Sylvia Plath (1932-1963) fue poeta, novelista y autora de relatos. "Es una de las escritoras más admiradas del siglo XX. [...] Tanto ella como sus obras se han convertido en un clásico contemporáneo", afirman en Soy vertical, pero preferiría ser horizontal, una selección de sus creaciones que forma parte de la colección Poesía Portátil de Penguin.
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Plath comenzó a escribir a los ocho años y se suicidó a los treinta, tras una larga depresión. Publicó varios poemarios y, un mes antes de su muerte, su única novela, La campana de cristal.
Límite
La mujer se ha perfeccionado.
Su cuerpo
Muerto luce la sonrisa del acabamiento.
La ilusión de un anhelo griego
Fluye por las volutas de su toga,
Sus pies
Descalzos parecen decir:
Hasta aquí hemos llegado, se acabó.
Cada niño muerto, enroscado en sí,
Una serpiente blanca, uno a cada lado de
Su jarrita de leche, ya vacía.
Ella los ha plegado
De nuevo hacia su cuerpo, como se cierran
Los pétalos de una rosa cuando el jardín
Se retesa y los aromas sangran
De las dulces y profundas gargantas de la flor de la noche.
La luna no tiene por qué entristecerse.
Está acostumbrada a ver este tipo de cosas,
Oculta bajo su capuchón de hueso,
Arrastrando sus vestiduras crepitantes y negras.
Papi
Tú ya no, tú ya no
Me sirves, zapato negro
En el que viví treinta años
Como un pie, mísera y blancuzca,
Casi sin atreverme ni a chistar ni a mistar.
Papi, tenía que matarte pero
Moriste antes de que me diera tiempo.
Saco lleno de Dios, pesado como el mármol,
Estatua siniestra, espectral, con un dedo del pie gris,
Tan grande como una foca de Frisco,
Y una cabeza en el insólito Atlántico
Donde el verde vaina se derrama sobre el azul,
En medio de las aguas de la hermosa Nauset.
Yo solía rezar para recuperarte.
Ach, du.
En tu lengua alemana, en tu ciudad polaca
Aplastada por el rodillo
De guerras y más guerras.
Aunque el nombre de esa ciudad es de lo más corriente.
Un amigo mío, polaco,
Afirma que hay una o dos docenas.
Por eso yo jamás podía decir dónde habías
Plantado el pie, dónde estaban tus raíces.
Ni siquiera podía hablar contigo.
La lengua se me pegaba a la boca.
Se me pegaba a un cepo de alambre de púas.
Ich, ich, ich, ich
Apenas podía hablar.
Te veía en cualquier alemán.
Y ese lenguaje tuyo, tan obsceno.
Una locomotora, una locomotora
Silbando, llevándome lejos, como a una judía.
Una judía camino de Dachau, Auschwitz, Belsen.
Empecé a hablar como una judía.
Incluso creo que podría ser judía.
Las nieves del Tirol, la cerveza rubia de Viena
No son tan puras ni tan auténticas.
Yo, con mi ascendencia gitana, con mi mal hado
Y mi baraja del Tarot, y mi baraja del Tarot,
Bien podría ser algo judía.
Siempre te tuve miedo: a ti, a ti
Con tu Luftwaffe, con tu pomposa germanía,
Con tu pulcro bigote y esa
Mirada aria, azul centelleante.
Hombre-pánzer, hombre-pánzer, ah tú…
No eras Dios sino una esvástica
Tan negra que ningún cielo podía despejarla.
Toda mujer adora a un fascista,
La bota en la cara, el bruto
Bruto corazón de un bruto como tú.
Mira, papi, aquí estás delante del encerado,
En esta foto tuya que conservo,
Con un hoyuelo en el mentón en lugar de en el pie,
Mas sin dejar por eso de ser un demonio,
El hombre de negro que partió
De un bocado mi lindo y rojo corazón.
Yo tenía diez años cuando te enterraron.
A los veinte intenté suicidarme
Para volver, volver a ti.
Creía que hasta los huesos lo harían.
Pero me sacaron del saco
Y me amañaron con cola.
Y entonces supe lo que tenía que hacer.
Creé una copia tuya,
Un hombre de negro, tipo Meinkampf,
Amante del tormento y la tortura.
Y dije sí, sí quiero.
Pero, papi, se acabó. He desconectado
El teléfono negro de raíz, las voces
Ya no pueden reptar por él.
Si ya había matado a un hombre, ahora son dos:
El vampiro que afirmaba ser tú
Y que me chupó la sangre durante un año,
Siete años, en realidad, para que lo sepas.
Así que ya puedes volver a tumbarte, papi.
Hay una estaca clavada en tu grueso y negro
Corazón, pues la gente de la aldea jamás te quiso.
Por eso bailan ahora, y patean sobre ti.
Porque siempre supieron que eras tú, papi,
Papi, cabrón, al fin te rematé.
Mujer estéril
Vacía, resueno hasta cuando doy el más ligero paso,
Museo sin estatuas, grandioso con sus pilares, pórticos, rotondas.
En mi patio, una fuente brota y se abisma en sí misma,
Con corazón de monja y ciega ante el mundo. Lirios de mármol
Exhalan su palidez como un aroma.
Me imagino a mí misma frente a un público numeroso,
Madre de una blanca Niké y de varios Apolos sin párpados.
Pero, en vez de eso, los muertos me hieren con sus atenciones y nada puede ocurrir.
La luna posa una mano sobre mi frente,
Impávida y callada como una enfermera.