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Columnas de opinión | amigo | Kissinger | China

Kissinger en China

Un viejo amigo, una nueva diplomacia

La semana pasada, Henry Kissinger, 100 años cumplidos y más de 100 visitas a China, fue recibido con todos los honores por las autoridades más representativas del Estado, el Partido Comunista y la diplomacia de la República Popular.

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Espero que usted y los norteamericanos con verdadera visión sigan desempeñando un papel constructivo para que las relaciones entre China y Estados Unidos vuelvan al buen camino” fue el primer mensaje que el presidente Xi Jinping transmitió al ex secretario de Estado y asesor principal de Seguridad de EE. UU., en el encuentro mantenido en la Villa No. 5 de la Casa Pública de Huéspedes de Diaoyutai, reservada para los huéspedes de honor.

El lugar está cargado de simbolismo protocolar y político. El hecho de que el máximo líder chino sea quien va al encuentro donde se hospeda su “viejo amigo” es un gesto excepcional y solamente reservado a personalidades también excepcionales. Fue también en ese mismo lugar donde, medio siglo antes, el entonces asesor de Seguridad de Nixon se reunió con Zhou Enlai, el primer ministro de China en aquel momento, y dieron el primer paso hacia el restablecimiento -siete años más tarde- de las relaciones diplomáticas entre Washington y la China comunista; un punto de inflexión crucial en las relaciones sino-estadounidenses y el acontecimiento geopolítico más importante de la segunda mitad del siglo XX.

“El pueblo chino nunca olvida a sus viejos amigos, y las relaciones chino-estadounidenses siempre estarán vinculadas con el nombre de Henry Kissinger”, agregó el mandatario asiático.

En momentos en que las relaciones con Estados Unidos atraviesan el punto más bajo (y peligroso) de siempre, Beijing evoca con cierta nostalgia los tiempos en que Kissinger era secretario de Estado, lo destaca como ejemplo de la era dorada de las relaciones bilaterales y exhortan a los norteamericanos a aprender de su conciudadano y su voluntad acuerdista.

Por su parte, el centenario diplomático subrayó el tema que más conspira contra las normales relaciones entre ambas potencias: Taiwán. “Bajo las circunstancias actuales, es imperativo mantener los principios establecidos por el Comunicado de Shanghái, apreciar la suma importancia que China otorga al principio de una sola China y hacer avanzar la relación en una dirección positiva”.

Precisamente, el Comunicado Conjunto de los Estados Unidos de América y la República Popular China, fue el aprobado por ambos estados el 27 de febrero de 1972, en la última noche de la visita del presidente Richard Nixon y Henry Kissinger a China, y, según el cual, Washington reconoce que "todos los chinos a ambos lados del Estrecho de Taiwán sostienen que solo hay una China y que Taiwán es parte de China”.

Para la República Popular, el principio de “una sola China” es la línea roja y condicio sine qua non para mantener relaciones diplomáticas con cualquier país. Sin embargo, Estados Unidos, guiado por su concepto de ambigüedad estratégica, a pesar de aceptar que existe una sola China, mantiene estrechas relaciones comerciales, políticas y militares con la ex Formosa.

Beijing, aún hoy, sigue considerando una provocación mayúscula la visita de la expresidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, a Taiwán, y también el encuentro celebrado en California el pasado mes de abril entre la presidenta taiwanesa y líder del partido independentista con el actual presidente de la Cámara, Kevin McCarthy.

Por su parte, Estados Unidos es el principal proveedor de armas de Taipéi, a pesar de que los otros dos comunicados que siguieron al firmado en 1972 entre Nixon y Zhou Enlai -1979 (Carter y Deng Xiaoping) y 1982 (Reagan y Deng Xiaoping)- estipulaban el cese gradual de la ayuda militar estadounidense a Taipéi. El viernes pasado, agravando el espiral de tensiones y conflictos con China, la Casa Blanca anunció un histórico paquete de ayuda militar para Taiwán por el valor de 345 millones de dólares provenientes del inventario del Departamento de Defensa, el mismo mecanismo que Washington emplea para destinar su ayuda militar a Kiev.

Un día antes, Wang Yi, máximo funcionario diplomático de China, criticando la política exterior norteamericana y contrastándola con los tiempos de Kissinger y los acuerdos alcanzados con su presidente, le había dicho que más que nunca se necesitaba “sabiduría diplomática al estilo de Kissinger y valentía política al estilo de Nixon”.

El tercer gobernante de alto rango que se entrevistó con el huésped de honor fue el ministro de Defensa Li Shangfu, sobre el cual aún pesan las sanciones impuestas en 2018 por Trump por presuntamente cooperar con los sectores de defensa o inteligencia de Rusia.

Desde el pasado agosto, Beijing cortó las comunicaciones militares de alto nivel con Estados Unidos y rechazó una reunión entre Li y el secretario de Defensa de Estados Unidos, Lloyd Austin, en el Diálogo de Shangri-La a principios de este año.

"Es desafortunado que un ciudadano privado pueda reunirse con el ministro de Defensa (...) y Estados Unidos no pueda", criticó el portavoz del Consejo de Seguridad de la Casa Blanca, John Kirby.

Según un comunicado publicado por los medios locales, Kissinger subrayó que "Estados Unidos y China deben eliminar los malentendidos, coexistir pacíficamente y evitar la confrontación”; el mantra que recita a uno y otro lado del Pacífico.

"La historia y la práctica han demostrado repetidamente que ni Estados Unidos ni China pueden permitirse tratar al otro como un adversario", agregó el icono de la ‘realpolitik'.

Por su parte, Li instó a EE. UU. a hacer el "juicio estratégico correcto", y dijo que esperaba que Beijing y Washington pudieran seguir trabajando juntos para promover un "desarrollo sano y estable" de la relación entre los países y sus ejércitos.

El entusiasta recibimiento que le dio China al diplomático más controvertido e influyente de la segunda mitad del siglo XX no fue el mismo que se le reservó semanas antes a las misiones del secretario de Estado, Antony Blinken, la secretaria de Tesoro, Janet Yellen, y el enviado presidencial especial de Washington para el Clima, John Kerry.

Por más que esas reuniones hayan logrado un cierto deshielo en las congeladas relaciones, para China la tensión seguirá siendo elevada hasta que Estados Unidos abandone su estrategia de “contención, cerco y represión general de China” (Xi Jinping dixit), ponga fin a las restricciones a las empresas chinas de tecnología y a las inversiones norteamericanas en empresas chinas dedicadas a la computación cuántica, la inteligencia artificial y los semiconductores, y deje de apoyar a Taiwán.

La llegada del ganador del Premio Nobel de la Paz (1973) más controvertido de siempre, fue la última de una serie de visitas de los principales exponentes del mundo empresarial estadounidense.

Sucesivamente hicieron fila para ser recibidos por la corte del “Reino del Medio” -donde mantuvieron reuniones con funcionarios chinos de alto nivel- Tim Cook, director ejecutivo de Apple, Elon Musk, dueño de Tesla, SpaceX y Twitter, Bill Gates, a quien Xi también llamó “viejo amigo” y Jamie Dimon, el número 1 de JPMorgan, el banco más grande del mundo; además de los directores ejecutivos de los gigantes estadounidenses Starbucks, Pfizer y General Motors.

“Los intereses de Estados Unidos y de China están interconectados como hermanos siameses” y “Tesla se opone al desacople y espera seguir expandiendo sus negocios en China”, sentenció el principal accionista de la fábrica de vehículos eléctricos más importante del mundo.

En 2019, Tesla abrió en Shanghái su primera “gigafactoría” fuera de Estados Unidos, y fabricó 710.000 vehículos en 2022; algo más de la mitad de sus ventas a nivel global.

Según los principales medios de prensa asiáticos, el viaje de Musk a China muestra la confianza de las empresas estadounidenses en el mercado chino, a pesar de los ruidos de ‘desacoplamiento’ que se oyen de boca de algunos políticos occidentales.

El desacoplamiento iniciado por la guerra comercial desatada por Trump contra China y proclamado por Biden con particular énfasis durante la pandemia del Covid-19, supone un divorcio de Washington -y las principales economías de occidente- y Beijing en términos económicos, comerciales, financieros y tecnológicos.

Dadas las relaciones entre las dos más grandes economías del planeta y de China con el resto del mundo (es el principal socio comercial de más de 120 países y el mayor contribuyente al crecimiento de la economía global), para la inmensa mayoría de los economistas y expertos, una interrupción de esa magnitud provocaría una crisis de escala universal.

La semana pasada, en Beijing, participando del Noveno Diálogo de Alto Nivel China-Francia, el ministro de Finanzas, Bruno Le Maire, aseguró que su gobierno se opone a la “ilusión” de que los países se “desacoplen" de China, y que no cree que la segunda economía más grande del mundo constituya un riesgo.

"No podría estar más emocionado. Apple y China han crecido juntas y la nuestra ha sido una relación simbiótica", declaró Cook poco después de su aterrizaje en el Aeropuerto Internacional de Beijing Daxing.

El sucesor de Steve Jobs llegó a Beijing para celebrar el 30 aniversario del inicio de las actividades de Apple en China, el principal fabricante de la mayor parte de sus dispositivos y uno de sus mercados más importantes a nivel internacional.

Por su parte, en el discurso de apertura en la Cumbre Global China de JPMorgan, celebrada en Shanghai a principios de junio, y ante más de 2.600 empresarios de todo el mundo, Jamie Dimon ha pedido un "compromiso real" entre los responsables políticos de Washington y Beijing para evitar que las relaciones entre EE. UU. y China sigan deteriorándose.

Durante el evento se conoció una encuesta de Conference Board que mostró una confianza creciente en las perspectivas de China entre los directores ejecutivos de empresas multinacionales con operaciones en el país, aunque el 88 por ciento de ellos advirtió que las tensiones geopolíticas entre EE. UU. y China estaban afectando negativamente a sus negocios.

Todas estas visitas y reuniones demuestran una voluntad del gigante asiático de enfatizar la importancia de los históricos vínculos económicos entre ambos países, que se ven amenazados por unas relaciones cada vez más ríspidas.

Frustrada por la imposibilidad de avanzar con la administración Biden por las vías tradicionales de la diplomacia, Beijing apela a personalidades y corporaciones empresariales norteamericanas más alineadas con sus posiciones en su intento por recomponer las relaciones.

La historia da cuenta que fue una competencia de tenis de mesa entre atletas chinos y estadounidenses, en abril de 1971, la que pavimentó el camino para la histórica visita de Nixon y a la normalización de las relaciones entre Washington y Beijing. Como lo fue hace más de cinco décadas la entonces conocida como “diplomacia del ping-pong”, hoy China recurre a la “diplomacia económica-empresarial” para reencauzar el río de sus relaciones con la Casa Blanca y evitar que se desborde.

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