Las políticas neoliberales de Luis Lacalle Pou, tanto las que ya se aplican como las que están a un paso de ser aprobadas, han disparado las protestas y movilizaciones por parte de los sectores que son afectados por ellas.
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La derecha ha tenido un éxito indiscutible al convencer a muchas personas (que subsisten muy por debajo del nivel económico de los dueños del país) que los trabajadores que toman medidas sindicales son irresponsables, vividores que pasan la tal vida gracias a los idiotas que los mantienen, anarquistas que quieren destruir las estructuras de gobierno, gente negativa a la cual nada le viene bien, un grupo de loquitos que ponen en jaque a la democracia, que viven poniendo palos en la rueda, etcétera. Con la prédica constante de partidos políticos como el Partido Nacional, el Partido Colorado y Cabildo Abierto, más la complicidad de los más conocidos operadores de los medios hegemónicos de desinformación, varias cabecitas han sido lavadas, enjuagadas y retorcidas debidamente y aceptan sumisas la pérdida del poder de compra de los hogares uruguayos.
Los trabajadores y jubilados que han sucumbido ante estas ideas inyectadas por la oligarquía y las repiten de manera irracional y automatizada, apoyándolas tanto por acción como por omisión, tendrían que tener la dignidad de trabajar horas extras sin cobrar (lo digo porque la ley de ocho horas costó sangre y no fue obra de la buena voluntad de los poderosos), renunciar a licencias médicas, aguinaldos y múltiples beneficios obtenidos gracias al esfuerzo de los gremios y sindicatos.
En el marco de esta guerra ideológica, donde la clase dominante pretende poner a los trabajadores en contra de los que luchan por sus derechos, el ministro de Educación, Pablo da Silveira, refiriéndose a los conflictos en la enseñanza, ha dicho a Subrayado: “Me gustaría que los gremios de la enseñanza tuvieran mayor sensibilidad hacia los costos sociales de las medidas que toman”. Como siempre, se lamentó por el perjuicio a los estudiantes, que pierden horas de clase y “la oportunidad de aprender” y usó el recurso de aludir a “una madre sola con hijos chicos que tiene que trabajar muchas horas por día para mantener a sus hijos y que si no los puede dejar en la escuela, tiene un problema complicado que resolver”.
La manipulación no puede ser más burda. Esta serie de conflictos ha estallado, justamente, porque el gobierno ha demostrado que le importa poco la enseñanza y menos una madre soltera con dificultades. El punto es que la derecha es el brazo político de las familias económicamente más poderosas del país, y para ellas, el mejor sindicato es el que no existe. El oligarca no quiere negociar de manera colectiva, quiere negociar en forma individual con cada trabajador, sin que nadie lo represente, porque de esa manera, la negociación se realizaría con la misma igualdad de condiciones que puede tener un ratón contra una anaconda.
A los oligarcas les indigna que un trabajador presida el Frente Amplio; pero no les molesta cuando los grandes empresarios llegan a puestos políticos relevantes. No les molesta la Federación Rural; les rechina el Sipes, Sindicato de Peones de Estancia. Para nosotros es motivo de orgullo que un líder sindical viera en el Frente Amplio el partido que defiende los intereses de los trabajadores y lucha contra la explotación laboral y la concentración de la riqueza.
¿Qué hace un admirador de José Batlle y Ordóñez en el Partido Colorado mientras su partido apoya al herrerismo? ¿Qué hace un wilsonista en el Partido Nacional apoyando a los que Wilson denominó “blancos baratos”? ¿Qué hace un admirador de José Artigas apoyando a una coalición que opera en contra de su principal mensaje, que los más infelices sean los más privilegiados? ¿Qué hace una persona que adhirió a los respetables principios del Partido Independiente apoyando a Pablo Mieres, que opera para la clase explotadora?
Algunos olvidaron los tiempos de las frases “¡Se calla la boca! ¡Si no le gusta se va!”. Eran tiempos en que la oligarquía estaba en su esplendor. Las mujeres tenían que soportar el acoso sexual o quedarse sin empleo y hombres y mujeres debían soportar cualquier humillación y limitarse a decir “Sí, señor”. De hecho, nuestros propios padres nos aconsejaban callar para conservar un empleo.
Un día le pregunté a un taxista de Caracas cuál era el principal cambio que había notado con el gobierno de Hugo Chávez, quien era presidente en ese momento. “La principal diferencia es que antes el patrón le gritaba a su empleado y este agachaba la cabeza en silencio. Ahora lo mira fijo a los ojos y le pregunta ¿por qué me está gritando? Ese es uno de los motivos por los cuales la clase alta de mi país odia a nuestro comandante”. Luego remató su relato diciendo: “Hombres así nacen cada 500 años. Hay que cuidarlo”.
Los partidos de derecha gobiernan para conservar los privilegios de las familias más acaudaladas y buscan rebajar al máximo la carga de la inversión salarial. Es así de simple; no le den vueltas. Ellos necesitan trabajadores obedientes, sumisos, mansos y mensos. Si protestan frente a un presupuesto insensible, los acusan de no dejar gobernar.
Ahora, hablemos de sensibilidad. ¿A quiénes les falta? ¿A los que reclaman mejores locales, mejores salarios para los docentes, más apoyo a los estudiantes y más inversión en educación o a quienes eliminan becas y ponen el grito en el cielo si un escolar quiere repetir un plato de comida? Prometieron volcar 550 millones de dólares a la educación y le quitaron 130 millones en dos años, tal como recordó Fernando Pereira durante una cátedra que le dio al derechista Alfonso Lessa en el programa Periodistas.
Hablemos de sensibilidad. 66.000 personas quedaron bajo la línea de pobreza con la pandemia porque el gobierno no quiso invertir medio punto del PIB como recomendaba el Instituto de Economía de la Facultad de Ciencias Económicas. La pobreza infantil pasó de 17% a 20% en solo dos años de lacallismo, mientras que, tras una larga discusión sobre si faltaban o no medicamentos en Salud Pública, nos enteramos de que invirtieron 37 % menos del monto destinado a ese rubro.
Hablemos de sensibilidad: Charles Carrera dio comida y atención médica a un discapacitado y es un escándalo. Argimón gastó 18.000 dólares en dos cuadros, Da Silveira, casi 100.000 dólares en camisetas, Bustillo toma café de 51.300 pesos el kilo, García compra chatarra por 25 palos verdes, la esposa del presidente gastó 12.000 dólares viajando a Catar y el mismo Lacalle revienta miles de dólares en una fiesta con la farándula argentina, sus hijos tienen niñeras pagadas por el Estado y el gasto en la residencia de atención veterinaria en Suárez y Reyes es muy superior al que se tuvo con la persona herida que mencionamos.
¿Se entiende la diferencia?