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Columnas de opinión | Gramsci | izquierda | derecha

El think tank de derecha global

Pobre Gramsci: premiados disparates sobre él

En realidad, más que la izquierda, la que parece gramsciana es más bien la derecha, que se propone, mucho más gramscianamente que la izquierda cuando construyó esa hegemonía, deconstruirla y reconstruir una nueva hegemonía alternativa a ella.

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¿Por qué decimos ‘pobre Gramsci’? Porque, como bien me dijo Diego Díaz, es usado como chivo expiatorio, supuestamente culpable teórico del maléfico intento de la izquierda uruguaya por perseguir hegemonía político-ideológica en el sector de la cultura (gruesamente, educación, artes y letras) desde los años 60. Pues bien, si es que hubo y hay cierta predominancia de las izquierdas en el panorama político-ideológico uruguayo actual, y hasta en el pasado próximo, esos resultados no se deben, para nada, al uso que la izquierda uruguaya haya hecho de Antonio Gramsci para promoverlos. Eso es un disparate, compuesto de varios ignorantes sub-disparates componentes: ignorancia sobre el propio Gramsci, sobre su lugar en la evolución de las ideologías de izquierda; sobre su lugar en la academia de las ciencias sociales; y sobre su papel en la práctica política uruguaya. Pero, si fuera cierta esa hegemonía o predominancia de las izquierdas político-ideológicas en el sector de la cultura hoy y ayer, ¿qué importa tanto si fue una izquierda tácticamente gramsciana o no, la autora de esos productos?

Gramsci no tuvo esa influencia en el mundo, y menos en Uruguay

En primer lugar, la discusión es relevante para entender la verdad histórica, absolutamente falseada por esta pandemia ideológica provocada por la derecha global, y adoptada por algunos componentes de la coalición gobernante, que hasta organizó un concurso sobre el tema, ganado por una obra de ficción sobre el mismo, de autoría del Cr. Juan Luis Arocena, en la cual se afirman, una vez más, los contenidos de esa pandemia ‘gramscizquierdosa’ emanada de los think tanks de la derecha global.

Si bien Gramsci fue un autor muy importante en la evolución de la teoría político-ideológica de las izquierdas, su obra no fue de las más influyentes en la inspiración de la práctica política universal. Como quizá veremos luego, el modelo soviético, el socialdemocrático y el foquismo fueron mucho más influyentes que Gramsci, en el mundo y más aún en el Uruguay, alrededor de los años durante los cuales se habría gestado esa hegemonía en el campo de la cultura.

La influencia de Gramsci arrancó con el Partido Comunista Italiano, desde la por mucho tiempo monopólica versión sobre Gramsci de Palmiro Togliatti, y de ahí se difundió un poco, nunca tanto como la calidad de su pensamiento hubiera merecido. Pero de hecho no tuvo influencia político-ideológica importante inmediata, especialmente en Uruguay. Desafío a quien quiera a que encuentre documentos que muestren la presencia de Gramsci en el Uruguay de ese entonces, como autor citado en discusiones, debates, bibliografías de artículos o libros de izquierda, o cursos públicos o privados dictados sobre él; no los encontrarán, sencillamente porque esa baja influencia relativa de Gramsci en la izquierda histórica fue más baja aún en el Uruguay, prácticamente nula en el período en que se inventa su influencia como decisiva e inductora de la hegemonía político-ideológica de ideas de izquierda en la institucionalidad cultural (desde los 60).

Lo digo como introductor académico de Gramsci en Uruguay

En segundo lugar, me importa personalmente como científico social, porque fui, desde 1991 hasta 2012, catedrático del primer (y casi único) curso universitario que ha incluido a Gramsci; fue en el Programa de la 2ª Teoría (cronológicamente) de las licenciaturas de la Facultad de Ciencias Sociales de Udelar; ¿y por qué incluí a Gramsci en ese curso? Precisamente porque lo consideré un extraordinario autor, casi ignorado hasta ese entonces por la izquierda uruguaya, en su teoría y como insumo de su práctica política.

El think tank de derecha global y la premiada obra de Arocena indican la presencia e influencia de Gramsci en la izquierda y en el sector cultura precisamente en el período en que su total ausencia me movió a darle presencia académica a la riqueza y originalidad de su subestudiado y subutilizado pensamiento. Podía ser especialmente fértil en momentos en que las izquierdas uruguayas se integraban totalmente al juego democrático-republicano, en especial como aporte a los grupos ‘socialdemócratas’ de la izquierda, aunque Gramsci era fuertemente crítico de la democracia y de la socialdemocracia.

Sus observaciones sobre la dialéctica de la sociedad política con la sociedad civil, la guerra creciente de posiciones, la revolución pasiva como alternativa a la permanente; la necesidad de hegemonía cultural complementaria a la económica y política; la necesidad de construir el sentido común, y de modelos alternativos a los soviéticos, en especial la recuperación de la compatibilización de un camino propio para la revolución en cada país y su internacionalización como vocación última. Estas dimensiones no habían sido desarrolladas hasta ese momento por los grupos ‘socialdemócratas’ en Uruguay, que parecían tener más que aportar, en esa coyuntura, que los grupos ‘filosoviéticos’ y que los ‘foquistas’; las tres fracciones (gruesamente) se disputaban la hegemonía político-ideológica en Uruguay en ese entonces; no había ninguno de ellos ‘gramsciano’, ni que lo invocara o utilizara en su práctica político-ideológica. Eso es un invento políticamente interesado sin el menor sustento histórico obtenido ni obtenible.

Y me parecía que, tanto la teoría social como la práctica política deberían conocer a Gramsci, porque ni lo invocaban ni lo usaban, pese a lo que puedan ficcionar los think tanks de derecha. Porque aunque en el mundo la presencia de Gramsci, académica y política, era real y hasta cierto punto podía imaginarse como enemiga, jamás fue así en el Uruguay de todo el siglo XX; en el XXI ya puede apreciarse su existencia académico-práctica; pero no, repitamos, en la época en la cual se acusa su influencia por la derecha político-ideológica contemporánea. Creativa retro-atribución causal ficcional.

Al invocarse la responsabilidad política de las ideas de Gramsci y de su uso por las izquierdas en la construcción de hegemonía político-ideológica en la cultura uruguaya, se está haciendo una curiosa cabriola que falazmente le retro-atribuye causalidad a factores que ni siquiera existían como operantes en el momento en que se les atribuye operatividad real. Retro-alucinación hiperreal, si las hay.

La derecha, paradojalmente más gramsciana que la izquierda

Entonces, cuando las derechas reivindican la ‘recuperación’ de hegemonía en el sector de la cultura y en la cultura dominante, hegemonía que artera y malévolamente la izquierda habría construido desde los 60 con base en ideas de Gramsci, se está escribiendo una novela histórica enclavada en falacias retro-causales que pueden mostrarse como ilusorias y ficcionales y que, a su vez, no pueden ofrecer la más mínima evidencia de su presencia causal, ni en la academia ni en el imaginario político izquierdista de la época en Uruguay; a nivel universal, y especialmente en Europa (más que nada en Italia), ya Gramsci tenía presencia académica y en la práctica política; pero no en Uruguay, como equivocadamente se afirma; se extrapolan eurocéntricamente, importadas de think tanks europeos y norteamericanos, esas influencias en Uruguay, donde no tenían aun esa realidad. Y se entera de eso precisamente quien introdujo, académica e institucionalmente, a Gramsci, justamente porque no existía de ese modo, y merecía estarlo, por su intrínseco valor teórico y por su utilidad político-ideológica en la coyuntura sociopolítica y cultural uruguaya de los 90, quien escribe; en los 60 Gramsci era un mero espermatozoide en busca de herramientas de introducción y fertilización, no era aún un ser políticamente existente, y por lo tanto era incapaz de una operatividad eficiente causal tal como la que se le atribuye. Por eso es adecuada su calificación de chivo expiatorio responsabilizado por la construcción de hegemonía izquierdista en la cultura uruguaya; más aún, quizás su carácter de inocente objeto sacrificial lo caracteriza tan bien como el de chivo expiatorio de la práctica de la izquierda que podría haber producido hegemonía; pero no, si se produjo, fue por otros factores históricamente acumulados, no por ninguna práctica gramsciana de la izquierda de ese entonces. ¡Pobre Gramsci!

La falacia retro-causal diría más o menos esto: ya que Gramsci recomendaba la construcción de una hegemonía cultural y en la cultura para cambiar, si en un lugar hay hegemonía cultural y en la cultura, entonces ella fue construida por una izquierda gramscianamente inspirada. Error: esa posible hegemonía construida podría haber sido producto de muchas otras combinaciones de factores. Esa hegemonía no debería ser necesariamente producto de una izquierda gramsciana; en efecto, cualquier compulsa histórica de documentos que atestigüen qué autores y obras eran mencionados en reuniones, discusiones, artículos, libros, cursos especializados de izquierda mostraría que Gramsci no figura, y sí otros teóricos pertenecientes, sea a ‘filosoviéticos’, a ‘foquistas’ y a ‘socialdemócratas’. Sería muy fácil coleccionar documentos probatorios de que Gramsci no fue un insumo en la práctica política de la época en Uruguay; y que, por el contrario, los insumos decisorios fueron filosoviéticos, foquistas o socialemócratas, nunca gramscianos.

En realidad, más que la izquierda -que vimos no era gramsciana ni construyó gramscianamente la hegemonía cultural-, la que parece gramsciana es más bien la derecha, que se propone, mucho más gramscianamente que la izquierda cuando construyó esa hegemonía, deconstruirla y reconstruir una nueva hegemonía alternativa a ella. La derecha actúa, mal que le pese, más gramscianamente que la izquierda, y valora la construcción gramsciana de hegemonía cultural más aún que la izquierda, en cuyo interior el mismo gramscismo no es endo-hegemónico. Entonces, si el gramscismo no es endo-hegemónico en las izquierdas, y la izquierda sí que es exo-hegemónica en la sociedad, esa exo-hegemonía no podría deberse al gramscismo sino a otras causas, como efectivamente ocurrió en Uruguay, donde, si hubo y hay hegemonía cultural y en la cultura de la izquierda, ciertamente no advino gracias a una izquierda gramsciana, que no existía en esa época, sino a otras variables, que llevaría espacio enumerar.

Por eso es que, coloquial y risueñamente, decimos que la premiada obra de Arocena sobre Gramsci y la izquierda uruguaya como constructores de hegemonía cultural desde los 60 es una novela histórica ficcional; porque ni la situación ni los actores eran reales ni existían en la época ni con la operatividad descritas; y así, el pobre Gramsci queda entonces como chivo sacrificial ficticio en una realidad coyuntural que nunca existió con esos sujetos históricos operantes ni en esa situación.

Como científico social, y principal introductor académico de Gramsci en la Udelar, considero un deber la defensa de la verdad histórica en la historia política de Uruguay, de la evolución de la izquierda aquí y en el mundo, específicamente en relación con el pensamiento y la influencia de Antonio Gramsci en el mundo, en Uruguay y en la trayectoria de la teoría y práctica políticas.

Solo un voluntarismo fanático puede producir una ficción tal; sus acríticos adherentes y cultores deben autoanalizarse con rigor, y quizás recurrir a profesionales de la salud mental que les expliquen su enardecida creencia construida ex nihilo, con recurso a psiquiatras que puedan mitigar provisoriamente esa fantasía alucinatoria; porque, me han dicho, se ha despertado, en las redes sociales, una creatividad torrencial en la construcción de una macroamenaza perenne por parte de una izquierda gramsciana; y de nuevo, sin relación palpable ni con el pensamiento profundo del chivo expiatorio y sacrificial Gramsci, ni con la historia de las ideas de izquierda en el mundo, y menos aún con la historia de las prácticas políticas de la izquierda en el Uruguay desde los años 60. ¿Qué culpa tiene Fatmagul?

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