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Columnas de opinión | Erdogan | Turquía | temblor

Turquía

El temblor que Erdogan no quiere sufrir

Erdogan emplea toda su tecnología antisísmica para que en mayo próximo un terremoto civil no lo saque del poder.

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Cinco rezos diarios. Cinco. Los parlantes de las ciudades y pueblos invitan al rezo a la población musulmana. Hace unos días -cuando la tierra tembló y el aire del sureste turco se llenó de polvo primero y luego de olor a muerte- los rezos parecieron no alcanzar. Las mezquitas, las oficinas, las fábricas y los pastores fueron protagonistas del gran ruego nacional. Poca cosa pudieron hacer. Los turcos saben que desde siempre viven sobre una falla sísmica sin igual. Situada entre dos importantes fallas y exprimida por tres grandes placas tectónicas, Turquía es una de las zonas sismológicas más complejas y activas del mundo, según la BBC. Gran parte del país se asienta en la relativamente pequeña placa de Anatolia, que está delimitada al norte por la placa Euroasiática y al sur y este por las placas Africana y Árabe, que comprimen el territorio de Turquía, produciendo devastadores terremotos como los de hace 15 días. Véase esto: solo en 2022, la Autoridad de Gestión de Desastres y Emergencias de Turquía registró más de 22.000 sismos en el país.

Ni Mahoma ni el viejo Ataturk -creador de la patria turca- pudieron hacer algo para atender el desastre que cobró alrededor de 40.000 muertos de una población de 90 millones. Suena el sermón en la radio de un taxista. Este día habrá más ruegos porque las víctimas sin hogar se cuentan de a miles. Y la plata escasea.

Buscan criminales

Turquía tiene una parte en Europa y otra -la más grande- en Asia. “No somos europeos ni asiáticos; somos turcos”, dice Kamil, magíster en Historia y colaborador en una agencia de viajes. En los últimos 30 años, esta nación puso el ojo en Europa y adoptó usos y costumbres del mundo occidental, o de Europa más propiamente dicho. Turquía se modernizó. La construcción se transformó en una maquinaria gigantesca de crecimiento del país. Más allá de que hoy Turquía presenta una inflación de 60% -segunda en el mundo detrás de Argentina-, el país está en crecimiento en tanto el régimen del presidente Erdogan trabaja pendularmente en materia de política exterior y de aliados: integra la OTAN y se lleva bien con Putin. Esa ola constructora en todo el país -la infraestructura hotelera es de gran nivel y ha permitido que Turquía reciba 50 millones de turistas por año, según datos del año 2019- tuvo algunos problemas: los edificios de apartamentos no cumplieron con las reglas de construcción antisísmicas y con el último terremoto se cayeron con el primer temblor. Erdogan no puso el dedo en los funcionarios que no controlaron esas construcciones; persiguió y persigue a los constructores y empresarios inmobiliarios. En ese marco han ido a la cárcel varios, algunos de los cuales fueron detenidos en el mismo aeropuerto de Estambul cuando pretendían huir.

Los terremotos son viejos amigos de los turcos y de los que habitaban estas tierras desde hace 3.000 años. Un ejemplo: la mítica ciudad de Troya -ubicada sobre el mar de Mármara- fue construida seis veces, según investigaciones que aún no han concluido. Y los hallazgos son elocuentes: los arquitectos troyanos construían los muros con trabas de piedra, con planos inclinados y base en círculo, como tecnología idónea para enfrentar los temblores. Pero el lucro en la construcción pudo más y hoy los constructores seducidos por la lira turca buscan algún lugar para zafar de las acusaciones.

Erdogan en problemas

En mayo próximo son las elecciones en Turquía. Erdogan quiere ser reelegido. Este hombre que lanza amenazas y recoge, que dialoga y luego ataca, que integra la OTAN, pero le guiña los dos ojos a Putin, sabe cómo es la cuestión del poder. Lleva casi dos décadas cortando el bacalao en Turquía. En 2003 fue elegido primer ministro, luego presidente en 2014 y ahora quiere ser reelegido. Con una alta inflación y dificultades para mantener precios bajos en la energía, mientras le compra gas y petróleo a Rusia y promete millones de liras para reconstruir el sureste devastado, Erdogan sigue gobernando con mano dura y no promete cambiar. Pero ahora es diferente: un frente político de seis partidos parece disputarle la hegemonía. Es difícil: Erdogan manda en todos lados, incluyendo los canales privados de televisión que atendieron su llamado y realizaron una enorme campaña para recaudar fondos para atender los daños del terremoto.

Erdogan juega en todas las canchas. Su manejo abierto y pragmático -sabiendo la importancia geopolítica de su ubicación- le permite ser optimista para ganar en mayo. La intervención estatal en la economía es muy clara. Que la inflación llegue a 60% anual -dicen algunos economistas- se debe a la inyección permanente de dinero público en la economía. Por eso, Erdogan busca y encuentra apoyos económicos en diversos países. No le importa a quién pedirle plata. Lo hace sabiendo que tiene una de las llaves de Asia menor, que participa de la ruta de la seda con China, que habla con Putin y mejora las bases de la OTAN en tierras turcas, aquellas bases militares que fueron argumento de la URSS para desplegar misiles en Cuba.

Así, Erdogan emplea toda su tecnología antisísmica para que en mayo próximo un terremoto civil no lo saque del poder.

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