Se aferró al poder durante 70 años, la misma cantidad que vivió el filósofo Denis Diderot, quien, con excelsa iluminación y arriesgando su vida, se atrevió a escribir que “el hombre sólo será libre cuando el último rey sea ahorcado con las tripas del último sacerdote”.
Hacete socio para acceder a este contenido
Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.
ASOCIARMECaras y Caretas Diario
En tu email todos los días
Se aferró al poder durante el doble de tiempo que el dictador paraguayo Alfredo Stroessner, quien gobernó desde 1954 a 1989.
Isabel II no abdicó en favor de Carlos ni a los 70, ni a los 80 ni en el último segundo de sus 96 años de vida porque no quería ver en el trono al incapaz de su hijo, quien con 73 años parece más viejo y senil que la madre.
Este, en su discurso, amenazó con “servir” de por vida y traspasar el poder a sus hijos, los cuales tienen asegurada una vida llena de privilegios por el solo mérito de pertenecer a esta familia de zánganos reales. El nuevo y avejentado rey ha nombrado a su hijo mayor, Guillermo, y a su esposa Catherine, príncipe y princesa de Gales.
Carlos III elogió la “vida de servicio” de la difunta reina, pese a que ningún miembro del clan ha servido jamás ni a su país ni a sus colonias, ya que siempre han sido servidos. En los doce siglos que la corona británica ostenta el poder, no ha generado más que trágicos recuerdos de guerras, piratería, sometimiento y oropel.
Es paradójico que quienes tildan de dictadores a los presidentes latinoamericanos que son reelectos por sus pueblos nunca condenen este régimen que permite a los reyes perpetuarse hasta el hartazgo en el poder.
Antes de dejarse llevar por su reconocido cholulismo y derramar lágrimas como si hubiera muerto la Madre Teresa de Calcuta, Argentina tendría que recordar a cada uno de los combatientes que en 1982 dieron su vida para intentar recuperar Las Malvinas, aún hoy en poder de un imperio que está a 12.789 kilómetros, en otro continente.
Es inconcebible que, en pleno siglo XXI, la corona británica continúe proyectando su sombra sobre varias partes del continente americano. No solo tiene súbditos en Canadá, también los tiene en parte del territorio argentino y varios países del Caribe. Sin embargo, el 30 de noviembre pasado, Barbados decidió que Isabel II ya no sería más su jefa de Estado. El nacimiento de esta república implicó una peligrosa pérdida de poder para la corona, la cual teme que genere el efecto dominó o efecto Barbados, ya que otros seis países están reclamando tener su propio jefe de Estado y convertirse en repúblicas. Estos son Antigua y Barbuda, Bahamas, Belice, Granada, Jamaica y San Cristóbal y Nieves. Isabel II también fue jefa de Estado de Australia, Canadá, Islas Salomón, Nueva Zelanda, Papúa Nueva Guinea, Santa Lucía, San Vicente y Las Granadinas y Tuvalu.
En algunos países, el poder del rey puede ser más simbólico que real; pero es el símbolo de un pasado lleno de horror y humillaciones. Mientras un pueblo continúe obligado a rendir pleitesía a un monarca, su pasado esclavista no estará totalmente sepultado.
En Uruguay, centenares de derechistas han salido a defender a la monarquía por las redes sociales, olvidando que las guerras independentistas en América Latina costaron mares de sangre. Es tragicómico verles después cantando el himno nacional y, con profunda emoción, levantar la voz al decir “¡Tiranos, temblad!”.
Para que un sistema infame como la monarquía se mantenga tanto tiempo, es necesario aplicar un lavado de cerebro masivo, alimentando el cholulismo por medio de publicaciones indignas como la revista ¡Hola!, siendo ineludible la exaltación del líder o lideresa, como hacen los regímenes fascistas.
El Diccionario de Americanismos de la Asociación de Academias de la Lengua Española define ‘cholulo’ como un argentinismo “referido a persona que demuestra un interés excesivo por la vida de actores, deportistas, músicos u otras personas famosas. Persona frívola, superficial”.
En España vi gente de clase media y baja emocionándose hasta las lágrimas al ver pasar a un príncipe o una princesa, comprando revistas para ver las fotos de un recién nacido en la familia real y consumiendo toda la propaganda basura que tiende a enaltecer a los zánganos de palacio. Esa propaganda los ha infectado desde sus primeros años de vida con los cuentos infantiles, donde el mejor candidato para la hermosa doncella era un príncipe, que siempre era apuesto.
Lamentablemente, los medios hegemónicos de desinformación operan, consciente o inconscientemente, para las coronas, tanto de Inglaterra como de España, oficiando de cortesanos adulones y dando más espacio y tiempo a una superficialidad que a una protesta masiva contra la realeza.
Aún siento vergüenza ajena cuando en el programa Esta boca es mía, y ante la visita de Laetitia Marie Madelaine Susanne Valentine de Belsunce d’Arenberg, Julio Toyos (presa quizá de una sobredosis de cholulismo) defendió la monarquía española.
La monarquía es un atentado contra la dignidad de los pueblos; pero la culpa es de los propios pueblos cuando no se atreven a derrocar a una familia que disfruta una fortuna mal habida y honores inmerecidos. Las fortunas de la corona española y británica provienen de la piratería; a partir de ahí, aun cuando actualmente inviertan en cosas legales, todo es ilegal.
Carlos III ha dicho: “Prometo servirles con lealtad, respeto y amor, como lo he hecho a lo largo de mi vida”. Me pregunto, si hubiera estado viva y presente en la ceremonia, qué diría Lady Di.
Respeto y amor no es lo que demostró unos segundos antes de sentarse a leer su discurso. A su esposa la dejó de pie, a sus espaldas, y al ver un tintero, en lugar de correrlo él, ordenó a un asistente que lo retirara, con gestos totalmente despectivos. Tiene lógica. Para la familia real, la servidumbre del palacio es una raza inferior. Si así trata a estas personas cuando lo están filmando, imaginen lo que será en ausencia de cámaras.
Algunos dirán que esta nota es una falta de respeto. Por supuesto que sí. No tengo ni tendré jamás el más mínimo respeto por las monarquías, ni por los imperios, ni por las iglesias que las sostienen ni por nadie que se arrodille frente a otro mortal como si este fuese un dios.
Que no sea por medio de las armas, que sea por medio de las urnas o la resistencia pacífica de Gandhi, pero deseo que, de una vez por todas, Latinoamérica termine de barrer para siempre este régimen infame sin que quede de él vestigio alguno.
Hasta que la dignidad se haga costumbre.