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Columnas de opinión | demagogia | democracia | fake news

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Los riesgos democráticos del populismo y la demagogia

Las democracias liberales andan con problemas y parecen no dar respuesta a las nuevas demandas de las sociedades.

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“Las narrativas falsas generan incertidumbre y confusión, después surge la posverdad y se convierte en lo que queremos creer”. (Gina Sibaja Quesada, politóloga costarricense)

La democracia digital nos invade. Y en ese mar embravecido e indomable navega un virus complejo al que todavía no se le ha encontrado medicamento eficaz alguno: la mentira o las fake news.

Las democracias liberales andan con problemas y parecen no dar respuesta a las nuevas demandas de las sociedades. Se instaló la duda, abunda la confusión, las reputaciones están jaqueadas; todo es incertidumbre en el griterío de internet.

La preocupación

En 2019 se reunieron en Quito, Ecuador, un conjunto de politólogos y sociólogos para analizar las tendencias en comunicación política que se registran en el continente.

Advirtieron una serie de fenómenos, como la demagogia, la virulencia potenciada por las redes sociales, el populismo, las fake news y otros elementos.

En ese marco, una de las conclusiones que se pudo advertir, siguiendo las exposiciones a través de internet, fue el riesgo democrático que conllevan esos fenómenos.

La politóloga Laura Chinchilla -que fue presidenta de Costa Rica, por un partido conservador- dijo que “el surgimiento de la industria de la interferencia” como las fake news y la microfocalización -empleada por Trump y Bolsonaro- generan problemas en los sistemas democráticos.

Algunos investigadores están hablando de que las democracias liberales -tal como las conocemos y que están extendidas en el mundo- no están dando satisfacciones a distintas demandas que plantean los ciudadanos. Esas demandas -de diversos tipos, como por ejemplo los problemas severos en los modelos de convivencia- se exacerban en tanto las opiniones de la gente se visibilizan intensamente y los partidos y dirigentes políticos sienten que los reclamos están online, a golpe de Twitter.

Frente a ese clima, los dirigentes políticos ensayan diversas estrategias que bordean o se zambullen abiertamente en la demagogia y el populismo.

Desde la academia -y algunos dirigentes políticos- hacen una lectura adecuada de la realidad. Pero hay otros actores -obscenos- que advierten cuáles son las demandas y, para construir poder y obtener el gobierno, incursionan en promesas muchas veces irrealizables o llenas de contenido marketinero y, por tanto, vacías de realidad en tanto saben que no podrán cumplir con las promesas.

Qué es la demagogia

Una fácil: vamos a terminar con la delincuencia o “vivir sin miedo”.

Ahora bien. Vayamos a la etimología de la palabra demagogia y allí nos encontraremos con algún elemento interesante.

La demagogia es un término del griego antiguo que proviene de dos vocablos griegos: δμος dēmos, que significa “pueblo” y γειν agein, que significa “dirigir”. Por tanto, la demagogia significa el arte, la estrategia o el poder para conducir al pueblo. Es una forma de acción política en la que existe un claro interés de manipular o agradar a las masas, incluyendo ideologías, concesiones, halagos y promesas que muy probablemente no se van a realizar, incluso con omisiones y con información incompleta, pretendiendo solo la conquista del poder político a través de conseguir el apoyo y el favor del pueblo.

Sencillo: se busca engañar para capturar la voluntad de las masas y así ganar una elección. La demagogia es una tentación. Es una herramienta de seducción.

Muchos políticos en el mundo la bordean, juegan con ella, la disfrazan o sencillamente la esgrimen en las campañas electorales sin tipo alguno de vergüenza y como la realidad les rompe la cara luego de obtener el poder, siguen ensayando respuestas demagógicas con el fin de entretener y desviar el incumplimiento de sus promesas. “Volvieron las carteras”, exclama el ministro del Interior, Luis A. Heber.

En Estados Unidos, Trump fue y es un interesante ejemplo a analizar. Trump y su equipo analizaron la realidad con meticulosidad y a partir de allí desarrollaron su estrategia de comunicación. Es necesario recordar que Trump es un hijo de la televisión y la industria del entretenimiento. Sabe las pulsiones que existen en la sociedad y sabe cómo vincularse con ellas. Así fue a determinados estados -con severos problemas laborales- y prometía empleos y resurgimiento de las industrias. Otro día se manifestaba en favor del nacionalismo estadounidense porque -aseguraba- el poder estadounidense en el mundo había caído con los gobiernos demócratas.

A su vez, utilizó la inteligencia artificial para inundar la red con noticias falsas alineadas a su discurso.

La agenda comunicacional pública fue inundada por esas prácticas. Trump se enfrentó a todos los medios relevantes de Estados Unidos, los combatió con otra agenda. Mientras The New York Times y la CNN hacían campaña en favor de Hillary Clinton, Trump les torcía el brazo con otra agenda y millones de trolls.

Trump ganó y ahora tenía que cumplir. En términos de empleo y resurgimiento de la industria, su política fue exitosa. Sobre todo, porque les devolvió impuestos a las empresas, aumentó la concentración de la riqueza y aumentó su batalla comercial con países que compiten con Estados Unidos.

Pero lo más relevante y grave fue que intoxicó la vida política y social del país. A tal punto que prohijó la asonada contra el Congreso de Estados Unidos. (Pero este país es peculiarmente hipócrita: ahora lo juzgan porque pagó a una puta en plena campaña electoral, pero sobre la asonada nadie de la justicia parece moverse con prontitud).

Con Macri y Bolsonaro se pueden sacar similares conclusiones. Ahora se le suma un nuevo personaje a la fanfarria de la demagogia: Javier Milei. Este personaje -mezcla sabia de rockero y economista- leyó bien las demandas de una sociedad argentina fatigada y emprobrecida y lanza promesas seductoras que, si gana, difícilmente las pueda cumplir.

En el Uruguay pacato

Pero hay otro elemento importante que perturba las democracias. La libertad tiene sus pecados. El uso de la libertad de prensa; en diversos países se han realizado verdaderas campañas periodísticas contra la corrupción. Los operadores políticos y judiciales entregan informaciones a los medios, los medios la difunden -con más o menos frecuencia-, instalan un clima de corrupción extendida, la justicia actúa y luego -en algunos casos- son muy pocos los que van a la cárcel. Pero la sociedad -a la que se invitó a observar el show- se quedó con gusto a poco porque el humor creado reclamó más presos en las cárceles. Pero no hubo tantos presos como se esperaba. Entonces, hubo gente que empezó a descreer de la democracia, la justicia y los políticos.

Así también se hiere la democracia: construyendo narrativas que luego no pueden ser satisfechas. Con las campañas también se construye frustración.

Estas prácticas de demagogia y populismo se pueden observar en Uruguay.

Intoxican a la sociedad con su magia y así incrementar la desconfianza en los partidos políticos. Eso es grave. Saludablemente, en este clima hay políticos que intentan revalidar su pacto con la ciudadanía, un pacto de confianza.

Pero ojo con la generación de expectativas por encima de las posibilidades, como si por arte de magia se solucionaran los problemas que la gente tiene o percibe, reales o no. Y si se fabrica la posibilidad real de cumplimiento y luego no se cumple, la masa se frustra. Y eso es grave. Te ponés a la gente de poncho.

Hace muchos años, una publicación estadounidense pero en español, Selecciones del Reader’s Digest, tenía una sección de una demagogia apabullante y muy atractiva.

Proponían: sea millonario en un mes; sea feliz en 10 clases, tenga los músculos de Mister Atlas con 15 ejercicios.

De última, era una fábrica de frustraciones porque aquellos incautos -yo, por ejemplo- ejecutaba todos los ejercicios para ser como Mister Atlas y mis músculos seguían ahí: impávidos. Me frustraba.

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