algo por debajo de lo que se pronosticaba, la izquierda se valió del sistema de reparto de cocientes y de distribución de bancas estipulado por la ley electoral, que favorece al lema más votado, ya que la derecha compareció fragmentada en cuatro lemas. Asimismo, es insoslayable recordar que para la distribución de escaños en ambas ramas del Parlamento bicameral no se computan los votos en blanco ni los anulados, sino únicamente los válidos. Ello explica la diferencia entre la proyección de escrutinio de las empresas encuestadoras a las 20:30 horas del domingo y los números reales de los cómputos oficiales de la madrugada del pasado lunes, que sumaron dos puntos porcentuales más para el FA, que pasó de casi un 44 % a un 46 %.

Aunque las primeras proyecciones de escrutinio no avizoraban un panorama alentador para la izquierda por el sorpresivo repunte del Partido Nacional y la confirmación de la recuperación del Partido Colorado, el estrepitoso derrumbe de Cabildo Abierto posibilitó que el FA se pusiera a tiro de CR, pese a no lograr empardar la suma aritmética de todos los votos del oficialismo.

En efecto, ni los pronósticos más pesimistas podrían prever que la colectividad cabildante perdiera más de dos tercios de sus adhesiones y se derrumbara estrepitosamente. El correlato de esta situación es que CA no tendrá senadores en la próxima legislatura (tiene actualmente 3) y ocupará únicamente dos bancas en la Cámara Baja (actualmente tiene 11 diputados). Incluso, fue superado en sufragios por Identidad Soberana, la naciente colectividad que se define a sí misma como antisistémica, aunque realmente no lo es. Si lo fuera, no hubiera competido electoralmente y su actitud sería prescindente.

También fue muy magra la votación del socio menor del bloque conservador, el Partido Independiente, que si bien mejoró levemente su votación de hace cinco años en materia numérica, apenas logró salvar su banca en la Cámara de Representantes, erigiéndose nuevamente en una colectividad meramente testimonial y, en caso de triunfar Álvaro Delgado el domingo 24 de noviembre, volverá a ser un mero furgón de cola sin ninguna posibilidad de incidir en las decisiones.

Con bastante más de un millón de votos y una diferencia de unos 400.000 sufragios con respecto al Partido Nacional, el FA fue la colectividad que más creció de un ciclo electoral a otro, logrando nada menos que siete puntos porcentuales más que en 2019 de sufragios válidos, aunque quedó lejos de sus precedentes votaciones de 2009 y 2014, cuando obtuvo la mayoría en ambas ramas parlamentarias y conquistó la presidencia.

En tanto, en la Cámara de Representantes la izquierda logró conquistar 48 bancas, seis más que en 2019, lo cual le permite ser el partido con mayor representación parlamentaria. En la hipótesis de un resultado adverso en el balotaje, igualmente habría que negociar con el FA, ya que en la Cámara Baja ninguno de los dos bloques —ni el oficialista ni el opositor— tendrá mayoría y el acuerdo con Identidad Soberana parece problemático.

Este es sucintamente el cuadro de situación para el balotaje, en el cual, en principio, antes de la publicación de la primera encuesta poselectoral, el FA parte con un muy buen piso de adhesiones y con la capacidad de crecer, en función de la alta volatilidad que se observó hace cinco años en la derecha entre la consulta de octubre y la de noviembre. En efecto, la izquierda ha demostrado más capacidad de fidelizar sus apoyos que la derecha. Incluso, sería insólito que una colectividad que por sí sola ostenta más del 46 % de los sufragios válidos, ganó el 12 de 19 departamentos y logró la mayoría en el Senado, quede nuevamente relegada y condenada a balconear desde la oposición.

Empero, aunque improbable, la posibilidad está, por el absurdo e inequitativo sistema electoral que rige a Uruguay, que exige al candidato, para sellar la elección en octubre, la conquista de la mitad más uno de los votos válidos. Debería ser, como en Argentina, que si un político obtiene en la primera vuelta electoral un 40 % de los sufragios y supera en un 10 % a su contrincante más cercano, es automáticamente proclamado y alcanza la presidencia. Debería ser, sin dudas, materia de estudio para una eventual reforma que tienda a una mayor justicia electoral. En efecto, esta es la sexta elección consecutiva (1999, 2004, 2009, 2014, 2019 y 2024) en la cual el Frente Amplio es la fuerza política más votada por amplísimo margen y, por más que el electorado esté dividido en dos mitades casi idénticas, sería insólito que no pudiera encabezar un próximo gobierno que, en función de la aritmética electoral, debería ser de acuerdos y no de decisiones inconsultas, unipersonales y arbitrarias, como la actual administración encabezada por Luis Lacalle Pou.

Por más que la contienda por la presidencia de la República está abierta y, por ende, tiene a priori un desenlace incierto, lo que parece categórico es que existe un clima de cambio, tal vez no tan acentuado como sería deseable, pero sí bastante perceptible.

Incluso, el multitudinario apoyo logrado por la papeleta blanca que promovía una reforma constitucional tendiente a eliminar las AFAPs, permitir a los trabajadores jubilarse a los 60 años y equiparar las pasividades mínimas al salario mínimo nacional, constituye una señal que no puede ser ignorada. En efecto, pese a que no alcanzó el objetivo de cosechar el 50 % más uno de las voluntades, como lo requiere la Constitución de la República, logró la nada despreciable cifra de 908.743 votos, bastante más que el Partido Nacional o el Partido Colorado.

No en vano, esta iniciativa soportó una furiosa ofensiva mediática de la derecha política y del poder económico, que sin dudas es el hegemónico, quienes pronosticaron inenarrables y apocalípticos desastres en caso de que el electorado uruguayo resolviera dar un golpe de timón y recuperar los ahorros de los uruguayos, confiscados y rapiñados por el capital lucrativo. Tal vez, si el poder de fuego hubiera sido más equilibrado, el resultado podría haber sido otro. Aunque la reforma no prosperó, el movimiento sindical y las organizaciones sociales corroboraron, una vez más, su indudable poder de penetración en la masa trabajadora, su encomiable vocación militante y su inclaudicable espíritu combativo. Incluso, otro factor coadyuvante a la conformación de este cuadro situacional fue la indebida participación del presidente Luis Lacalle Pou en la campaña, que claramente fortaleció al Partido Nacional.

Con un electorado dividido en dos mitades casi idénticas pese a las barbaridades perpetradas por el Gobierno, lo que se avizora es un balotaje reñido. Las caras largas de los referentes del FA en la noche del domingo deben mutar en un semblante esperanzador.

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