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Columnas de opinión | herrerismo | Astesiano | Lacalle

Problemas serios

El herrerismo y la institucionalidad en crisis

Hay ruidos debajo de la superficie. Arriba, ademanes de autoridad y mando; abajo, falta de respeto, cuestionamientos, filtraciones y erosión del mando.

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Explico un poco más. El gobierno de Luis Lacalle Pou -digo “de” porque parece ser de “su” propiedad, dejando migas a sus socios de la coalición- es ejemplar en el manejo de la imagen pública. Día tras día, concurre a eventos de importancia y a otros no tanto (un cumpleaños de 15 en Cerro Largo). Siempre está en movimiento, hiperactivo, en la agenda cotidiana, responde sobre todo y su presencia en los noticieros -fuente informativa de los adultos mayores- es permanente.

Pero esa hiperactividad parece ocultar problemas severos. Y esas dificultades tienen que ver ni más ni menos que con la institucionalidad republicana.

Hay imagen positiva, pero no hay mando; hay agite público, pero no hay respeto a la autoridad.

Astesiano como muestra de botón

En el ejercicio del poder, las señales de autoridad y firmeza son muy importantes. También lo son las señales de permisividad. Si vos elegís a un delincuente como jefe de seguridad, te advierten que es un tránsfuga y no hacés caso a las advertencias, el poder te lee. Y el poder dice: “Ah, mirá, entonces se puede”.

Las tropelías de Alejandro Astesiano eran motivo de conversaciones en diversos círculos. El Fibra estaba siendo examinado por el poder. Inteligencia y contrainteligencia sumaban información para ser utilizada en su debido tiempo. Como debe ser. Esas señales de permisividad desde el Poder Ejecutivo fueron instalando un clima de “todo vale”. Diversos actores del poder comenzaron a hablar en voz baja después de que pasaba el presidente. La autoridad del presidente comenzó a ser erosionada cuando el poder advirtió estas flaquezas. Las informaciones que se siguen dando a conocer sobre las actividades del custodio revelan la vastedad de su operativa y, obviamente, presenta miguitas que el poder leía y anotaba. La crisis que provoca Astesiano no es solamente por un pícaro que le gustaba la guita; no, es porque alguien ubicado en el 4º piso de la Torre Ejecutiva jugaba en todas las canchas. Mientras su cuenta bancaria crecía, iba haciendo amigos y, también, enemigos.

Las filtraciones que se dan a conocer son de estos últimos. No se trata de que algún periodista sea un sabueso implacable. Se trata de un señor o un grupo que resuelve filtrar a los medios información calificada. Es un manipulador. Y la información se brinda a cuentagotas, tomando el pulso de las reacciones. Tira algo, observa y luego manda más fruta. (En breve se verá la profundidad de la crisis institucional que conlleva Astesiano. El celular del custodio quema. Quienes mantuvieron contacto con él, rezan. La institución presidente de la República, en crisis).

Los subalternos irrespetuosos

En julio pasado, el ministro de Defensa, Javier García, arrestó con 5 días a rigor al almirante Gustavo Luciani porque durante una conversación con una abogada allegada al ministro sobre un fideicomiso para instalar una red de radares, el militar le dijo que al final García podría cortar las “cintas”. El asunto es que en filas militares se lo señala a García con el apodo de “figureti”. La alusión a las “cintas” -lo de menos- molestó a García y sancionó a Luciani.

Pero la ausencia de mando -o de mando respetado- no se soluciona con arrestos a rigor. García sigue con su rutina de las fotos en Twitter, mientras oficiales y tropa continúan mofándose de él.

En el Ejército la situación es grave. Vayamos a algunos episodios. El más notorio es el surgido del Centro Militar que en un comunicado dice lo que el general Guido Manini no puede decir: que el proyecto de seguridad social del gobierno afecta a los soldados y que no solucionada nada.

Pero pasan otras cosas. Hay grupos de oficiales que han creado nuevas logias, que parecen disputarles terreno a los masones y a los Tenientes de Artigas. Han aparecido públicamente con severas críticas a procedimientos y actitudes de otros oficiales. Lo hacen con nombre y apellido. Un ejemplo: Mario Álvarez es retirado militar e integra el grupo “Honor y dignidad”. Representa a personal retirado del Ejército y en recientes declaraciones expuso reivindicaciones de los militares, especialmente en el interior del país. Sobre el ministro García, dijo: “Está haciendo política con los soldados”. Este militar retirado, que dijo ser blanco-herrerista, enfiló hacia el comandante del Ejército, general Carlos Fregossi: “Es un comandante que no ha dejado satisfecha a su gente […] Es uno de los responsables de que nuestro Ejército esté como está, pero las cosas están así, así las enfrentaremos, esto es así, es una realidad y por lo tanto vamos a seguir trabajando y diciendo la verdad, le duela a quien le duela”.

El Ejército es un hervidero. Cuestionan al ministro García y al jefe del Ejército. Una cosa es que eso ocurra en silencio, cuarteles adentro; ahora esa situación se expone públicamente. No hay mando; se rompió la institucionalidad. No hay respeto, por más que en las formas y en la liturgia de los actos todos saluden al presidente.

La Policía agujereada

Desde el primero de marzo de 2020 -cuando asumió este gobierno-, el Ministerio del Interior sufrió un profundo cambio. No se trataba solo de la asunción de un nuevo ministro, de una nueva coalición. No. Se trataba de arrasar todo lo plantado. Los oficiales que estaban en diferentes áreas -que bebieron en la fuente del pensamiento del comisario Julio Guarteche- fueron desplazados. Sus puestos fueron ocupados por comisarios retirados, blancos y colorados, que pertenecían a la vieja escuela del amiguismo, bien lejos del profesionalismo que impulsó Guarteche. (Vaya una pruebita de eso: la Sala de Actos de la Dirección Nacional de Información e Inteligencia tenía el nombre de Julio Guarteche. Cuando llegaron los nuevos jefes, retiraron la placa y en su lugar pusieron el nombre del torturador inspector Víctor Castiglioni. A decir verdad, esa sala hace mucho tiempo que se llamaba Castiglioni, pero en 2016 pasó a llamarse Guarteche. Tras las críticas, Jorge Larrañaga devolvió la placa de Guarteche a su sitio).

Esa dinámica -una verdadera cacería- fue generando otra dinámica. Los policías agraviados o desplazados comenzaron a trabajar. Así se fueron conociendo diversas irregularidades, como aquel jefe que lleva a su hijo y a un amigo del adolescente a practicar tiro o, más recientemente, cuando se supo que el jefe de Policía de Durazno les pedía a sus subalternos que no registraran todos los delitos como forma de bajar los indicaron de inseguridad. La Policía desplazada comenzó a filtrar información a los medios.

Por más que el ministro del Interior, Luis Alberto Heber, muestre su dolor frente a la muerte de policías caídos en cumplimiento de su deber, el centro del problema es otro: la insubordinación y la ausencia de mando legitimado.

La última fue la denuncia internacional de un sindicato policial diciendo que se está trabajando con chalecos vencidos. Heber dijo que eso es mentira. No hay mando; hay ademanes de autoridad. No hay autoridad, no hay institucionalidad.

La fruta

Los problemas que está teniendo el gobierno -y que no logra tapar con la hiperactividad del presidente- parece ser inherente al herrerismo. Veamos tres situaciones vividas por el Dr. Lacalle Herrera cuando fue presidente. 1) Generales espiándose entre sí; militares que trabajaban por la de ellos (caso Berríos); 2) Huelga de policías; 3) Diversos casos de corrupción en altas esferas. Venta del Banco Pan de Azúcar, Julio Brenno en el BSE, Daniel Cambón como “gestor” en las cercanías del presidente Lacalle Herrera. En febrero del año 2020, el periodista Darío Klein dijo que en 1996 fue amenazado por Lacalle Herrera cuando investigaba todo lo relacionado con la venta del Pan de Azúcar.

¿Astesiano es el nuevo Cambón?

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