Las sensibilidades y emociones gobiernan nuestras decisiones. La opinión, el voto, es una expresión de esas expresiones intelectuales que se manifiestan ahora -gracias a Internet- en forma permanente o, en tiempos electorales, cada 5 años. Por tanto, es posible decir que hay un mercado de las opiniones, sensibilidades y emociones. Ese mejunje de experiencias personales e intransferibles en las que la familia, la escuela, el liceo, el trabajo y la pareja juegan un rol central en la construcción de la opinión, tanto como los medios de comunicación, es el “Pueblo”, tal como lo decía Mr. Burns, cuando se refería a la runfla proletaria.
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Ahora bien, ese pueblo -o pueblada de emociones diversas- tiende a expresarse en bloques; son bloques estables hijos de esa estabilidad muy uruguaya con partidos centenarios que le dan identidad al país y una izquierda unitaria con mitad de siglo sobre el lomo, pero con el 29% de esa historia siendo gobierno a nivel nacional. Un trabajo del Claeh[1] identifica esos dos bloques de sensibilidades desde la década de los años 50. Lo hace de la siguiente manera: suma sectores políticos de los partidos fundacionales y de otras expresiones políticas; se para por encima de las fronteras partidarias e identifica similares comportamientos, posiciones políticas, votaciones en las cámaras y opiniones públicas. Ahí comienzan a dibujarse los dos bloques (algunos trabajos hablan de que los partidos tradicionales eran “coaliciones” o “frentes” en cuyo seno se expresaban corrientes hasta contradictorias ideológicamente). A un bloque se lo podría caracterizar como “conservador” y al otro “progresista” con todas las salvedades que se quisieran hacer. Esos bloques siguieron expresándose hasta que en 1971 se configuran con mayor nitidez al nacer el Frente Amplio y al tener el Partido Nacional un nítido liderazgo progresista. Del otro lado de la frontera ideológica se configuraba un universo “conservador” con claro liderazgo oligárquico (es interesante observar que, en esas horas de desencuentros y enfrentamientos violentos, los tres partidos que concurrieron a las urnas presentaron candidatos militares: el Partido Colorado al general Juan Pedro Rivas, el Partido Nacional al general Mario Aguerrondo y el Frente Amplio al general Liber Seregni. Era un poderoso reflejo autoritario que sintonizaba con sensaciones existentes en aquella sociedad). El plebiscito de 1980 -convocado por los militares- volvió a configurar esos dos grandes espacios o “avenidas de sensibilidades y emociones”. Ganó la opción opositora; obtuvo el 57,2% y el voto continuista o prodictadura el 42,8%. Detengámonos en este dato: el voto opositor fue constituido por 945.176 ciudadanos y el promilitar por 707.118 voluntades. Ojo: porque son personas que van transmitiendo opiniones y emociones a lo largo de su vida y constituyen el primer anillo de construcción de la Opinión Pública. De un lado se expresaron los “demócratas” -que agrupaba a fuertes sectores de los partidos fundacionales, más la izquierda- y del otro lado un segmento político proveniente de los partidos tradicionales, pero con fuertes componentes conservadores y oligárquicos, con vínculos con el poder militar. Esos lazos -que no nacieron en el 71, sino que vienen de más atrás- se prolongan hasta nuestros días, como se verá. Con la restauración democrática aquellos bloques que comenzaron a dibujarse en la década del 50 se volvieron a expresar. Con el plebiscito sobre la Ley de Caducidad, ambos segmentos quedaron expresados, pero con matices. El voto contrario a la ley fue derrotado por el “voto amarillo”. Los resultados: 57% a favor de la ley y 43% en contra. La crisis de 2002 -un revolcón anímico de indudable profundidad en la sociedad uruguaya- permitió que muchos ciudadanos de sensibilidad fundacional o tradicional cruzaran la portera y se instalaran con cierta comodidad en las filas del progresismo. Fue así que el Frente Amplio ganó en 2004, 2009 y 2014. Tampoco fueron triunfos aplastantes sobre el otro bloque. Es como que se registraba un vaivén en las capas tectónicas de las profundidades del alma ciudadana, y se movían sin fuertes sismos, una sobre otra (en el año 2004, la izquierda obtuvo en primera vuelta el 51,67 %).
Debajo de la superficie
Los valores de una sociedad son poderosos y muy difíciles de modificar. Esos procesos debajo de las superficies de las opiniones y los decires son lentos, se mueven con parsimonia. Las opiniones son más fáciles de cambiar que los valores, ha dicho el inglés Robert Worcester[2] . Y en Uruguay, con la estabilidad política existente, esos valores perduran más. Las lealtades son poderosas y difíciles de romper. Pertenecer a una identidad es una forma de vida: soy esto porque no soy aquello. Existo en tanto existe lo que no apruebo. Hay razones, argumentos y cosas que no tienen explicación. Soy y chau.
En las últimas elecciones de 2019, los dos bloques se configuraron con mayor nitidez y claridad en tanto se presentó la Coalición Multicolor con varios partidos en su seno, liderados por el Partido Nacional y una élite conservadora y empresarial que supo articularse políticamente y ocupar eficazmente un espacio del mercado de las sensibilidades y las emociones (con el agregado del componente oligárquico militar, aquel que supo expresarse en 1971 y que tuvo su punto culminante con la ruptura institucional de 1973). Por tanto, las expresiones autoritarias, con cierto nacionalismo católico y exposiciones de la oligarquía del campo, no son novedosas en el país. Viene de aquellos tiempos; valores que circulan por debajo de la superficie y que asoman cuando se dan las condiciones. Existen. No son un invento de Manini Ríos. Él los interpreta. Carlos Real de Azúa supo escribir con lucidez que en los albores de la Patria, como en el resto del continente, hubo una “hegemonía económico-social de los sectores empresarios agrocomerciales”, entrelazada con la Iglesia y las Fuerzas Armadas. Dijo además: esa relación no tuvo la misma consistencia que en otros países, pero existió. Tanto que esa alianza logró la victoria en las elecciones de 2019. Lo interesante es que ese bloque de poder no tuvo expresión política única en un partido en el siglo XX. Pero ahora sí, en una coalición. En el seno de ella hay valores que vienen del fondo de la historia. Sensibilidades, emociones, ademanes, símbolos. Esa es la audiencia a la que seduce Lacalle.
NOTA. En la próxima entrega, trataré de explorar cuales son las claves de ese universo conservador, liderado por una élite política, oligárquica y empresarial que sintoniza en su discurso con elementos sensibles de buena parte de la sociedad uruguaya. Y ahí, a mi juicio, se verán las virtudes que sabe interpretar y expresar el presidente Luis Lacalle y su elenco multicolor.
[1] Cuadernos del Claeh (1984).
[2] El poder de la conversación. Manuel Mora y Araújo. (2012).