La música suena leve, amable. Un acordeonista está tocando un tango en la subida a la Acrópolis. Los acordes melodiosos de un barrio porteño se instalan por un momento en la Grecia antigua.
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“Por una cabeza de un noble potrillo
Que, justo en la raya, afloja al llegar
Y que, al regresar, parece decir
No olvidés, hermano, vos sabés, no hay que jugar”
Me paro junto a él y me permite acompañarlo con mi silbido. Se llama Giorgios Mathinos y vive del turismo, la principal actividad de este país. Le pone música a la subida. Miles de personas pasan por allí durante todo el año. Alrededor de 40 millones de turistas tuvo Grecia en el 2019 y este año -pospandemia- esperan superar ese número. Toda Grecia lo espera; son 11 millones de personas que en los últimos 20 años vieron que el PIB se les cayó de pico (35%) y en el mismo período, los salarios cayeron (28%). Para dimensionar el impacto del turismo en este país, comparémoslo con Uruguay y su población. En años normales, ingresan alrededor de 3 millones de turistas a Uruguay, cerca de 95% de la población. Grecia tiene 11 millones de habitantes e ingresan 40 millones de turistas, casi 4 veces la población. (Ténganse en cuenta que Uruguay es el primer país de América del Sur en número de turistas recibidos en función de su población).
La rebelión y el FMI
Estoy parado en la plaza Sintagma, frente al edificio del Parlamento. Esta plaza fue escenario en 2011 de movilizaciones populares que se repetían en todo el país. La crisis de las hipotecas -que estalló en 2008 en EEUU- fue reventando poco a poco las economías de casi todo el mundo. Grecia no la pudo esquivar. Los viejos partidos políticos habían alfombrado bien la crisis: los socialdemócratas de la familia Papandreu y los conservadores de la familia Karamanlis se habían repartido el país durante decenas de años.
En la antigua Grecia existía un juego de pelota llamado episkyros, en el que jugaban dos equipos. Está aceptado como una de las primeras formas de “fútbol”. Bueno: durante años estas dos familias jugaron al episkyros y se pasaban la pelota del Estado periódicamente. El Estado creció hasta límites insólitos de la mano de estas dos familias. El desempleo lo ocultaron durante años con el empleo público. Y para peor, en 2016, se descubrió que maquillaban todas las cifras públicas. (Pueden leer las novelas de Petros Markaris, que cuenta con detalle la corrupción imperante por esos años).
Cuando reventó la crisis de 2008 Grecia hacía años que vivía en crisis. La angustia se extendió. En 2009 asume Giorgios Papandreu. No pudo. La crisis social y política se tragó a los partidos tradicionales y en ese marco nacieron Nueva Democracia (derecha) y Syriza (izquierda). Con su líder a la cabeza, Alex Tsipras, Syriza logra ganar las elecciones en 2016 con un discurso de defensa del Estado de bienestar y de los servicios públicos. Pero la debacle era tan honda, que tuvo poco espacio para moverse. A ese cuadro se sumó la inusual presión de la troika (Unión Europea, el Banco Central Europeo y el FMI). Las exigencias de un ajuste dramático -recorte de pensiones, salarios y otros servicios, tales como los sanitarios y educativos- generaron una convulsión política, a tal punto que se comenzó a debatir si no era conveniente irse de la UE, eliminar el euro y volver al dracma para tener el control de la política monetaria y no estar sujeto al Banco Central Europeo. Hubo un referéndum. Se quedaron en la UE y las presiones continuaron. Desde el inicio del gobierno, cobró protagonismo el ministro de economía Yanis Varufakis. Su período fue breve. La vehemencia contra la UE y el FMI no duraron mucho y se tuvo que ir, aunque hoy es legislador. Tsipras no pudo introducir las reformas que quería e implementó las que criticaba: durísimas medidas de austeridad, basadas en recortes y pagos de deuda, cercenaron el poder adquisitivo de los trabajadores. A ello se sumó la crisis migratoria (llegaron del Mediterráneo miles de africanos) y la derecha radical creció, pero sus actividades violentas llevaron a que prohibieran su partido, el Amanecer Dorado.
Los neoliberales y Ucrania
Estoy en el viejo barrio de Plaka. Aquí cerca se eliminó un cantegril para explorar el subsuelo de Atenas en donde hay varias capas de civilizaciones. (Los arquitectos griegos llaman al cantegril “arquitectura del reciclaje”).
Antonia es guía gastronómica y dice que el partido ahora en el poder -que le ganó a Syriza- es “neoliberal”. Nueva Democracia sigue con el ajuste de la economía y los niveles de pobreza, desempleo, informalismo y desigualdades continúan subiendo. El salario mínimo es de 600 euros (en España hace pocas semanas lo subieron a 1.000 euros). Por esto y otros indicadores, Grecia es considerada la hermana pobre del sur europeo. Antonia cuenta que la nafta subió a tres euros y que la harina -base de la comida griega- está a un euro. “Pero eso se va a agravar en breve. La crisis en Ucrania repercute en la energía y en los alimentos. El trigo que venía de Ucrania y Rusia ya no viene. Le compramos a Kazajistán. No sé cómo vamos a seguir. Además no queremos depender tanto del turismo, pero no hay otra cosa”. Por lo pronto, una comida tradicional griega, souvlaki, le gana la Big Mac de McDonald’s. Griegos y turistas prefieren el souvlaki; McDonald’s tuvo que cerrar varias casas de alrededor de 20 sucursales que tenía.